Culto guadalupano: entre la fe, la fiesta y una construcción social

El dogma católico, que sirvió para la pacificación de los indígenas en la época colonial, ha mutado a la mera festividad

Foto, Víctor Ramírez.

José Luis Ceja / La Voz de Michoacán

Jiquilpan. -En el contexto general, el practicante del “guadalupanismo” desconoce los fundamentos de su fe y se guía por las tradiciones y costumbres de su entorno; en ese sentido y de acuerdo con Raúl Villanueva Arceo, director de Casa de Cultura de Villamar y cronista municipal, ante la falta de fundamentos tanto teológicos como históricos los guadalupanos no encuentran herramientas para argumentar la defensa de su advocación frente a otras vertientes del cristianismo, o como les llaman “hermanos separados”, esto es antiguos católicos que abrazaron una fe diferente.

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“Si no referimos a la fe del catolicismo en sí está disminuyendo, la gente se va más por la algarabía, la fiesta y el ruido que por una fe auténtica; incluso entre los católicos se duda de los dogmas en torno a la virgen de Guadalupe y dicen que fue una mujer como cualquier otra”. En ese sentido, el practicante del catolicismo desconoce los textos bíblicos que refieren los temas relacionados a la virgen María, habida cuenta de que la virgen de Guadalupe es una de tantas advocaciones a la madre de Jesús.

“Desde ahí vienen los dogmas de fe que se han perdido; en torno a la virgen de Guadalupe hay cuatro dogmas, que es la madre de Dios, que concibió a través del Espíritu Santo, que fue ascendida en cuerpo y alma al reino de Dios y que se apareció por primera vez el 9 de noviembre de 1531”, expuso.

A estos dogmas, dijo, se oponen teorías y trabajos académicos que hablan de la virgen de Guadalupe como una construcción social empleada para concretar la evangelización en América o los cuestionamientos respecto al ayate de Juan Diego. “Tiene alrededor de 500 años y no se ha despintado y los científicos no se han explicado qué es lo que ocurre, la gente que va a las peregrinaciones, por ejemplo, veo la peregrinación de Jiquilpan de los hombres el día 11 en la que participan 15 mil hombres, pero me pregunto cuántos de esos 15 mil varones se confesaron para participar, cuántos van, como lo obliga la iglesia católica, cada domingo a misa”.

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Es este desconocimiento y el embate de propuestas que se oponen al dogma guadalupano lo que ha generado una silenciosa salida de las filas del cataclismo a otras confesiones.

Herramienta de colonización

Si bien para los católicos el culto guadalupano es incuestionable, las versiones sobre la ‘creación’ de una virgen por encargo de la iglesia católica para acelerar el proceso de la evangelización de la Nueva España y su utilización posterior como símbolo de polarización durante la guerra de Independencia entre criollos y españoles, como citan Francisco Covarrubias Villa y Margarita Ojeda Sampson en ‘Poblamiento y agricultura de la Ciénaga de Chapala’, del Instituto de Investigaciones Sociales y Humanas (IPN, 2009) han penetrado lenta pero inexorablemente en el imaginario popular.

“Lamentablemente no pueden saber más ellos que un verdadero científico que no ha podido demostrar por qué la imagen de la virgen de Guadalupe está levitando y no lo digo yo, un científico que no ha podido demostrar por qué un apóstata que quiso quemar el lienzo de la virgen de Guadalupe con ácido hace muchísimos años no lo consiguió y se está borrando la mancha de ácido”, dijo Villanueva Arceo.

Tras el análisis de los textos académicos se desprende que a lo largo de la dominación española en México la iglesia tuvo un papel primordial y fue consulta obligada en las decisiones de las autoridades civiles de la Colonia y de los pueblos como Jiquilpan, situado entonces al pie de un monte llamado Apanaxán, hasta donde llegaban las aguas del mar chapálico donde los franciscanos comenzaron a levantar su primitivo templo y su convento para la evangelización de los naturales.

Escuelas, templos, conventos y hospitales fueron fundados por los hombres de fe en todo el territorio; hombres y nombres como los de fray Jacobo Daciano, fray Juan de San Miguel y fray Alonso de Pineda alcanzaron su lugar en la historia merced a la construcción de templos que a la postre servirían para dar nombre castellanizado a poblaciones como Xiquilpa-Huanimban San Francisco.

Como única medida de escape a la concepción del infierno que implantaron los españoles entre los temores más brutales de los indígenas, la iglesia, a los ojos de los naturales guardaba proporciones de poder superiores al virrey y al mismo rey de España.

La iglesia era la fuerza hegemónica que decidía prácticamente todo en la vida de los sujetos, pues administraba las tierras y otorgaba o no préstamos a los individuos para que realizaran sus actividades económicas al extremo de que casi todas las personas que contaban con una mínima capacidad económica debían dinero a la iglesia.

