Jorge A. Amaral En sociedades altamente tradicionalistas como la mexicana, de manera cultural, tanto a hombres como mujeres se les asignan expectativas, valores de conducta y normas de acuerdo con el sexo, es decir que tanto a hombres como mujeres se les dice desde pequeños cómo actuar, pensar y sentir para encajar con roles prestablecidos. En el caso de los hombres, tales imposiciones van estrechamente ligadas con la masculinidad, entendida como una serie de atributos, valores y conductas “características” de su ser hombre en un entorno social y tiempo determinados. Por ende, según distintos autores, como Héctor Pizarro (“Porque soy hombre. Una nueva visión a la nueva masculinidad”, 2006), no existe una sola forma de ser hombre, pues aunque existen conductas generalizadas, cada individuo va adquiriendo su propias conductas, por lo que no se puede hablar de masculinidad, sino de masculinidades. Aun así, el modelo tradicional de masculinidad se basa esencialmente en cuatro elementos. En primer lugar, la restricción emocional (un hombre no habla sobre sus sentimientos, sobre todo frente a otros hombres): el hombre debe permanecer incólume. En segundo término, la obsesión por los logros y el éxito: la manera en que los hombres aprenden a relacionarse con otras personas se sustenta en el mito del ganador. En tercer lugar, ser “fuerte como un roble”: el hombre debe ser confiable durante una crisis, estoico y frío para solucionar los problemas. “Compórtate como hombre”, le ordena la educación tradicionalista; de lo contrario, estará actuando “como mujer”. En cuarto término, ser atrevido, aventurero, un competidor agresivo, que toma riesgos y no le teme a vivir en la orilla del precipicio. Para la filósofa Elisabeth Badinter, la identidad masculina se adquiere por oposición, negando el lado femenino; es decir, el hombre debe convencer a los demás de tres cosas: que no es una mujer, que no es un bebé y que no es homosexual. Esto manda en su comportamiento al siempre demostrar la heterosexualidad, tener siempre éxito en actividades clave, como el trabajo, el deporte o los negocios, y poner en claro su autoridad en el hogar u otros lugares y, además, no ser femenino. Si el hombre no encaja en estos aspectos, desde la visión tradicionalista se le ve como un fracaso, de ahí que, al depender de ello su masculinidad, ésta es sumamente débil, y dado que esta “fragilidad” en la masculinidad es el mayor de todos los miedos para muchos hombres, pueden llegar a reaccionar con violencia hacia sí mismos y otras personas, sobre todo mujeres. El poeta y escritor estadounidense Robert Bly, en su obra aboga por que se rescaten características positivas de la masculinidad, aquellas que permitan al hombre mantener su autoconfianza pero hacia una personalidad más pacífica, abierta y receptiva pero sin renunciar a su condición masculina. Por ello, el autor del libro “Iron John. A book about men” dice que los nuevos modelos de masculinidad deberán basarse en estas premisas: aceptar que es vulnerable, aprender a expresar emociones y sentimientos, aprender que no es malo pedir ayuda o apoyo, saber resolver conflictos sin violentar a los demás y, sobre todo, aceptar actitudes y comportamientos tradicionalmente etiquetados como femeninos, como elementos necesarios para un desarrollo humano integral. Estos modelos de masculinidad se basan en una concepción igualitaria, no jerárquica, y para ello el hombre no necesita medirse con base en sus éxitos personales, sino en la forma en que su labor y comportamientos impactan en la mejora de la sociedad y el entorno con los que se sienta responsablemente vinculado. Se trata, pues, de masculinidades replanteadas, antisexistas, antirracistas, antihomofóbicas y que busquen vivir su ser masculino desde la pluralidad y la apertura. En este sentido, la catedrática española Ángeles Carabí dice que las cualidades de las nuevas masculinidades implican que el hombre sea copartícipe de los cambios sociales a la par con las mujeres, no usar su poder para imponerse sobre los demás, aprender a disfrutar el trabajo y el entorno del hogar por igual, compartir labores domésticas y el cuidado de los hijos e hijas con su pareja, incitar a otros hombres a cambiar sus concepciones tradicionales, ser promotor de la no violencia desde la educación a los hijos, oponerse a las prácticas machistas y misóginas reconociendo las consecuencias negativas que esto ha traído, no sentir comprometida su masculinidad si dialoga de igual a igual con las mujeres, no ver amenazada su masculinidad por el trato y convivencia con personas de la comunidad LGBT+, erradicar los prejuicios sexistas u homofóbicos en