LA CASA DEL JABONERO | Tiempos calderonistas

El gobierno de Andrés Manuel López Obrador, no es necesario ni decirlo, tiene una deuda descomunal en seguridad.

Jorge A. Amaral

Esta semana México parece haber tenido una regresión en el tiempo, cuando los cárteles sitiaban ciudades y sembraban el pánico entre la ciudadanía para mostrar músculo no sólo frente a sus pares, sino frente al gobierno y, sobre todo, su peor enemiga: la sociedad. Los hechos en Jalisco, Guanajuato, Ciudad Juárez y en otras 4 ciudades de Baja California hacen sentir como cuando Felipe Calderón declaró la guerra al narco.

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El gobierno de Andrés Manuel López Obrador, no es necesario ni decirlo, tiene una deuda descomunal en seguridad, porque pareciera que todo se trata de “abrazos, no balazos” y darle un libro al malandro, y luego pareciera que ahora sí va en serio, al grado de militarizar el país al entregarle la Guardia Nacional al Ejército. Al final el gobierno no se decanta por nada definido que nos permita saber dónde estamos parados. Mientras tanto, los cárteles hacen de las suyas: se enfrentan entre sí, siembran el miedo y la zozobra y las corporaciones como la Guardia Nacional, aunque preparadas y equipadas, están atadas de manos, lo mismo que el Ejército y la Marina como única esperanza.

Pero esta deuda en seguridad, si bien la actual administración la ha aumentado, es en gran parte heredada, con el grado de responsabilidad para cada quien, pero heredada y ahora mal administrada. Le comento esto porque un comentario que se repitió muchas veces en torno a lo sucedido en Ciudad Juárez giraba en torno a la consabida inoperancia del gobierno de AMLO para sofocar esta crisis en materia de inseguridad, en lo cual se tiene plena razón, pero usted sabe que a río revuelto, ganancia de pescador, y a mucha gente parece habérsele olvidado de dónde viene todo esto y cómo es que los grandes beneficiarios siguen libres.

Me referiré sólo al caso de Juárez porque en él hay nombres ampliamente conocidos desde hace muchos años. El pasado jueves todo comenzó con un enfrentamiento en el Cereso estatal 03, en Ciudad Juárez. El gobierno lo llamó riña, pero cuando hay muertos y heridos a balazos eso ya no es una riña de presos, sino un enfrentamiento facilitado por la corrupción: ¿armas de fuego en un reclusorio?  Bueno, en esa balacera se enfrentaron Los Chapos y Los Mexicles. Estos últimos fueron los que arremetieron contra la población luego de que la autoridad apaciguara los ánimos en el Cereso. Ellos dicen que retomaron el control, pero desde el momento en que un recluso puede tener un arma de fuego, significa que la autoridad está muy lejos de controlar la cárcel, y que los vigilantes y celadores y hasta directivos sólo son empleados del cártel. Cuando la rebambaramba se soltó, el comentario fue, en alusión a anteriores dichos de AMLO, “¿y esto también es culpa de Calderón?”. Déjeme decirle: no será su culpa este hecho específico, pero si esos grupos operan a sus anchas es en parte gracias a él.

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El jueves, alrededor de 200 miembros de Los Mexicles tomaron el control del penal y entraron al área donde se ubica a los miembros de otro grupo rival: Los Artistas Asesinos. En esos hechos murieron dos miembros de Los Chapos, o Gente Nueva.

Los Mexicles es una pandilla alineada con el Cártel de Sinaloa, de las muchas que ese grupo delictivo reclutó para hacer de carne de cañón: narcomenudeo, halconeo, sicariato. Pero su origen se ubica en 1987, dedicada al robo de autos, asaltos y extorsiones en la ciudad fronteriza, pero también ha operado en cárceles de Estados Unidos.

Por otro lado, los Artistas Asesinos, aunque también es una pandilla reclutada por el Cártel de Sinaloa, vive enfrentada a Los Mexicles para controlar Ciudad Juárez y el área metropolitana de El Paso.  Este grupo lo fundaron en 2008 Jorge Ernesto Sáenz, apodado El Dream, y Éder Ángel Martínez, El Saik, conocidos por su talento para las artes gráficas, al grado de que El Saik ganó el primer lugar en un concurso nacional de pintura en el que participaron reclusos de otros estados, derivando de ahí el nombre de la organización.

Estos dos grupos han protagonizado masacres y cruentos motines en cárceles del norte de México, con decenas de muertos, más todos los asesinatos que han cometido a lo largo de los años como producto de la descomposición social a que el Cártel de Sinaloa abonó: cuando quiso arrebatarle la plaza al Cártel de Juárez, debilitado por la supuesta muerte de Amado Carrillo, comenzó a reclutar pandillas para que les hicieran el trabajo más sucio, y hoy muchos de esos brazos armados se disputan la plaza, pese a haber sido aliados en un inicio.

