Inés Alveano Aguerrebere Un kilo de más al año es algo que no pedimos en Navidad, y sin embargo es el promedio de peso que subimos las personas mexicanas cada año, según el director adjunto del Centro de Investigación en Nutrición y Salud del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), Juan Rivera (en charla con Excélsior). Independientemente de si fue por los excesos que nos permitimos durante el maratón Guadalupe-Reyes, o si los ganamos paulatinamente, el hecho es que ese kilo de más, pocas personas lo vuelven a perder. No dudo que habrá gente disciplinada que lo hará como uno de sus propósitos del año, pero son las menos. Para colmo de males (de por sí ya somos el segundo país con más gordos del mundo -después de Estados Unidos, y el primero en sobrepeso y obesidad infantil), a nivel individual estos kilos no se reparten homogéneamente. En General, gana más peso cada año, quien más pesa. Es decir que alguien que ya tenía sobrepeso, e incluso obesidad está más expuesto a sumar más de un kilo al año. A lo largo de 10 años, ya son 10 kilos de más. Los daños a la salud derivados -entre otros factores- por el exceso de peso (como la diabetes, la hipertensión arterial, el síndrome metabólico, etc) forman parte de las epidemias actuales (incluso se considera una pandemia, o sea epidemia mundial, aunque no sea contagiosa como la COVID-19). Y aunque se crea que la persona es la única responsable de su estado, lo cierto es que es un problema de salud pública –que nos concierne a todos- causado en gran medida por el entorno. Es verdad que nuestra alimentación ha cambiado (más carbohidratos, grasas y alimentos procesados industrialmente) a la par que nuestros estilos de vida (más televisión, más actividades pasivas y menos activas), sin embargo, no nos hemos percatado de que los cambios en la forma de la ciudad han promovido conductas poco saludables de la población. Las ciudades orientadas a los autos, en lugar de las personas, promueven el sedentarismo, la falta de convivencia (los vecinos ya no se conocen entre ellos), la intolerancia, la discriminación (los automovilistas por encima de las personas a pie y en bici), la falta de respeto por la dignidad humana, la violencia vial, así como las enfermedades por la contaminación atmosférica. Los tomadores de decisiones y muchas personas siguen pensando que ampliar una avenida, o construir un distribuidor vial son acciones que elevan la calidad de vida de la población. Sin embargo, lo que logran (a pesar de que no lo quieran aceptar, con todas las evidencias a nivel internacional disponibles) es todo lo contrario. Las ciudades cada vez son más hostiles, más contaminadas y ofrecen menor calidad de vida (y oportunidades) a la mayoría de la gente. Por si ello fuera poco, las ciudades también nos hacen subir de peso al forzarnos a movernos en vehículos de motor y al quitarnos demasiado tiempo en desplazamientos. La pérdida de tiempo puede significar que tendremos menos tiempo y disposición para realizar una actividad física y para tener alimentación adecuada. Dice la ONU HÁBITAT que las personas que viven en áreas urbanas de baja densidad, es decir: sobre todo aquellas muy alejadas del centro, en general caminan menos, pesan más y tienen mayor riesgo a padecer hipertensión. Esto significa que si usted tiene unos kilitos de más podría perfectamente culpar a la mala planeación urbana de las últimas DÉCADAS Un cambio en la forma de planear las ciudades (el transporte, la vivienda, el diseño, etc.) ofrecería un cambio inmenso en muchos aspectos, empezando por la salud y la calidad de vida. Peatónico, un personaje reconocido a nivel mundial señala que debemos apoyar “las tres B”: bici, bus y banqueta . Esta Navidad tengo la esperanza de que nuestros gobiernos tomen un rumbo correcto y le apuesten a elevar la satisfacción de las personas que se mueven en medios distintos al auto, así como también a recuperar espacios urbanos inutilizados para destinarlos a vivienda social. Para que sea más fácil moverse a las personas sin auto.