la educación de los hijos. Lo anterior se resume en ser consciente de las limitaciones y peligros del modelo tradicional de masculinidad para entender la urgencia del cambio cultural y la necesidad de redefinir la hombría, con miras a construir una sociedad mucho más igualitaria y libre de violencia contra las mujeres. Entre las controversias que han salido a la luz a partir de los planteamientos feministas, especialmente del feminismo que aboga por la diversidad de identidades, ha surgido la propuesta de las nuevas masculinidades. Esta línea de análisis ha permitido replantear prácticas relacionadas con el género y comprender las formas de masculinidad que se han consolidado como hegemónicas y en muchas ocasiones violentas. Aunque es algo que está siempre en desarrollo, se pueden trazar algunos antecedentes y propuestas que han emergido, así como campos de acción importantes. Los enfoques de género suelen provocar malestar entre los conservadores, e incomodan porque cuestionan el lugar de cada quien en el mundo, obligan a reacomodar posiciones subjetivas, es decir, identidades y relaciones entre unas y otros. En este sentido, son malestares que generan una “incomodidad productiva”. Si se analizan las transformaciones sociales de los últimos años y se mira hacia las prácticas violentas con las que muchos hombres han tratado de reafirmar su propia virilidad, es posible notar que la masculinidad tradicional está en una crisis. Esta crisis se hace visible en la violencia hacia las mujeres, pero se relaciona también con distintos malestares de género experimentados por los propios hombres. Los enfoques de género han permitido poner atención en esto. Hacen posible comprender algunas cuestiones específicas sobre las relaciones, las subjetividades y los malestares que se han construido a través del binarismo de género. Hasta hace poco, el foco de atención en las perspectivas de género había estado centrado únicamente en las mujeres y en la feminidad. La masculinidad y sus valores habían permanecido como algo intocado, por lo que se hizo necesario crear modelos que ofrecieran nuevos lugares y roles (más equitativos y más libres de violencia) que no sólo se enfocaran en la experiencia de la mujer. Así, las nuevas masculinidades surgen como una alternativa a la masculinidad hegemónica. El término de “masculinidad hegemónica” se refiere a las conductas de masculinidad dominantes, lo que incluye los modelos más tradicionales de dominación por género; basados, por ejemplo, en mandatos como “los hombres no lloran”, “siempre son valientes”, “nada femeninos” o “incuestionablemente heterosexuales”. Se trata de los valores, las creencias, las actitudes, mitos, estereotipos o conductas que legitiman el poder y la autoridad de los hombres sobre las mujeres y sobre los hombres no heterosexuales. Esta masculinidad hegemónica ha dado origen a toda una forma de organización política y social basada en la idea del liderazgo del varón. No obstante, esta hegemonía también puede reproducirse en modelos alternativos y nuevos, por lo que el propio concepto de nuevas masculinidades se revisa constantemente desde la academia. Así, una de las bases para el replanteamiento de la masculinidad es su capacidad autorreflexiva y crítica hacia los distintos modelos, valores, prácticas y experiencias de la masculinidad. La coach empresarial para mujeres Ana Romero señala que el nuevo perfil masculino “es el de un hombre comprometido de manera activa con el cambio, rompiendo con el modelo tradicional, construyendo nuevos valores y referentes de masculinidad positivos, tolerantes, respetuosos y equitativos”. María Isabel Jociles Rubio, del Departamento de Antropología Social de la Universidad Complutense de Madrid, escribe en su trabajo “El estudio sobre las masculinidades” que la sociedad no cuenta con un ritual bien estructurado para indicar el grado de masculinidad en un varón, sino que en lugar de eso, por consenso se determinó que mientras que “la mujer es”, “el hombre se hace”: al varón se le desafía constantemente y desde la infancia con un “demuéstrame que eres macho”, esto a través de actividades como los deportes, en especial los de riesgo o que requieren gran resistencia o fuerza física, las borracheras, las “conquistas” amorosas y sexuales o algunas actividades lúdicas. Pero ante la prevalencia de esos códigos de conducta y pensamiento, los especialistas sostienen que la actitud varonil, y de igual manera la femenina, seguirán cambiando conforme pase el tiempo, adaptándose a los estándares sociales que se vayan implementando a medida que la concientización avance. Usted, ¿en qué siglo quiere vivir? Es cuánto.