Mateo Calvillo Paz El estado está en llamas afirman los promotores de los derechos humanos. El incendio crece, no está estable, crece desmesuradamente. ¿Qué va a pasar con la paz social y las conquistas sociales de la democracia? Todo va a arder y vamos a perecer todos. ¡Necesitamos de-tener el incendio y revertir la tendencia! ¿Es esto posible, el gobierno está intentando hacerlo, proteger las vidas que quedan para que cese la hecatombe? Las llamas de la violencia van a acabar con nuestra civilización de libertad y paz. Estamos como en un trigal seco al que le prenden fuego por todos lados, el clima está ardiente y las llamas prenden, sus llamas de oro y sangre chisporrotean. Estamos expuestos a la violencia de los criminales, nada ni nadie nos protege. Es como una invasión de víboras o de chacales, se mueven entre nosotros y no hay nadie que nos proteja. Es como una corriente en que muchos hermanos débiles, indefensos sucumben. Hay tantos asesinatos todos los días, la corriente de sangre los arrastra, tantos huérfanos y viudas. La ola de sangre alcanza a tan-tos hermanos, están cayendo a nuestro lado, a todos nos va tocando. Es muy doloroso. Los ataques se multiplican en su forma y ficadas se vuelven un hecho banal. ¡No pierdas tu capacidad de reacción, de asombro, indignación! Es la dignidad de seres humanos, dotados de inteligencia y libertad, criaturas de Dios modeladas a su imagen y semejanza. Es lamentable, casos tan abominables como tristes, inaceptables que nos hacen sentir rabia e impotencia. No podemos cerrar los ojos y el corazón a los hermanos caídos de manera tan vil y ligera. Cada día nos dan cuenta de asesinatos y masacres, nos hemos acostumbrado ahechos insoportables, insufribles. Sin pudor presentan las masacres y las muertes de seres humanos, hermanos muertos, como si fueran moscas. ¿Nos parece normal que haya tantos hermanos asesinados cuando una sola muerte es algo intolerable? ¡Detengan los asesinatos y los golpes mortales! ¡Ni un muerto más en nuestra colonia, entre los conocidos, en México, en ninguna parte!¡No más hermanos privados de su vida preciosa, de la oportunidad de realizar un destino sublime y eterno! La luz de Dios El primer deber del presidente y de su gobierno consagrado en la Constitución es proteger la vida de cada ciudadano. Después de los hermanos sacrificados ya no más declaraciones que no suenan a nada, envueltas en hipocresía: “les damos nuestro más sincero pésame” y “se hará la investigación”. La persona humana es el primer valor, invaluable, sobre la tierra. No es una cucaracha o un cachivache lo que deja de existir, es una persona humana, hechura de las manos de Dios, con un alma inmortal, es un hijo del Dios altísimo destinada a reinar eterna-mente en la patria definitiva. El más humilde de los mexicanos, de las mexicanas, así no tengan nombre o mucho dinero o influencias vale lo mismo que el presidente, que las corcholatas, que los más acaudalados o poderosos del mundo. El más humilde michoacano vale lo mismo que el primer ministro de Japón o que un ex presidente. El primer valor de una nación no son los gobernantes o la riqueza de los acaudalados, es una vida digna en la paz social. Esta realidad, plenitud de todos los bienes, es mucho más preciosa que las obras faraónicas y emblemáticas de un gobierno. El primer valor no son los magnates investidos del poder o de la riqueza material, con frecuencia tan llena de justicia como lo señala el divino Maestro, es la persona del ciudadano, así parezca materialmente miserable y que no vale nada porque todo tiene el signo de pesos y bienes de consumo, perecederos. Los católicos son sabios porque tienen la sabiduría divina, revelada por Dios y saben distinguir el trigo de la paja, el oro de las baratijas de fantasía venidas de china. Un gran poeta de la Iglesia, San León Magno Papa, percibía la grandeza de la persona humana, que lo hacía exclamar: “cristiano, reconoce tu dignidad, porque tú participas ahora de la naturaleza divina... Acuérdate a qué jefe perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate que fuiste arrancado al poder de las tinieblas para ser transferido a la luz y el reino de Dios”. Somos centinelas de la vida e integridad de esos cristianos. Debemos cambiar esta situación de crimen y vida que se desangra. ¡Apaga las llamas de la violencia! ¿Qué puedes hacer tú sólo y un puñado de gentes ante el incendio voraz de una nación? Solos no podemos, necesitamos ir con Dios. La energía de Cristo, su Palabra, su pueblo, puñado de convertidos para el ir al frente y desafiar el incendio. Debemos estar vigilando, atentos a los acontecimientos, preparados, armados y listos para entrar en acción. Hay que arriesgarlo todo, “el que quiera conservar su vida la perderá”. El arma es la paz, el perdón, resiste a la incitación, no te enganches con el malvado. No te exaltes ni discutas, perdona sin límites. La persona humana vale tanto que el hijo eterno de Dios se vino a vivir entre nosotros y derramó su sangre para liberar al hombre de la muerte