La propaganda es el gran sensibilizador de la opinión pública, hasta que llega la publicidad y hace del manejo sublimado de la percepción social el verdadero gobierno, el que dicta lo que sí y lo que no se puede hacer. La propaganda y la publicidad serían dos embusteros o un par de impostores, si no tuviesen como base de su comunicación persuasiva lo que han podido abrevar en la psicología y el psicoanálisis: el conocimiento del hombre en sus escalas racional, pulsional, emocional, sentimental y visceral. Detrás de cualquier encuadre propagandístico o publicitario siempre hay una idea de cómo usar al individuo y a la masa para los fines de tal o cual propaganda o publicidad, pues no hay imagen a la que no sustente un edificio de palabras y, por consiguiente, una filosofía del hombre. La propaganda es un aparato rústico y mostrenco hecho con los rudimentos del oficio y con una idea y una comprensión muy elementales del hombre. Aun así, la propaganda y el modo de usarla contribuyeron a endiosar a personajes tan deleznables y nauseabundos como Hitler, Mussolini, Stalin y otros. Algo distinto a la propaganda fue la publicidad, superación de aquella; pero lo que vino a superar a ambas por su conocimiento orgánico del hombre fue la mercadotecnia, una disciplina que, desde el apogeo de la Internet y las redes sociales, no es sólo una suerte de padre nuestro cibernético sino el verdadero gobierno simbólico de nuestras sociedades. Aparte de que hay en las naciones una especie de subconsciente autoritario, movido por lo que unos llaman “nostalgia del padre” y otros “búsqueda del padre ausente”, lo cierto es que han sido la propaganda, la publicidad y las modernas estrategias de marketing las que han sabido capitalizar el conocimiento antropológico, histórico, psicológico y existencial del hombre en su propio beneficio. Hoy el liderazgo radica en situarse a la vanguardia en el manejo de la nuevas TIC´s, pero no sólo en ello: también en poseer un bagaje considerable de conocimiento y en saber clasificarlo y usarlo en el momento más sorpresiva e inesperadamente oportuno. Desde este punto de vista, podría decirse que el canadiense Marshal McLuhan es un rostro perdido en la prehistoria, mas no así Gustav Le Bon, el prestigiado autor de “Psicología de las multitudes”, ni Nicholas Negroponte, el celebrado y visionario autor de “Ser digital”. Octavio Paz postuló como categoría “El mono gramático”, para referirse al hecho de que somos y estamos hechos de palabras; Felipe Martínez Rizo hizo algo revolucionario en su tiempo, cuando llamó al hombre, indistintamente, animal o mono semiótico. Lo revolucionario radica, en este caso, en usar el joven sustantivo de semiología para denominar a una rama intelectual o a una de las tribus culturales del hombre. No sé si acerté al titular a estas notas “El mono mediático”; quizás debí encabezarlas “El mono cibernético” o “El mono cibernáutico”, más descriptivo y realista sobre la condición actual del hombre, bombardeado por hilos y ethos informáticos de la amorfa pluralidad del caos, en los que las tareas de ser y vivir suelen crear más acertijos que respuestas a la altura del ciudadano. Sé, en cambio, que el asunto que me propuse plantear y la temperatura de las ideas son lo adecuado para la coyuntura actual, en la cual la cantidad de información atropella la calidad de la misma, sin dejar de advertir que hay un gran empobrecimiento teórico, lingüístico y cultural en mucho de lo que hoy circula en medios digitales y redes sociales. Si en la era de la propaganda los sueños de la razón crearon masas de fanáticos para adorar al “Superhombre” y monstruos que acabaron por devorar a la misma masa que se proponían liberar y redimir, hoy la publicidad y la mercadotecnia de la élite están contribuyendo a la dislocación de la racionalidad y a crear el totalitarismo sin rostro de lo banal, lo superficial e intrascendente, como un mal pandémico que invade y sofoca a nuestras sociedades impidiéndoles pensar. La peor renuncia que puede experimentar una sociedad en peligro es la renuncia a razonar, porque es en atmósferas de retóricas vacías, en las que se sacrifica el logos, donde florecen el demagogo popular guiado por el puro impulso y el gobernante mediocre. La publicidad y la mercadotecnia no sólo gobiernan la realidad mientras la manipulan, también extienden su dominio en la batalla de las percepciones que modulan la realidad. Este es el verdadero peligro en una sociedad como la nuestra: acabar aplaudiendo y endiosando a políticos y gobernantes que sirven al imperio de su bolsillo y su chequera, más que a los justos y sentidos reclamos de la sociedad. Lo peor que ocurre en algunas épocas es esto: la masa suplica por una figura que piense y decida por ella, porque -hija de pereza mental- es incapaz de hacerse cargo de sí misma y de su propio destino. Por tanto, para el demagogo y el aspirante a tirano o dictador, la masa social perfecta es la que ha renunciado a pensar y sólo espera el tentempié o el mendrugo “generoso” del gobierno, para reproducir en su conducta lo que le ha ordenado el marketing. PisapapelesEscribió José Vasconcelos: “Un pueblo que pierde la fuerza necesaria para sacudirse el yugo acaba por venerarlo”. leglezquin@yahoo.com