Guillermo Chávez/ La Voz de Michoacán Morelia, Michoacán. El cine porno definitivamente no es para cualquiera. Esa es la idea que circula por mi mente, tras mi visita al enigmático Cine Arcadia. Y es que dentro de aquel edificio, suceden más cosas que la simple proyección de una película para adultos. Son pasadas las 5 de la tarde, y recorro la calle Eduardo Ruiz, en donde se llegó a ubicar la central vieja y la llamativa Cueva de Chucho, conocido lugar para los que han probado la vida nocturna de Morelia. Debido a mi origen tapatío, solo había escuchado los comentarios que la gente hacía respecto a este lugar: Esa calle solo es para ciertas personas, con ciertos gustos”, “la neta mejor ni te acerques, hasta te pueden asaltar”... Sin embargo, camino decidido para conocer la realidad que se vive en el Arcadia, el cual lleva más de 30 años ofreciendo pornografía a la ciudad, a tan solo 4 cuadras de la Catedral de Morelia. Al llegar al sitio, lo primero que se ve son grandes letras rojas que escriben el nombre, Cine Arcadia. La recepción no es muy grande, apenas se dan un par de pasos después de la entrada y se llega a la dulcería, la cual está rodeada de fotografías de mujeres con senos grandes y al descubierto, y de hombres con abdomen marcado y frondosos músculos. Al mirar a la derecha de la dulcería está la taquilla, en donde por 50 pesos puedes adquirir el boleto de entrada, para las funciones que existen de 12 del día a 12 de la noche. Al conseguir mi pase de entrada, llegó la hora, me indican que a mi izquierda está la puerta que me llevará a la sala para disfrutar de la función. Es entonces que mi mente empieza a visualizar escenarios. Es un cine con más de 3 décadas de proyección de películas para adultos, ¿cómo será por dentro? ¿Qué tan grande será? ¿Estaré solo? ¿Qué personas son las que vienen aquí? Tenía más preguntas que respuestas y sabía que solo tenía que atravesar esa gran puerta de madera para responderlas. Realizo una respiración profunda, tomo la manija y jalo fuerte hacía mí. Sin titubear doy los primeros pasos hacía una penetrante oscuridad –calificativo irónico debido al lugar en el que me encuentro- no distingo mucho, la luz del exterior apenas es suficiente para indicarme el camino del pasillo para elegir mi asiento, y sólo distingo entre la multitud de sombras, las siluetas de unas cabezas en los asientos. Inicia la función Miro al frente y la pantalla tiene la escena de una mujer y un hombre en un auto en movimiento dando su “show”. Emprendo mi búsqueda por un lugar para sentarme, y procuro elegir uno separado del resto de personas, pues mi objetivo es el de observar. Cosa que se dificultaría debido a la inmensa oscuridad que envuelve el ambiente. Inseguro doy pasos, buscando entre las más de 30 filas de asientos y las más de 40 personas ahí congregadas, cubiertas por el anonimato del poco luminoso ambiente. Por fin doy con una fila vacía y procedo a sentarme en el medio. Quizá por la costumbre de siempre elegir esos lugares en los cines tradicionales, pues pienso que en los asientos centrales se tiene la mejor vista. Al sentarme noto que los asientos son del tipo que se encuentran en los auditorios, pequeños y con textura de plástico. Al acomodarme mi percepción del lugar iba mejorando, conforme mis ojos se adaptaban a la luz del lugar. Fue entonces que me di cuenta que este no era un cine común. Las personas no vienen aquí a ver la película, a diferencia de los cines tradicionales en donde uno paga para encerrarse en una oscura sala para evitar que algo te distraiga de ver algún filme. En este lugar, las personas, o más en concreto, los hombres; adultos, jóvenes y travestis, vienen aquí por el sexo. Y es que a tan solo unos metros delante de mí, pude ver siluetas que evidenciaban dicha situación, y logre escuchar a mis espaldas gemidos que no eran de la película. A mi izquierda también en los asientos detrás de mi fila, alcanzo a escuchar la propuesta de servicios sexuales por 300 pesos. Fue cuando en mi mente, y atónito por lo que estaba siendo testigo, analicé que el lugar era más bien como un restaurante, el “restaurante Arcadia”, pues no pasaron más que unos minutos cuando un joven se acercó a mí, y en voz susurrante me dijo “todos son travestis, solo para comentarte”. “Ah, ok”, le respondo inseguro, y honestamente un tanto intimidado. “¿Quieres que te traiga una?”, “No, muchas gracias”, contesté. Fue ahí cuando mi analogía cobró efecto. Este tipo es el mesero, ofreciéndome el menú, y yo soy el comensal que espera ser atendido. En ese momento, veo como otro hombre, sentado en la fila siguiente a la mía, es abordado por otro más joven según alcanzo a distinguir, pero adulto. Y sin intercambiar una sola palabra, este sujeto que abordó al otro comensal, se agacha. Fue en ese momento cuando decidí que mi visita estaba completa, me había atrevido a inmiscuirme en un mundo completamente ajeno a mí. Dicen que uno no debe decir que algo le gusta o no le gusta antes de experimentarlo, y es con esta experiencia que digo, los cines porno no son para mí. Sin embargo, todos los que asistieron conmigo eran hombres para quienes asistir a la "función" es parte de una actividad que incluyen en su vida, ¿quiénes son? ¿comerciantes? ¿emprendedores? ¿padres de familia? ¿maestros? ¿artistas? ¿solitarios? ¿excluidos? Puede que el cine para adultos, o el Cine Arcadia en particular, no sea para mí, pero sin lugar a dudas hay gente para la que sí, y es así como se mantiene este enigmático lugar, que en algún tiempo fue un cine convencional.