Horacio Erik Avilés Martínez El lunes pasado se entregó el Premio ABC 2022, el reconocimiento a los maestros con más tradición en la nación. En esta ocasión se premió a diez personas en tres categorías diferentes, por desarrollar buenas prácticas como maestros, como líderes de una comunidad educativa y por realizar prácticas para fomentar la colaboración escuela - hogar para el aprendizaje socioemocional. El Premio ABC es organizado desde 2008 por Mexicanos Primero, una organización de la sociedad civil cuya misión es la defensa del derecho a aprender de la niñez y de la juventud mexicana. Sabedores de que, los primeros y principales respondientes institucionales de las garantías de las generaciones en formación son los trabajadores de la educación, se han hecho esfuerzos para reconocerles ampliamente, visibilizar y dignificar las condiciones en las cuales laboran, así como para promover mejores políticas públicas que permitan transformar la situación docente en la nación. Para tales efectos se ha diseñado un proceso transparente, con un jurado experto, con una convocatoria clara y emitida con meses de antelación para que puedan preparar debidamente sus expedientes los participantes. En esta edición hubo más de doscientos postulantes, quienes pusieron a disposición del comité evaluador las evidencias de sus respectivos méritos. Finalmente, en emotiva, inspiradora y digna ceremonia se dio entrega de los respectivos reconocimientos, que a su vez marcan su incorporación al grupo de maestros ABC que han sido premiados desde hace 14 años en nuestra nación y, con ello, a la serie de actividades de aprendizaje, de estímulo y participación que ello les conllevará. Es claro que este esfuerzo ciudadano es paradigmático, pero insuficiente si las autoridades educativas y, en general, los tomadores de decisiones no se involucran en lograr una justa transformación de las condiciones docentes en nuestro país. Reconocerlos comienza por conocerlos: empatizar con la situación en la cual se desenvuelven, su origen, su contexto, sus causas. La historia de las insurgencias en México ha sido encabezada o acompañada por maestros, quienes han sido parte activa del acrisolado de las mejores garantías con que cuenta nuestra patria para con sus habitantes. No es casual, los maestros viven diariamente los padecimientos, injusticias y abusos que los hijos de los ciudadanos más vulnerables padecen. Cumplir con brindarle al magisterio mejores condiciones laborales implica indefectiblemente hacer justicia social, para que los estudiantes tengan mínimamente alimentación, calzado, vestido, libros de texto, transporte y útiles escolares asegurados para estar en posibilidades de convivir, participar y aprender en las escuelas mexicanas. También, la revalorización docente pasa forzosamente por pagarles lo que se merecen. A trabajo igual, salario igual. No puede seguir habiendo maestros de primera y maestros de segunda, salarialmente hablando. Maestros en nivel máximo de Carrera Magisterial percibiendo más que el gobernador de Michoacán, mientras que otros reciben a destiempo e incompleto su pago, como los del Programa Nacional de Inglés. Tampoco, maestros tarjetizados y maestros-cheque; ni maestros FONE y maestros “deuda-pública”, como sucede en Michoacán a la fecha. Es necesario que no quede en el terreno de lo simbólico su salario. Que no sea solamente el aplauso, la manzana o la carta de agradecimiento de fin de cursos lo que los lleve más allá. El monto del salario -por supuesto, sujeto a desempeño- es muy importante, porque exhibe en qué nivel de la pirámide social el gobierno mexicano desea colocar a los trabajadores de la educación, por el hecho de serlo y por demostrar a la sociedad entera el valor que se les desea brindar a la profesión docente. A nivel agregado, nuestra nación sigue muy lejos de los porcentajes recomendados de gasto público destinado para el sistema educativo, siendo distante aún el ocho por ciento que recomiendan organismos internacionales. Otra trampa que hay que evitar al hablar de reconocimiento docente es confundir el desempeño de los maestros con su éxito. Podemos medir el desempeño de los profesores, pero el éxito de ellos siempre será una construcción social. Confundir los efectos con las causas resulta común en el reconocimiento docente, porque no se trata de un concurso, a ver quién logra que aprendan más y mejor, ni tampoco una especie de olimpiadas docentes, donde deban dibujar todo un mapa conceptual de cinco corrientes pedagógicas, que abarquen mínimamente tres siglos y veinte autores cada una de ellas. Mucho menos, el efectivismo de una malentendida carrera magisterial, a la cual se le boicotea por contar con una serie de puertas oscuras, donde solo quien sabe la contraseña puede subir por ese ascensor socioeconómico vitalicio, que tiene a un puñado de trabajadores de la educación en Michoacán cobrando salarios mensuales