Jorge Humberto Flores Romero En el último cuarto del año Morelia se ha sumergido en un maremágnum de festivales, que impactan en muchos de nuestros espacios públicos de la ciudad. Hoy por hoy se encuentra en curso el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), y como asiduo asistente al mismo y a otros importantes festivales que oferta nuestra ciudad, surgen algunas preguntas que es pertinente hacernos: ¿Cómo afectan estos eventos urbanos en nuestra ciudad a sus dinámicas cotidianas y a la comunidad que los usa? ¿Cómo afectan el espacio público urbano y cómo inciden en la inclusión y la diversidad de sus habitantes? ¿Cómo estos eventos transforman el espacio público cotidiano de manera temporal? Por otro lado, y según el sistema de información cultural (SIC México) la ciudad de Morelia tiene oficialmente 26 festivales, sin embargo, es un número que explota de manera logarítmica con el fenómeno post-pandemia, al elevar el número de estos eventos de carácter público y social a una cantidad estimada de 50 festivales al día de hoy, más los que se sigan acumulando. Esto significa que tenemos en la ciudad un promedio de 2 a 4 festivales por mes, parámetro que nos habla de una gran riqueza cultural desbordada en los espacios públicos de la ciudad, así como pone de relieve la importancia que poseen los festivales para el funcionamiento económico, social y cultural de la ciudad en la actualidad. Asimismo el cancelarlos o posponerlos pueden privar a algunos sectores de la ciudadanía de la oportunidad de tener un ingreso, mientras que otros sectores de la población pueden empobrecer sus vidas cultural o socialmente hablando; justamente podemos mencionar el caso del pospuesto festival WOMAD de Peter Gabriel, que al reflexionar a la distancia, se perdió una gran oportunidad, un festival internacional de gran trascendencia que impactaría muy positivamente en el crecimiento cultural, social y económico de la ciudad de Morelia, que desgraciadamente se vio truncado y cancelado por la pandemia. Es necesario recalcar que actualmente los festivales son una importante característica de las ciudades y que pueden ser comprendidos como celebraciones o atracciones turísticas en una determinada temporalidad, pero también como agentes de cambio urbano, que posibilitan desde la construcción de comunidad hasta la comercialización. Y son definidos como peculiaridades espaciales-temporales en la ciudad y determinados justamente por su contraste con la vida cotidiana, con el día a día de la ciudad; distritos urbanos re-desarrollados como lugares festivos y festivales adoptados como estrategias urbanas. Sin embargo, habrá que poner en la mesa que existen geografías en disputa con relación a los espacios y los lugares que ocupan los diversos festivales en la ciudad, y debemos de incorporar el importante rol de los festivales en la búsqueda de ciudades y políticas urbanas más justas, inclusivas y menos dirigidas hacia la comercialización urbana. A este último aspecto nos referimos al gravar con un boleto a estos eventos, puesto que estas acciones imponen obstáculos físicos y financieros que conducen a reducir la accesibilidad a muchos sectores sociales ya sea a los recintos o a los espacios públicos en donde se llevan a cabo. Igualmente, los festivales en la ciudad se han enfocado principalmente en su dimensión temporal y se le ha prestado muy poca atención a su ubicación en la ciudad, enfocándonos predominantemente sobre el centro histórico y muy deficientemente distribuidos en la mancha urbana, como patrones confeti, dado que son muy pocos eventos los que salen del centro histórico y se ubican en zonas sin acceso a las diversas manifestaciones de la cultura, por las grandes barreras físicas y económicas que implica el desplazamiento y el costo del boleto, lo cual hace prácticamente inaccesible el acceso para un sector de la población. Adicionalmente al limitado acceso, habría que agregar los siguientes datos que resultan alarmantes, pero que configuran un cruel reflejo de nuestra realidad nacional, según el diagnóstico, que forma parte del Plan Nacional de la Secretaría de Cultura Federal, casi un 60 por ciento de la población nacional nunca ha visitado un teatro y un 25 por ciento nunca ha ido a una función de cine, datos que ponen en evidencia la gran tarea por emprender y el gran compromiso social que deben de manifestar y enfocar los mencionados eventos en nuestra ciudad. Me gustaría dejar claro que estos festivales han puesto de manifiesto la sobresaliente estructura caminable de nuestro centro histórico de Morelia, configurada a través de portales, andadores peatonales, calles, plazas y espacios religiosos, redes de espacio público urbano. Mismos que se convierten en una experiencia de disfrute al caminarlos en cualquier época del año y nuestro gran clima lo permite, pero es importante entender que esa red debe de ser expandida a otras geografías en la ciudad en miras de una ciudad más justa y equitativa. Definitivamente son tareas pendientes a realizar por nuestras dependencias culturales a nivel municipal, estatal y federal, grandes retos para abatir estas cifras que son el resultado de una distribución desigual de la infraestructura. Pero es precisamente replanteando conceptualmente los festivales, entendiéndolos como agentes de cambio urbano, y de esa manera poder hablar de una infraestructura cultural móvil. Que a través de esta se podría acercar a una más justa y equitativa distribución de los eventos culturales que se llevan a cabo en el espacio público, con la idea de contribuir a fortalecer y cohesionar las ideas de pertenencia e identidad para los ciudadanos, sin olvidar la importante función social del arte. colectivociudad@gmail.com