Dante B. Martínez Vázquez Inicia un nuevo año y con ello, siempre vale la pena preguntarse sobre como medían el tiempo nuestros antepasados, y el caso del pueblo Purépecha o Tarasco, resalta por las pocas investigaciones que hay al respecto, no obstante, al igual que el resto de los pueblos americanos precolombinos, desarrollaron una aguda percepción sobre el cambio de las estaciones, el movimiento de los astros (como el sol y otras estrellas, la luna, el planeta Venus, entre otros), la duración del día y la noche, lo que les permitió utilizar un sistema calendario que les permitía medir el tiempo y así establecer una división entre días, meses y años. A esta forma de medir el tiempo, es decir su calendario, los Purépechas le llamaban “Juriyata” (el sol) o “Yónaqua” (el tiempo), lo que reafirma que era precisamente el movimiento solar lo que les permitía hacer cálculos para medir el tiempo y el lapso de tiempo que le tomaba a la Tierra dar una vuelta completa al “astro rey”. Hay que recalcar, que los Purépechas tenían dos calendarios: el calendario solar que fue un sistema de medición del tiempo a partir de la observación del sol, lo cual les permitió crear un calendario que estaba dividido en 18 meses de 20 días con cinco días “aciagos”, para dar un total de 365 días, que conformaban al año o “Uexurini”. Al día como concepto, los Purépechas precisamente le llamaban “Jiriyaqua” pues de nueva cuenta, este estaba relacionado a la luz solar. El otro calendario con el que contaban los antiguos Purépechas, era el calendario lunar, o también llamado “calendario de la adivinación” conocido como: “Tonalpohualli” por los Mexicas. Este calendario a diferencia del solar, estaba divido en 20 meses lunares de 13 días (es decir 260 días), inclusive la palabra “mes” en los antiguos Purépechas era “Cutsi” que significa luna. El uso de este calendario se puede ver en un pasaje del documento La Relación de Michoacán, cuando un cacique del pueblo de Curínguaro de nombre Hiuacha, en una reunión con los príncipes Hirepan y Tangaxoan I, saca un pedazo de piel de venado en donde está dibujado uno de estos calendarios con sus signos de la adivinación (el venado, el jaguar, el mono, el pedernal, entre otros), pues según dicho relato, Hiuacha utilizaba este método para inferir acerca del momento más propicio para ir a la guerra. Ambos calendarios, son una herencia del legado cultural panmesoamericano que, dio inicio varios siglos atrás al desarrollo del imperio Purépecha o Tarasco; por ejemplo el calendario solar, todavía no se sabe con exactitud dónde y cuándo surgió, siendo Teotihuacan durante el período clásico (0-550 después de cristo), desde donde se difundió el uso de este tipo de calendarios, que son perceptibles en las llamadas “pecked cross” (un tipo de petrograbados habituales en varios puntos de la República Mexicana, incluido Michoacán). Por otro lado, el calendario de la adivinación o calendario lunar tiene sus antecedentes más remotos en el período formativo tardío (500-100 antes de Cristo) en Oaxaca y asociado a la cultura Zapoteca. Al haber zapotecas viviendo en la gran urbe de Teotihuacan, fue como se difundió este tipo de medición del tiempo hacia otras regiones de Mesoamérica. Regresando a los Purépechas, estos dividían su año en cuatro ciclos relacionados a las estaciones, pues tenían la “Tzitziquicuraransecua” que sería el equivalente a la primavera; la “Hozta” que vendría siendo el período de verano (temporada de calor); la “Haniscua” que sería la temporada de lluvias o el equivalente al otoño, y la “Iauansqua”, el tiempo de frío o invierno. Es así que al igual que otras sociedades mesoamericanas, los tarascos desarrollaron distintas fiestas relacionadas al siglo agrícola que seguramente se hacían cada veintena o mes solar; sin embargo, desafortunadamente no sabemos el nombre de las 18 fiestas que se hacían a lo largo del año, y las fuentes etnohistóricas del siglo XVI, solamente nos proveen datos de algunas de ellas, como es el caso de “Sicuindiro” (la fiesta de la desollación) que seguramente era la fiesta con la que daba inicio el año agrícola, pues era una fiesta dedicada a la petición de lluvias; por otro lado tenemos la fiesta “Charapu Zapi” o pequeña fiesta roja que seguramente se hacía en algún momento entre marzo y abril. Más tarde, la fiesta de Mascoto considerada por varios especialistas como el inicio de la siembra del maíz y otros productos agrícolas. La fiesta de “Cahera Consquaro” probablemente se hacía durante las grandes lluvias. Le siguen otras fiestas como, la de “Cuingo”, “Uapánscuaro” (la fiesta del maíz crecido), Caheri Uapánscuaro (la fiesta del gran maíz), Coríndaro (la fiesta de las tortillas), y hasta fiestas relacionadas a los tiempos de la guerra, como es el caso de las fiestas de Purécotaquaro (tiempo y lugar de reunión de los guerreros), “Hanzíuscuaro” (donde vuelven a arrastrar tras de sí el campo), Hiquándaro (la fiesta de la guerra), Hunisperéquaro (la fiesta de los huesos) y la tan mencionada por La Relación de Michoacán: “Equata Consquaro” o también llamada como “la fiesta de las flechas”, cuando el Irécha (máximo gobernante) repartía justicia entre los malos caciques, prisioneros y delincuentes. Es así como, en el Michoacán prehispánico, la sociedad Purépecha tenía un calendario que les permitía organizar no solamente su tiempo, sino también sus actividades, desde el ciclo agrícola, hasta los momentos de hacer entradas militares a otras regiones, que muy seguramente se hacía durante las secas o los tiempos de descanso de la tierra, con el fin de obtener valiosos botines además de la anexión de provincias tributarias que, les siguieran permitiendo el accionar de su imperio. De igual manera, siguen existiendo muchas incógnitas respecto al calendario Purépecha antiguo, pues aún no se sabe exactamente en qué fechas daba inicio el año, pero sí se habla un tiempo donde “se renovaban los cues” o se hacia el fuego nuevo que, actualmente se lleva a cabo durante la ceremonia del 1º de febrero. Para más información: Beltrán, Patricia. Cosmovisión y ritual en el Michoacán prehispánico. Universidad autónoma de Ciudad Juárez. (2012).Márquez, Pedro. Ambariequa-Haxequa: Religiosidad en el Yrechequa. Una visión endógena de Michoacán en el siglo XVI. Tesis de doctorado en estudios mesoamericanos. Universidad Nacional Autónoma de México. (2014). Dante Martínez Vázquez, licenciado en Arqueología por la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Colaborador de los proyectos PAPAPCSUM y REPIMTAR del centro INAH, Michoacán. Actualmente cursa la maestría en Historia en la facultad de Historia, de la UMSNH. Email: Dante_dalton@outlook.com Academia.edu / Dante Martínez Vázquez