superiores a los del gobernador. Mucho menos se trata de compararlos entre sí, cuando resulta claro que los contextos socioeconómicos, emocionales y familiares de los estudiantes son irrepetibles, de por sí. Definir el significado preciso del éxito para la carrera de las y los maestros es materia de políticas públicas. Lamentablemente, durante muchos años ha permanecido en la indefinición, intentándose esbozar su significado a través de la medición del desempeño, lo cual por injusto, falaz y abusivo ha sido severamente reprochado por el magisterio, sus representantes, la sociedad civil, la academia y la oposición política en turno, entre otros actores. Por otra parte, también está el caso tramposo de aplaudir un éxito simulado. Se les brindan preseas a los maestros que son acuerdos políticos, por antigüedad o por default. Entonces, la carrera magisterial se convierte en una de resistencia, donde lo que hay que preservar es la salud, el poder seguir impartiendo clases sin que sea el ejercicio de la vocación docente en sí el factor significativo para obtener un reconocimiento de esta índole, vaciando de sentido el inmenso significado que implica por sí misma la identidad docente y generando ambigüedad. Sabedores de esos vacíos, hay espacios en los que se brindan preseas o reconocimientos a los docentes de forma arbitraria, donde simplemente circulan a las universidades un formato para que los directivos designen a los recipiendarios anuales de semejantes premios, que muchas veces son solamente consoladores para quienes teniendo todos los méritos necesarios para obtener un ascenso o un ajuste salarial favorable, se ven desplazados por alguien más joven, con más presencia física o que le resulta más simpático al gerente de la universidad, advenido en jurado calificador, burócrata de recursos humanos y verdugo a la vez. Los maestros no merecen esa clase de reconocimientos arbitrarios y opacos, que solamente generan suspicacias e inseguridades entre el universo docente, así como sospechas fundadas de socavar la imagen social docente. Tampoco se trata de brindarles mediante votos o popularidad manifiestas un reconocimiento al “empleado del mes”, mucho menos bajo criterios instrumentales. Se están formando seres humanos, no imprimiendo lonas, ni programando computadoras. Diseñar socialmente el éxito para los docentes implica centrarnos en construir participativamente el escenario donde la sociedad reconoce a las y los maestros su labor, les reivindica su dignidad e imagen y les retribuye con justicia y generosidad los servicios prestados a las generaciones en formación. Así, es tiempo de barruntar las trayectorias de éxito que deben existir para los profesores y para las comunidades educadoras. Así entendido, un premio como el ABC es también una propuesta para la política educativa nacional y estatal en particular. Se convierte en una muestra de lo que se puede lograr en caso de que se impulse la cultura del reconocimiento docente. Es un estudio de caso que puede generalizarse para promover escenarios exitosos para el magisterio, hacia los cuales se abran trayectorias exitosas para la carrera de las maestras y los maestros en México y sus entidades federativas, pero no por terracería: esto implica brindarles las mejores condiciones laborales, salariales, de infraestructura, equipamiento y, también para que desplieguen su creatividad en la innovación educativa, ante las condiciones imperantes. El Premio se convierte entonces, en cierta forma, en el ABC de la política pública para el reconocimiento, la reivindicación y la revalorización magisteriales. También el ejemplo del Premio ABC debe servir a la sociedad: que contribuya en la formación, actualización y reconocimiento de formadores quien quiera coadyuvar con el desarrollo de las generaciones del mañana. Toda generosidad y filantropismo hacia el magisterio no es más que un mínimo acto de justicia respecto a lo que han contribuido los educadores mexicanos con el desarrollo de nuestra nación. Los maestros deben tener rutas de éxito para recorrerse, con esfuerzo, vocación, talento e innovación se logren desarrollar. Que siga habiendo promoción vertical y horizontal, pero siempre justas, transparentes y apegadas al derecho de cada trabajador de la educación. Ejemplos de maestras y maestros virtuosos abundan en la historia de la educación nacional, pero es tiempo de reconocer y promover su desarrollo en vida, hacia esa cultura de la dignidad magisterial vocacionada, para que la contracultura de la carrera de la búsqueda del poder al seno del magisterio quede pronto en el olvido, por fraudulenta y abusiva. Nuestras maestras y maestros merecen reconocimiento, dignidad, justicia social y éxito. Sus comentarios son bienvenidos en eaviles@mexicanosprimero.org y en Twitter en @Erik_Aviles *Doctor en ciencias del desarrollo regional y director fundador de Mexicanos Primero, capítulo Michoacán.