Leo Zuckermann Tuve la oportunidad de ver el estreno mundial de la película ‘Cassandro’ el viernes pasado. Me encantó. Gael García Bernal interpreta a Saúl Armendáriz quien hizo una carrera exitosa como luchador “exótico” con el nombre que lleva el filme. Se trata de la historia de un homosexual en un mundo homofóbico que se dedica a una profesión inherentemente machista. En este espacio ya he mencionado mi afición a la lucha libre cuando era joven. En aquella época, en el Toreo de Cuatro Caminos, había dos luchadores “exóticos”: Sergio El Hermoso y El Bello Greco. Ambos se vestían con capas de seda, se subían al ring con un ramo de rosas que aventaban al público acompañados de besos. Sus gestos eran afeminados. La idea era que parecieran homosexuales. Por eso les llamaban “exóticos”. El público, al unísono, les gritaba “putos, putos, putos…”. Ellos se reían y mandaban más besos frente a los cánticos ofensivos. Luego luchaban en contra de un par de machotes a los cuales los ponían en todo tipo de predicamentos por su homofobia. En ‘Cassandro’, se supone que los “exóticos” nunca le podían ganar a sus contrincantes. Yo no lo recuerdo así. A veces triunfaban y sus contrincantes se ponían fúricos porque un par de afeminados, presumiblemente homosexuales, los había derrotado. No todos los “exóticos” eran efectivamente homosexuales. Algunos, como El Bello Greco, solo actuaban. No era el caso de Saúl Armendáriz a quien sí le gustaban los hombres. La película de ‘Cassandro’ precisamente es la historia de un niño, joven y adulto quien tiene que vivir la discriminación por su preferencia sexual y que, caray, nada menos que decide convertirse en luchador. Su madre soltera lo adora y acepta plenamente su homosexualidad. No cuento más de la película salvo destacar la actuación genial de Gael García Bernal. Mis respetos al actor mexicano quien tuvo que aprender varios de los secretos del pancracio con el fin de parecer un luchador de verdad. En una escena fantástica, lo vemos pelear en contra del mismísimo Hijo del Santo. Soy de una generación donde la homosexualidad se escondía porque la sociedad la rechazaba. Había muchos prejuicios y discriminación por preferencias sexuales diferentes a la heterosexualidad. En la escuela, a los niños o jóvenes que se sospechaban que les gustaban los de su mismo género, se les ponía todo tipo de apodos denigrantes (yo recuerdo a uno que le decían Míster Joto). No recuerdo que les pegaran, pero vaya que los agredían verbalmente con frecuencia. Eso ha cambiado mucho, y para bien. Hoy la sociedad es más tolerante con la diversidad sexual. Existe un mayor respeto a la comunidad LGBTQ+. En México, se habla con más naturalidad de las lesbianas, gais, bisexuales y trans. El matrimonio igualitario, entre personas del mismo género, ya es legal en los 32 estados del país. En televisión, es frecuente observar personajes que no son heterosexuales. En este sentido, celebro la llegada de mi colega Genaro Lozano, quien siempre ha sido abiertamente gay, como conductor de un noticiario en Las Estrellas. No obstante, cuando salió al aire el nuevo programa de Genaro, no faltaron los cavernarios en las redes sociales que lo objetaron por su preferencia sexual. Por fortuna, también aparecieron los que salieron a criticar a los homofóbicos intolerantes que siguen existiendo en nuestro país. El hecho es que no podemos echar las campanas al vuelo en materia de igualdad y tolerancia con la comunidad LGBTQ+. Prevalecen conductas discriminatorias y violentas. De acuerdo a datos de un reporte de la Conapred, “un tercio de la población no estaría dispuesta a rentar una habitación a personas trans (36 por ciento) ni a personas lesbianas o gay (32 por ciento), y a cuatro de cada diez personas no les gustaría que una persona gay o lesbiana fuera electa para la Presidencia”. Otro dato más: “siete de cada diez personas LGBTI declararon haberse sentido discriminadas en espacios educativos y la mitad manifestó haber vivido, por lo menos una vez, situaciones de acoso, hostigamiento o discriminación en el trabajo”. Y, desde luego, cuando hay discriminación no puede faltar la violencia: “entre enero de 2013 y diciembre de 2017, se registraron al menos 381 asesinatos de personas LGBTI presuntamente vinculados con su orientación sexual o identidad o expresión de género”. Sí, hemos avanzado mucho, pero estamos lejos de resolver el problema de la discriminación y violencia por diversidad sexual. Por eso, para seguir aprendiendo y tolerando, resultan valiosas películas como ‘Cassandro’. Twitter: @leozuckermann