Leopoldo González El frío de diciembre es una invitación a hacer comunidad y a compartir con desprendimiento el calor del espíritu y el del cuerpo, pues es un mes lunar en el que el Solsticio de Invierno inaugura un cambio de estación y prepara lo que ha de nacer a un tiempo nuevo. Si hubiera que definir a diciembre por sus patrones culturales, sus cultos, sus rituales y su folclor, habría que decir que el mes más lunar del año es la casa de la tradición. Si una mirada al pasado despierta en nosotros la nostalgia de un apego o una querencia y la melancolía de un tiempo ido, ello significa que algo de ese pasado permanece vivo en nosotros y su ánima seguirá unida a nuestra piel hasta el último suspiro. Las primeras posadas se celebraron en el siglo XIII, en la alta Edad Media, en la comunidad de Valle Grecio, Italia, con el fin de hacer el recuerdo comunitario de la venida de Jesucristo a la tierra. El antecedente de nuestras posadas son las fiestas que la tribu de los alcolhuas consagraba a Huitzilopochtli, el dios de la guerra, que tenían lugar entre el 7 y el 26 de diciembre, las cuales coincidían con la víspera de Navidad y Noche Buena. No obstante, la fecha oficial de las primeras posadas, llamadas entonces misas “de aguinaldo”, es la de 1587, cuando fray Diego de Soria obtuvo el permiso del Papa Sixto V para celebrarlas, siendo párroco en el risueño pueblito de San Agustín Acolman. El origen exacto de la Piñata es incierto, pues se dice que ya en el siglo XIV China celebraba el Año Nuevo rompiendo una Piñata; también, que Marco Polo llevó esta tradición a Europa, luego de sus continuas expediciones por el gran Khan; asimismo, se afirma que para los mayas el solsticio de invierno era un evento importante, pues significaba la celebración del cumpleaños de Huitzilopochtli, que a su vez -según los indígenas- era el responsable de ahuyentar a las fuerzas malignas del Valle de Anáhuac. Los “Nacimientos”, como representaciones del nacimiento del niño Jesús, se originaron en la región de Asís, en Italia, por la autorización del Papa a los monjes franciscanos para simbolizar y perpetuar el inicio del tiempo de Adviento entre las aldeas y comunidades cristianas de Italia. Antiguamente, la Navidad era una fiesta pagana; sin embargo, la conmemoración religiosa se originó en el año 354 de nuestra era, cuando el obispo de Roma instituyó el día 25 de diciembre como recordativo del nacimiento de Cristo. La tradición del árbol de Navidad, que proviene de las costumbres paganas, tiene su origen oficialmente cristiano en la ciudad de Strassburg, Alemania, en 1688. Las pastorelas, promovidas e impulsadas por la orden de los agustinos, son el género literario en el que se refieren las confrontaciones del bien y el mal: uno y otro se disputan las almas de los pastores y el dominio de las creencias populares, a partir del brillo místico del Arcángel San Gabriel y la seducción del mal representada por Mefistófeles. El villancico nació en Italia a principios del siglo XIII; estas canciones de Navidad se hicieron populares en todo el país y luego fueron conocidas en Francia, España, Alemania e Inglaterra. Los primeros villancicos fueron sólo cantos folclóricos; los que conocimos hasta hace unos años, de clara manufactura religiosa, aparecieron y fueron conocidos por primera vez en el siglo XVIII. Se atribuye a Martín Lutero la costumbre de iluminar el propio aposento con las luces de Navidad. Se cuenta que, al pasear por el campo durante una Nochebuena, vio el resplandor del cielo cuajado de estrellas, cuya luz argentina rielaba en la nieve, y decidió proyectar aquella escena en su casa: iluminó con velas el pino que adornaba la sala, y de ahí surgieron las luces de Navidad. Las tarjetas de Navidad tienen un origen curioso y accidentado. En 1843, el londinense Henry Cole tuvo la idea de enviar unas tarjetas de Navidad a sus amigos; al año siguiente hizo lo mismo, pero esta vez colocó en ellas la siguiente leyenda: “Felices pascuas y próspero año nuevo”. Un vendedor de tarjetas captó la idea y de inmediato comenzó a fabricarlas de esa manera, con un éxito rotundo. Al poco tiempo la costumbre se extendió por toda Inglaterra, superó las fronteras de ese país y llegó a ser replicada en todo el mundo. Al margen de lo que representa la fuerza de la costumbre o la de una tradición en nuestras vidas, lo cierto es que somos ´animales de costumbres´ y mucho de lo que hagamos hoy, de forma inconsciente, se dirige a homenajear, a reivindicar o a resucitar un pasado. Tal vez diciembre es el mes del año que más recuerda lo precario de nuestra condición; quizás es, también, el mes en que nos sentimos más solos que de costumbre; quizás es el mes que más nos recuerda nuestro desprendimiento del Absoluto. Sea de ello lo que fuere, diciembre también nos recuerda que la ración de espacio y de tiempo que habitamos es lo que hace la diferencia en el universo, pues sin el ser que somos y sin la escala de ser que representamos, el mundo estaría terrible e irremediablemente mutilado o incompleto. Pisapapeles El mejor momento para preguntar qué somos y qué hacemos en el mundo, es aquel en el que nos asomamos con esperanza a contemplar la maravillosa criatura que somos. leglezquin@yahoo.com