Dante Bernardo Martínez VázquezA unos cuarenta minutos de la ciudad de Morelia, se encuentra el poblado de Tzintzuntzan, famoso por su tradición de Día de muertos y sus artesanías en madera y cantera. Un municipio que hoy tiene unos 14,000 habitantes, pero que si viajamos 500 años en el pasado, nos vamos a encontrar con una ciudad que imponía respeto e inclusive miedo en el México prehispánico, siendo la principal sede del poder político, militar, económico y religioso, es decir, la capital del imperio Purépecha o Tarasco; entidad política que en su momento de mayor esplendor, llegó a tener el dominio de un territorio que se extendió sobre unos 98,000 km2 (un 10% del actual territorio nacional), y que a pesar de tener una gran importancia histórica, tanto en la época prehispánica, como para el momento del contacto (con los españoles) y consolidación de la Nueva España, sigue siendo un gran ausente de los libros de historia nacional. Brevemente hablando sobre la historia de Tzintzuntzan, documentos como la Relación de Michoacán, nos dicen que anterior a la llegada del linaje Uacúsecha, Tzintzuntzan estaba habitada por otro grupo “proto-purépecha” adoradores de la diosa Xaratanga (diosa de la fertilidad y la siembra) quienes posteriormente abandonaron la ciudad; siendo reocupada en el momento en que Taríacuri afianzó el poder de los Uacúsechas en Pátzcuaro, dejándole a sus sobrinos Hirepan y Tangaxoan la tarea de gobernar sobre dichas ciudades (Hirepan en Ihuatzio y Tangaxoan en Tzintzuntzan), evento que aparentemente sucedió entre los años de 1390 y 1410 d.C. Posteriormente, cuando Tzitzipandácuare hijo de Tangaxoan, llegó al poder en Tzintzuntzan, se traslada hasta ahí al dios Curicaueri (entonces custodiado en Ihuatzio por los descendientes de Hirepan) junto con la diosa Xaratanga, y a partir de ese momento, Tzintzuntzan se convirtió en la única capital del imperio Purépecha y Tzitzipandácuare en el supremo gobernante de dicha entidad; quien además es recordado por su célebre victoria ante el intento de invasión de los Mexicas perpetrado por el Tlatoani Axayacatl de Tenochtitlán. La gran plataforma de Tzintzuntzan, con sus cinco yácatas. Foto: Dante B. Martínez En ese momento, Tzintzuntzan se consolidó como una gran urbe, y junto a Tenochtitlán, fueron las ciudades más grandes que había en territorio mexicano a la llegada de los españoles; acaparando tributos que provenían de la costa del Pacífico, la región central de Jalisco, el Bajío Guanajuatense y Querétaro, regiones aledañas al Valle de Toluca y de la Tierra Caliente de Guerrero. La ciudad tuvo una población que se discute, osciló entre los 40 y 80 mil habitantes, dedicados principalmente a la agricultura, pero también existieron gremios de hábiles artesanos hacedores de esculturas en piedra y madera, objetos de lujo de cerámica, exuberantes joyas en turquesa, jadeíta y obsidiana; por supuesto los metalurgistas, gremio que se dedicó a hacer herramientas y objetos ornamentales de metal. En la ciudad había palacios, templos e inclusive un zoológico propiedad del Irécha (gobernante) que contaba con un jaguar, un lobo, pumas, coyotes y más de ochenta águilas reales. Imagen que representa como debió haber lucido la ciudad de Tzintzuntzan en su momento de esplendor. Ilustración: Vladimir Gómez en Punzo et. al. 2020 Tzintzuntzan ha sido objeto de múltiples investigaciones, tanto arqueológicas como históricas, protagonizadas por sabios de principios del siglo XX como el Dr. Nicolás León Calderón, hasta por célebres arqueólogos como Alfonso Caso, Daniel Rubín de la Borbolla y Román Piña Chan, entre otros. En la actualidad las investigaciones siguen en pie a cargo del Dr. José Luis Punzo Díaz quién a través de su proyecto, ha registrado hasta el momento más de mil construcciones prehispánicas que conformaron a la ciudad y que están dispersas en una extensión aproximada de 2,113 hectáreas, haciendo de Tzintzuntzan una de las cinco zonas arqueológicas más grandes en extensión territorial del país y la más grande del estado de Michoacán. Hoy en día, los visitantes pueden acceder a una parte de la antigua ciudad, correspondiente a la gran plataforma sobre la cual se erigieron cinco edificios conocidos como “Yácatas de planta mixta”, que servían como los recintos donde se llevaban a cabo los sacrificios humanos. También se puede visitar el edifico “B” que funcionó como un espacio donde se descarnaban los cuerpos de los sacrificados para después, dejar los huesos depositados en “el osario”, sitio que alberga los huesos de miles personas sacrificadas en época prehispánica y que ha sido ampliamente estudiado por distintos arqueólogos. Del mismo modo, se puede conocer el edificio “D” el cual, presumiblemente funcionó como almacén, al igual que el museo de sitio que alberga algunos objetos provenientes de las excavaciones. Vista de las Yácatas de Tzintzuntzan. Foto: Dante B. Martínez Sin embargo, los visitantes poco se percatan de estar visitando una de las construcciones más grandes construidas en el mundo prehispánico, hablamos de la “gran plataforma”. Por lo regular cuando se habla de arquitectura monumental, se suele privilegiar la altura y pocas veces se toman en cuenta las dimensiones de anchura de un edificio, y aunque la gran plataforma no cuenta con una gran altura (11 metros de alto), lo compensa con su impresionante extensión, pues hablamos de una construcción de 400 metros de largo por 200 metros de ancho, lo equivalente a la extensión del zócalo capitalino de la Ciudad de México con todo y catedral. La gran plataforma de Tzintzuntzan es una de las grandes muestras del esplendor que debió tener la ciudad y de las miles de personas que trabajaron en su construcción día y noche, acarreando toneladas y toneladas de tierra y piedra. Comparación de la extensión de la gran plataforma de Tzintzuntzan con el Zócalo de la Ciudad de México. Imagen hecha por: Dante B. Martínez Muchas de sus esctructuras fueron desmanteladas durante la época colonial para que su materia prima sirviera en la construcción de los conventos e iglesias que tiene el lugar. Tzintzuntzan es un destino imperdible, donde la historia está más viva que nunca, además de una muestra del genio creativo humano del mundo precolombino. Dante Martínez Vázquez, licenciado en Arqueología por la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Colaborador de los proyectos PAPAPCSUM y REPIMTAR del centro INAH, Michoacán. Actualmente cursa la maestría en Historia en la facultad de Historia, de la UMSNH.Email: Dante_dalton@outlook.com Academia.edu / Dante Martínez Vázquez