Es así que a partir de la Conquista, iglesia y Estado fincaron las bases de la organización política y eclesiástica de las regiones ocupadas en las que la principal arma para el sometimiento de las razas naturales, la religión y la construcción de símbolos religiosos se volvió contra la Corona en las cercanías de 1810, pues los criollos, hijos de españoles nacidos en América, encontraron en la construcción de estos símbolos el material que pudiera amalgamar las ansias de libertad, vida y poder de indios, mestizos, negros y criollos.

En ese sentido y de acuerdo a Francisco Covarrubias y Alejandra Ojeda, el acierto político más importante del grupo criollo fue la construcción de la imagen y el símbolo de la virgen de Guadalupe, que se convirtió en el icono protector de los Insurgentes. “En el momento de la separación política de España, la virgen de Guadalupe encontró su máximo estatus como símbolo político y religioso de los mexicanos”.

Cultos mariano y guadalupano

Amparando insurgentes y realistas, las imágenes de las vírgenes de Guadalupe y de Los Remedios, respectivamente, se constituyeron en figuras relevantes en el movimiento armado de 1810 ya que en el Siglo XIX se buscó personificar en las imágenes sagradas las luchas ideológicas de realistas e insurgentes dando así una visión maniquea de esta lucha.

De hecho, el culto a la virgen de Los Remedios, Cocotzin (Señora niña) es el más antiguo de los cultos marianos en la Nueva España, de acuerdo a Francisco Miranda quien ubica la devoción a la virgen de Guadalupe, Tonantzin (madre) como el segundo culto mariano en antigüedad.

La división entre los habitantes de la Nueva España durante el movimiento insurgente se acrecentó con el factor religioso ya que se dio un franco antagonismo entre los partidarios de cada uno de los cultos. En ese sentido, la diferencia de la fortaleza de cada uno de los ejércitos confrontados a partir de 1810 pudiera medirse más en la autenticidad de sus estandartes religiosos que en el número de combatientes.

La virgen de Los Remedios, llamada también “La Generala” por la usanza de ataviarla con el uniforme realista y la virgen de Guadalupe identificada desde el inicio de su culto con la gente de tez morena dieron otro color a la revuelta emprendida en estas tierras por los criollos quienes desde el inicio marcaron la rebelión como pro Guadalupana y pro Fernandista. Durante estos años de la Guerra de insurgencia y en el momento de la separación política de España, la virgen de Guadalupe encontró su máximo estatus como un símbolo religioso y político de los mexicanos

Para algunos historiadores el acierto político más importante del grupo criollo de la Nueva España fue la construcción de la imagen de la virgen de Guadalupe como un símbolo integrador que lograba satisfacer las necesidades espirituales de los indígenas y fundamentaba la idea de que el pueblo mexicano era distinto al español.

Mientras el carácter pro imperial de la virgen de Los Remedios se remonta a los primeros años posteriores a la Conquista cuando Hernán Cortés derriba los ídolos del Templo Mayor para colocar en su lugar la imagen de la virgen.

De esta suerte las titulares de los dos cultos marianos con mayor antigüedad en lo que hoy es México se vieron pues en bandos distintos y confrontados por cuestiones de raza, libertad y patria además de marchar como estandartes en las batallas registradas durante la gesta de Independencia.

Foto, Víctor Ramírez.

La peregrinación de Jiquilpan y los prometeos

Miles de varones parten cada 11 de diciembre, apenas entrando la noche, del estadio 18 de Marzo rumbo al santuario de la virgen de Guadalupe en una edición más de la Peregrinación de los Faroles en la que participan de manera exclusiva los hombres de esta demarcación.

El recorrido es encabezado por los jóvenes de la Antorcha Guadalupana quienes arriban de la capital del país portando el fuego encendido en la Basílica de Guadalupe; el recorrido se realiza por diversas calles de la municipalidad por lo que desde temprana hora los elementos de tránsito municipal se encargan de retirar los vehículos estacionados en las rúas por donde pasará la procesión.

De acuerdo a los participantes, este evento se celebra de manera formal desde hace casi medio siglo y su recorrido ha venido variando constantemente; para esta procesión los varones del pueblo se concentran en el estadio municipal en espera de la llegada de los antorchistas, quienes realizan primero un recorrido por las calles de la ciudad en la que son recibidos como los portadores de la luz que inunda de esperanza y alegría los corazones, las madres, esposas, hijas y hermanas de estos hombres les reciben con flores como si se tratara de héroes de épicas batallas para después asistir a la misa en su honor en el mismo espacio deportivo.

Luego de los antorchistas siguen los hombres con hachones de fuego que inundan de humo las calles y posteriormente los varones se agrupan en filas de tres en fondo de acuerdo al color de su farol que llevan los mismos colores de la bandera nacional y entonan cantos a la madre de dios, las bandera de todas las naciones católicas recorren las calles de la ciudad, el ambiente se inunda con el rumor del Rosario que rezan los varones, hombre rudos, campesinos, obreros, oficinistas, funcionarios y autoridades se despojan de investiduras para formar una larga serpiente de luz que recorre las calles de la ciudad hasta besar los pies del santuario guadalupano.