LEOPOLDO GONZÁLEZ Un clima de preocupación y alarma sacude al país, no sólo por la saña criminal que la semana pasada desató el infierno sobre cuatro entidades, sino por la saliva enrarecida con que varios funcionarios federales insistieron que todo está bien en México. Si el plan es administrar un país en descomposición y descomponerlo aún más, sin duda se va por el camino correcto. Incluso habría motivos para recriminar cierta pasmosa lentitud en la tarea, pues aún quedan pedazos de país intactos, que bien pueden servir para distraer y engatusar a la masa con el humo y oropel de la pirotecnia nacionalista septembrina. Desde la serenidad de juicio que aún permiten los sucesos nacionales, es preciso decir que ni México ni su sociedad merecen sufrir el experimento de psicología y tortura política que a alguien se le ocurrió en la soledad de un despacho. Los hechos violentos de Juárez, con saldo de 11 muertos en unas cuantas horas, ocurrieron dos días después de los que tuvieron lugar el 9 y 10 de agosto en Guanajuato y Jalisco, donde fueron incendiados más de 10 vehículos, quemadas 25 tiendas Oxxo y aterrorizada la población civil. El mismo viernes 12 de agosto, hombres armados montaron narcobloqueos y robaron y quemaron 19 vehículos en Baja California, generando pánico y temor entre la población. Los denominadores comunes de la embestida criminal, son solamente aptos para mexicanos capciosos o mal pensados: por un lado, quemar tiendas Oxxo (lo cual recuerda los explosivos del amedrentamiento al periódico Reforma, en Monterrey) para generarle pérdidas y miedo a José Antonio Fernández, socio mayoritario de FEMSA, dueña y apoderada legal de la franquicia Oxxo; por otro, desprestigiar y crear una percepción de desorden e ingobernabilidad contra estados no morenistas, como son los casos de Guanajuato, Jalisco y Chihuahua; por último, aprovechar la inducción de terrorismo delincuencial durante siete días en esas entidades, para justificar y fortalecer en el caos la propuesta de ilegal militarización que pretende imponerse al país. ¿Hay algún otro denominador común en la lógica de estos hechos? Sin duda, pero ese denominador tendría que ser explicado por cacicazgos y liderazgos de la más alta alcurnia de los hijos del “malamén”. Estos hechos, en los que se reportaron daños a familias y a vehículos particulares, pérdidas cuantiosas a empresarios del comercio establecido, parálisis en algunas líneas del transporte público y hasta suspensiones de vuelos, no fueron graves para el presidente López Obrador ni para el gabinete de seguridad, quienes andaban más preocupados en trasladar a la mascota de Los Olmecas, el equipo de beisbol de Tabasco, que en sofocar el asedio delincuencial de los días recientes. Frente a estos lamentables sucesos, la respuesta del gobierno consistió en subestimarlos, distorsionarlos, maquillarlos, malinformar sobre ellos y desviar la atención del país hacia otras realidades, en lugar de confrontar con inteligencia y testosterona a quienes se han declarado enemigos de la sociedad y el Estado. En el vértice del poder siguen sin entender que al crimen organizado no se le combate alentándolo y empoderándolo, sino haciéndole frente y destruyéndolo, tal como mandatan la Carta Magna y los ordenamientos de las fuerzas armadas que protestaron observar y aplicar. El subsecretario Mejía Berdeja, casi imperturbable y con gesto de pocos amigos, salió a explicar con lujo de detalle lo obvio: el qué, el cómo, cuál el sitio de las ciudades en llamas y la genealogía de los hechos violentos, creyendo que el país sigue siendo apto para las medias mentiras y las medias verdades. Otras voces gubernamentales más limitadas, aunque expertas en cortinas de humo, llamaron “protestas” a los narcobloqueos y los atribuyeron a enfrentamientos entre grupos y cárteles rivales (?????). Morena anda pidiendo no sólo fortalecer sino endurecer a la Guardia Nacional, como si esta hubiese sido, desde su diseño y hasta hoy, eficaz e imbatible y rotunda en el combate a la criminalidad organizada. El que no se midió fue el titular de Sedena, el Gral. Luis Crescencio Sandoval, cuando afirmó que el crimen organizado está acabado en México, pues esto de operar narcobloqueos son sólo “patadas de ahogado” para que la gente crea que el “malamén” está ahí y se asuste. Al parecer, el general secretario no hizo ningún guiño ni estaba bromeando. El otro que tampoco se midió fue el presidente López Obrador. Pudo haber salido en defensa del “pueblo” que tanto dice amar, e incluso poner pareja a la delincuencia en un santiamén, con sólo enviar a soldados y marinos a sofocar el México en llamas de esos días. Sin embargo, el que iba a acabar con la delincuencia en 2018, sólo alcanzó a decir: “Ojalá esos hechos no se repitan”. México es un país, según cifras del SESNSP, con 130 mil 580 asesinatos en 45 meses de gobierno, en el que el 67.4 por ciento de los mexicanos consideran inseguro vivir en sus ciudades. Pisapapeles Por todo esto y más, lo elemental es ayudar al presidente, siempre y cuando se deje ayudar. leglezquin@yahoo.com