DIEGO HERREJÓN AGUILERA En matemáticas, el teorema Rolle indica que, para una función continua dentro de un intervalo cerrado, dígase una línea de puntos infinitos y continuos pero acotados a cierto espacio dentro de un plano, donde su crecimiento cambia de sentido, o bien que su derivada cambia al menos una vez de signo, existe al menos un punto crítico. La característica de este punto es que su derivada es igual a cero; gráficamente, podemos observarlo dibujando una línea horizontal. Un punto quieto, sin inclinación alguna, tocando tan solo un punto de nuestra línea. En este punto sin signo vive el cuarto canto del infierno dantesco. La orla entre el fuego del infierno y lo humanamente inconcebible del paraíso católico. Dante Alighieri describe en este canto, propio del infierno, las circunstancias donde habitan las almas que han sido enviadas a este lugar: el fuego del infierno no los alcanza a tocar, no hay gritos de desesperación, habita el silencio y se escucha como Cristo tomó de este lugar muchas almas. De la palabra de Virgilio, quien acompaña en este borde ente el cielo y el infierno a Dante, se menciona como Cristo bajó con su muerte a este lugar de castigo para llevarse a su reino a todas esas almas del antiguo testamento quienes han seguido la palabra de Dios. Este canto es tomado del Evangelio apócrifo de Nicodemo, en donde, después de la crucifixión y acompañado de San Dimas, Cristo desciende hasta nuestro punto crítico; aquel limbo entre los gritos de dolor y el alivio del reino de Dios. La existencia de este punto no resulta canónica ni evidente para la verdad dogmática, sino que es propia de la historicidad teológica construida desde el medioevo hasta el siglo XX para dar una respuesta reconfortante para aquellos quienes han muerto con la mácula del pecado original, sin la fe de bautismo: en este punto cero se encuentran los niños quienes han muerto sin ser bautizados, las personas de bien quienes vivieron antes de Cristo y aquellos quienes han vivido sin conocer la doctrina cristiana o personas de otras religiones. La característica que engloba a este punto cero es la incertidumbre. Desde este punto podemos observar el martirio físico y el dolor agonizante, pero también conocemos la paz con la figura de Dios; sin embargo, no estamos en ninguno de los dos. Hago esta introducción para ejemplificar el dolor y la esperanza incierta de las familias víctimas de la desaparición forzada. Aquellas familias quienes por la ineficiencia burocrática del gobierno y por el contexto violento de nuestro país habitan tanto en la esperanza como en el duelo incompleto de saber algo del paradero de sus hijos, de sus padres o de sus parejas. Recientemente se estrenó en Netflix, de la dirección de Natalia Beristáin, la película Ruido, que además de contar con talento michoacano, relata el paisaje oscuro de nuestro país en cuestión de burocracia, violencia y angustia tratándose de las desapariciones forzadas. La película deja a la crítica del espectador la ineficiencia del cuerpo burocrático y policiaco de nuestro México. Con los ahora más de 109 mil desaparecidos registrados, cuyo nombre solo nos es posible saber gracias al ruido de las familias, el país atraviesa con lo peor de dos mundos: la burocracia saturada y no preparada con las olas más grandes de violencia jamás registradas en nuestro territorio. Por otro lado, se presenta la desesperación y el dolor de las familias. Los padres, los hermanos o las parejas sentimentales se fortalecen en asociaciones civiles para realizar una labor que no les compete: buscar sus familiares privados de libertad. Agrupamientos civiles que son por un lado, asediados por el crimen armado, mismos quienes ocultan los cuerpos de sus víctimas en fosas clandestinas, como también son olvidados e ignorados por el gobierno. Los casos sobran cuando es el momento de darle una cara a estas historias: está Cecilia Flores, fundadora de Madres buscadoras de Sonora y México, quien a pesar de las amenazas directas contra su vida y la de su colectivo y de la negativa de las autoridades federales en escucharla, arriesga diariamente su vida para encontrar a su hijo. También reconocemos el ruido de Cristo Villaseñor y de su familia que les permitió movilizar a un país para salir del limbo en el que habitaron con la desaparición de su hermana Jessica; quienes ahora se enfrentan con la burocracia judicial y su entorno carente de humanidad. Michoacán suma 2 mil 258 casos de personas desaparecidas en la entidad; multiplicándolo por el tamaño promedio del hogar, son 8,354 personas quienes habitan en el limbo de la incertidumbre, quienes esperan que su ruido y su voz, nublado por la cotidianidad y la normalización de la realidad violenta, sea escuchado por las autoridades quienes han perdido su humanidad. Todo esto para poder recibir una noticia, ya sea fatídica o balsámica, que sea mejor que el infierno del limbo en el que se encuentran. Retomando una frase de la película, “no están desaparecidos, ellos saben dónde están”. @DiegoHerrejonA