Inés Alveano Aguerrebere Esto se va a poner cada vez más feo. Y no necesariamente estoy hablando de política, ni de crimen organizado y mucho menos de cambio climático. Tengo ya más de 30 años viviendo en esta ciudad de Morelia. Llegué a vivir acá, cuando mis padres decidieron salir de la ciudad de México por razones de seguridad y contaminación atmosférica. A mis 5 años de edad, poco observaba yo el estado de las banquetas, o de las calles. Tampoco tengo recuerdos claros de los 10 años y eso que me regresaba caminando de la escuela los viernes. Ignoro en que año habrá sido que empezamos a bromear con los turistas “Morelia te recibe con los baches abiertos”. Ahora, supongo que fueron los primeros indicios de que la infraestructura para la movilidad se estaba deteriorando a pasos agigantados. Hoy día, a excepción de las recién pavimentadas, o repavimentadas, que son pocas, las calles y banquetas tienen el peso del tiempo encima. Un urbanista reconocido de Monterey: Ricardo Padilla, ha hecho las cuentas. Para que su ciudad tenga las calles y avenidas en óptimo estado, se requieren más de 100 años de inversión. Esto es, al ritmo que se tiene ahora, y con el presupuesto incremental, como se supone que sea. Eso de hacer calles y avenidas nuevas solo empeora las cosas. Mientras más superficie tengamos pavimentada (y eso incluyen segundos pisos, distribuidores viales, pasos a desnivel), peor se pone el asunto. No hay dinero que alcance. Quizás hubiera alcanzado cuando las ciudades eran compactas, pero el panorama de que hayan crecido 7 veces más que la población, es desolador. Espero estar siendo clara. Independientemente de que quienes nos gobiernan estén robando, o sean unos ojos de agua en términos de transparencia, iremos de mal en peor. Nuestras calles –ya no se diga las banquetas- cada vez estarán más cacarizas. Oye Bartola, ahí te dejo esos dos pesos, pagas la renta, el teléfono y la luz. Es lo que parecemos decirles a nuestros gobernantes con nuestros impuestos. Y queremos que con esos dos pesos hagan maravillas. A menos que sean magos, o hagan milagros, el dinero ya nunca va a alcanzar para mantener tanto asfalto; tanta calle que nació cuando decidimos que estaba bien crecer infinitamente. ¿Les sueno pesimista? Solo estoy siendo realista. Urge un cambio de rumbo. Urge una persona cuyo liderazgo cambie radicalmente la dirección de las ciudades: no para que los ricos se quejen y los pobres estén tantito mejor, sino para que en general, la calidad de vida para una mayoría cambie, sin depender de lo que tiene en su bolsillo. Llámele ciudades humanas, ciudades caminables, ciudades feministas, ciudades aptas para personas de 8 y 80 años, ciudades cuidadoras, urbanismo 95... Urge una persona que demuestre voluntad y mano firme. Una persona que no tenga miedo de armar un plan para financiar una ciudad verdaderamente resiliente. Porque la forma que tengan las ciudades, la manera en que funcionen o fallen, también va a incidir en el incremento en la violencia, y en los efectos del cambio climático. Vamos en el mismo barco.