Texto: Erandi Avalos / Fotos: Pablo Aguinaco Ni la muerte, ni la fatalidad, ni la ansiedad, pueden producir la insoportable desesperación que resulta de perder la propia identidad. H. P. Lovecraft Los mitos fundacionales están presentes en todas las culturas antiguas. Su función es tan rica como compleja y contienen información histórica que dota de unidad e identidad a un pueblo. El mito se compone de elementos sacros universales y también específicos de cada lugar y tiempo, y se actualiza periódicamente para dar sentido a nuestra existencia y para conectar con una realidad que no es mundana. En el aspecto social es la forma en la que una cosmovisión se materializa y coadyuva a mantener una cohesión social activa, sana y fuerte. En el caso de las culturas precolombinas estos mitos y sus respectivos ritos fueron censurados, aunque parte de esa sabiduría quedó salvada entre el sincretismo resultante y también en el inconsciente colectivo, propuesto por Carl Jung. La mayoría de esa forma de vida pasada tal cual fue, está perdida, sin embargo, la naturaleza humana, y especialmente la del pueblo p´urhépecha, es aguerrida y la fuerza de su gente ha logrado encender de nuevo ese fuego Ch’upiri Jimbaŋi, que desde hace cuatro décadas año con año se renueva en la celebración de la ceremonia Kurhikuaeri K’uinchekua, con lo cual, los p’urhépecha inician su año nuevo, el Juchari Uéxurhini. Itinerando por sus cuatro regiones: Sierra, Cañada, Lacustre y Ciénega, respectivamente, en esta ocasión tiene lugar en la comunidad lacustre (o ex lacustre, debido a la sequía del Lago de Pátzcuaro) de Erongarícuaro, que se convertirá esos días en un espacio simbólico. Dirigidos por las respetables personas mayores Tata K’eriecha, desde el día 31 de enero hasta la madrugada del 2 de febrero, celebrarán y agradecerán a la deidad solar Kurhikuaeri, encendiendo el fuego con la técnica ancestral y tradicional de frotamiento de piedras especiales y en consonancia con el trayecto de la Constelación de Orión o Araro Joskuecha. Ahí se rememorará la historia de los p’urhépecha y los asistentes compartirán el fuego en trozos de ocote para recibir la energía que otorga el fuego renovado. Se cerrará entonces un ciclo para dar comienzo a otro, utilizando parafernalia como el Kurhikua, el fuego mismo; una construcción temporal de piedra volcánica con forma de Cue, llamada Mindaskuarheta; la Anasïkukua o bandera de cuatro colores que representan el inicio de las regiones territoriales P'urhepecha. Muy importante también es el simbólico Ts'irikuarheta, un tipo de bastón ceremonial que está registrado, como otros elementos, en La Relación de Michoacán; consiste en una vara larga, con dos serpientes enroscadas labradas, que simbolizaban el poder de la sabiduría y la luz. La primera celebración contemporánea, interrumpida hasta entonces por cientos de años, ocurrió en Tzintzuntzan, en 1983 y asistieron no más de cien personas. Este año se esperan entre ocho mil y diez mil. Si bien todos somos bienvenidos, hay ciertas partes que solamente incumben a los p'urhépecha, y esa intimidad debe ser respetada porque este ritual no tiene un carácter turístico ni comercial. Es un momento de íntima conexión entre un grupo que ha logrado ir reconstruyendo su identidad con la dignidad que merece y que ha ido fortaleciendo su presencia ante un mundo que reclama la inclusión horizontal de los pueblos originarios. Lo que por años erróneamente pudo ser para muchos motivo de vergüenza, hoy es un orgullo que se reivindica a través de la evocación del mito del Fuego Nuevo que, aunque tiene aspectos festivos no es una fiesta, es un ritual que elude a un mito fundacional. En estos momentos sagrados, se conecta con los antepasados, con la comunidad, la espiritualidad y con el ser interior; además es un recordatorio de que los p´urhépecha y sus descendientes somos hijos de Kurhikuaeri, que es el fuego, es decir: hijos del sol. La autonomía organizativa de la Kurhikuaeri K’uinchekua, queda manifiesta al no permitirse la intromisión de asuntos políticos, ni partidistas ajenos a la comunidad P'urhépecha ni la presencia protagónica o proselitista de funcionarios federales, estatales, municipales o eclesiásticos en activo. Tampoco los típicos elementos de una feria de pueblo como juegos mecánicos, puestos de chucherías, ni venta de alcohol o enervantes. El ambiente de respeto y solemnidad, de alegría y comunión que se espera en esta legitimación identitaria, se antoja magnánimo e invita a asistir respetuosamente a ser parte de algo que en mayor o menor medida se encuentra en la sangre de muchos michoacanos: la herencia de la gran cultura p´urhépecha. ¡Juchari Uinhapikua!, ¡Juchari Uinhapikua!, ¡Juchari Uinhapikua! *Agradezco a Tata Pedro Victoriano Cira, por su apoyo para este artículo. Erandi Avalos, historiadora del arte y curadora independiente con un enfoque glocal e inclusivo. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte Sección México y curadora de la iniciativa holandesa-mexicana “La Pureza del Arte”. erandiavalos.curadora@gmail.com