Arturo Molina /La Voz de Michoacán Casi tan antigua como la ciudad de Guayangareo, la Plaza Melchor Ocampo ha sido testigo de los tiempos de paz y de guerra de nuestra historia. Prácticamente todos los días, el espacio es abarrotado por familias que salen a placear entre la música de los organilleros, las burbujas de los comerciantes y los colores de los globeros, pero es también un monumento vigente a la búsqueda de la paz y la reconciliación nacional. No obstante, el espacio familiar y de folclor cívico también fue escenario de uno de los hechos más traumatizantes para los morelianos con los granadazos del 15 de septiembre del 2008. Su origen se puede rastrear a los mapas más antiguos de Valladolid en 1579, en donde el espacio ya aparecía punteado y delimitado por infraestructura y calles de la naciente ciudad colonial. Registros históricos incluso señalan la presencia de un mercado itinerante en el espacio durante los primeros años de fundación. El predio se dividió en dos partes ante los trabajos de construcción de la Catedral de Morelia en el año de 1660 y dio paso al nacimiento a las dos plazas laterales que se conservan casi 400 años después. Ambas plazas desde un inicio fueron empleadas para el acopio y resguardo del material, principalmente la costosa cantera rosa con la que era labrada la monumental obra del barroco. La plaza del oriente recibió el nombre de Plaza de Obras mientras que la del poniente fue nombrada Plaza de Armas al estar ubicada frente al antiguo edificio de las Casas Consistoriales. Una vez concluida las plazas y tras largos procesos convulsos de la historia mexicana -como la Independencia, los conflictos bélicos de Reforma, la Revolución e incluso la Guerra Cristera, las plazas adquirieron los nombres de Melchor Ocampo en la del lado oriente y la Plaza Benito Juárez en el caso de la zona poniente. Desde siempre, llamó la atención la presencia de los dos principales representantes del liberalismo mexicano y la desamortización de los bienes de la iglesia escoltando a la principal sede de la iglesia católica en el estado de Michoacán, la Catedral Metropolitana de Morelia. Desde principios del siglo XX, la Plaza Melchor Ocampo se convirtió en el corazón de la ciudad junto con la Catedral d Morelia y vio crecer hacia los horizontes la mancha urbana. Poco a poco las tradiciones dominicales se fueron fraguando e invadiendo estos espacios, que se convirtieron en auténticos puntos de reunión de familias, amigos e incluso comerciantes. La llegada de familias atrajo a miles de vendedores ambulantes que poco a poco se apoderaron de las principales plazas, avenidas, fuentes, andadores y fachadas. Para finales de siglo, la declaratoria de Ciudad Patrimonio de la Humanidad ante la UNESCO significó el retiro de los ambulantes y, por primera vez en casi 100 años, los morelianos pudieron observar la cantera rosa de las fuentes y lo monumentos heredados de la época de dominio colonial. No todo en la historia de la plaza Melchor Ocampo son buenos recuerdos. En el año 2008, durante la ceremonia cívica del Grito de Independencia, Morelia fue sede del primer atentado terrorista de que se tiene memoria a nivel nacional: integrantes de grupos delincuenciales lanzaron contra la multitud granadas, que ocasionaron al menos siete muertos y más de 130 heridos. El principal daño sucedió justo en la Plaza Melchor Ocampo, cuya placa con la inmortal frase “es hablando y no matándonos como habremos de entendernos” fue manchada con la sangre de inocentes. Si bien se colocó un monumento para recordar a las víctimas de la narcoviolencia, la remodelación de la plaza a los pocos años borró casi todos los indicios del traumático episodio. Únicamente quedó un pequeño cuadro en el suelo con una leyenda sobre los hechos que pasa desapercibido por los paseantes. El espacio actualmente cuenta con una de las fuentes más modernas de la ciudad, que se ha sido habilitada y rehabilitada en varias ocasiones en la última década.