Ines Alveano Aguerrebere Esta semana siento una basurita en el ánimo. No me había pasado cuando recién llegué después de estar casi un año fuera del país. Me puse melancólica al diseñar una presentación con fotos sobre la infraestructura en Ámsterdam. Las imágenes muestran, entre otras cosas, la seguridad y la comodidad para las personas en bicicleta. Mientras escribo esto, me pregunto a qué se deberá mi tristeza o añoranza. Algunas personas que conocí en Países Bajos me preguntaron por qué regresaba a México. Desde su perspectiva, quien llega allá, siempre elije quedarse. Y es que a pesar de los problemas que yo atestigüé, es un país muy bondadoso con su gente. Sus sistemas de educación, de salud y de seguridad social funcionan casi a la perfección. El transporte público es envidiable y los trenes de pasajeros una delicia. Pero yo tenía ganas de regresar. La vida allá es linda, pero me gusta más la de acá. Definitivamente no echo de menos moverme en bicicleta (acá en Morelia la sigo usando como siempre para ir a trabajar y para mandados cerca de mi casa). Quizás sí añore la calidad de los trayectos. Allá siempre sombreados/iluminados, atractivos y seguros. Acá no me atrevería a moverme de un lado a otro en bicicleta a la 1:00 de la mañana (cosa que hice cada fin de semana, debido a que trabajé como mesera para cubrir mis gastos). ¡Eso! Quizá una de las razones es la seguridad que experimentaba. No sólo me sentía a salvo de ser atropellada, sino que la calle en general se siente segura a cualquier hora… ¡para una mujer! (55 por ciento de las personas en bici en Ámsterdam son mujeres, desde niñas hasta ancianas de 70 y 80 años). ¿Qué otra cosa extraño? Quizás mis horarios. Aunque literalmente tenía dos trabajos, ambos me permitían iniciar sin despertar con prisa y sentirme siempre a las carreras. Quizás en las ciudades latinas el ritmo de vida es diferente… ¿Tendrá algo que ver el que México tiene las jornadas laborales más largas del mundo? (según datos de la OCDE “Perspectivas del empleo, 2017”). Y bueno, ahora que lo pienso, ver en Morelia las calles congestionadas, y saber que muchas personas (incluido Alfonso Martínez) piensan que un distribuidor vial o un paso a desnivel van a solucionar el problema, me llena de tristeza. Como ciudad, ya deberíamos estar pensando en qué haremos (hoy, hoy, hoy) para que el cambio climático no nos golpee. Por lo menos deberíamos estar llenando las calles de árboles. Holanda cometió (y sigue cometiendo) la equivocación de construir carreteras interurbanas (tanto dinero tienen), pero eso no afecta la calidad de vida urbana. Dentro de la ciudad, los trayectos en bici o en transporte público son equiparables en comodidad, seguridad y tiempo, a aquellos en vehículo particular. Además, sí tienen mucho arbolado y parques urbanos que -se ha demostrado- podrían a regular los cambios drásticos de temperatura. Sostiene mi ánimo el saber que acá entre 20 y 30 por ciento de los viajes son en auto (lo cual implica que una mayoría se mueve en otra cosa). Eso significa que si mejoráramos la calidad de los trayectos a pie, en bicicleta y en transporte público (lo cual es más económico que la infraestructura que están planeando los del municipio con SICT) estaríamos beneficiando a un 70 por ciento de la población. Eso sin contar que cuando las condiciones de estos medios suben, también se benefician las personas en auto. Hay mucho por hacer. Lo bueno es que el sentimiento actual no me impide pensar en cómo puedo cambiar la realidad mexicana empezando por transformar mi calle, mi colonia y mi ciudad y planear acciones alineadas.