Pero además, Mexicles y Artistas Asesinos cobraron notoriedad en 2021, cuando el 31 de enero, un grupo de sicarios de Barrio Azteca, brazo armado del Cártel de Juárez, irrumpió en una fiesta de estudiantes en Villas de Salvárcar, en que murieron 15 y resultaron heridos 10 jóvenes de entre 15 y 20 años de edad. El brazo armado del Cártel de Juárez había recibido información de que en esa casa estaban reunidos miembros de Los Mexicles y Artistas Asesinos y se ordenó el ataque. Eso fue durante el sexenio de Felipe Calderón, y pese a la notoriedad adquirida, no se les eliminó del mapa delictivo, sino que siguieron creciendo al amparo del Cártel de Sinaloa, grandes amigos del calderonismo. Hoy ahí están las consecuencias de esa inoperancia transexenal. Así que si actualmente luchar contra esos grupos es tarea del gobierno de AMLO, el que se hayan afianzado tanto y adquirido tanto poder es responsabilidad de quienes en el pasado omitieron su trabajo y, por corrupción o miedo, han decidido no hacer nada.

Decidí centrarme sólo en el caso de Juárez porque, si bien en Jalisco y Guanajuato la violencia ha aumentado a niveles dramáticos en los últimos años y Tijuana siempre ha sido una plaza codiciada y muy explotada, en Juárez la presencia del crimen ahí ha estado y la muerte forma parte del día a día, como lo constatan las cientos de víctimas conocidas como “las muertas de Juárez”.

Y es que, aunque en un principio quien tenía el control de la ciudad era el Cártel de Juárez, la actividad delictiva se fragmentó y hoy operan alrededor de 12 grupos de distintos tamaños y con alianzas que los entretejen, esto según el Programa de Política de Drogas (PPD) del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).

A partir de una base de datos de la presencia delictiva en México (BACRIM-2020) se reveló que en esa ciudad es Gente Nueva, originado a partir del Cártel de Sinaloa y aliado con otros nueve grupos, el que tiene mayor presencia. Pero convive con la organización de Francisco Javier Arvizo Márquez, apodado El Jaguar, además de Cártel del Poniente, Artistas Asesinos, Los Mexicles, Los Salazares, Nuevo Cártel de Juárez, el Cártel de Juárez, La Güera, La Línea, Los Cabrera y Los Salgueiro.

Y aunque la mayiría han figurado como brazos armados del Cártel de Sinaloa, no quyiere decir que precisamente sean aliados, sino que terminan dispuytándose las zonas para el narcomenudeo y la trata de personas, incluidos los cruces fronterizos para pasar indocumentados a Estados Unidos, además de la prostitucipón de niñas, niños y mujeres.

Ahora bien, el otro grupo, Los Chapos, también es otra facción surgida del Cártel de Sinaloa a la que se le conoce como Gente Nueva. Este es un grupo que data de por lo menos 1995, compuesto por ex militares y policías y fue pieza clave para el debilitamiento del Cártel de Juárez para que el de Sinaloa tomara el control de la zona. Su principal rival ha sido La Línea, el brazo armado del Cártel de Juárez y con las mismas características de Gente Nueva: entrenamiento, armamento, finalidad.

La cosa es que ahora, además de las luchas intestinas entre facciones del Cártel de Sinaloa, La Línea hizo alianza con el Cártel de Jalisco Nueva Generación, que ya operaba en esa zona a través del Nuevo Cártel de Juárez. Pero sepa usted que las alianzas entre grupos delictivos son muy frágiles, así que de un momento a otro puede venir un nuevo cisma y aumentar la violencia.

Ese es más o menos el panorama en Juárez, ciudad que desde los 90 ha estado inmersa en la delincuencia y la violencia y que ya en la los primeros dosmiles vio cómo aumentaba la crueldad de los cárteles y pandillas, y no ha habido programa de gobierno que saque adelante a esa zona del país.

Chihuahua, como muchos otros estados de la República, es un estado víctima de omisiones, corrupción, complicidades y ambición de políticos y servidores públicos, tanto civiles como policiales y militares, y esas omisiones han hecho que la bola de nieve crezca de tal manera que hoy es imparable. A estas alturas ya no basta con programas sociales, becas y demás; no son suficientes las unidades deportivas ni el pavimento en las calles o el alumbrado público. Duele decirlo, pero México necesita un combate más frontal a la criminalidad en todas las trincheras: operativa, política y económica, porque de nada sirve una balacera en la que se detenga a 30 personas si un político o un juez moverán los hilos para que salgan libres, y esto porque sus estructuras financiera siguen intactas. Como de poco sirve congelar cuentas y empresas fachada si a punta de cuerno de chivo siguen aterrorizando a la ciudadanía.

En fin, AMLO es el actual y principal responsable del combate a la delincuencia, pero no es culpa sólo de él, y achacarle todo, tanto como exonerarlo a ciegas, es de torpes y necios.

Por lo pronto, esos nostálgicos del calderonismo que dicen que qué buen presidente fue, pueden actualmente sentirse como en ese sexenio, para que no extrañen la narcoviolencia y su absurda omnipresencia. Es cuánto.