Jaime Darío Oseguera Méndez Las políticas públicas tienen cierta racionalidad. A pesar de lo desprestigiado que está el ámbito político, en realidad hay una serie de elementos congruentes en el diseño de las decisiones públicas. El asunto lo descomponen regularmente quienes las ejecutan. Ha causado revuelo en la ciudad de Morelia, el gran lapso de tiempo que ha tomado para construir tres distribuidores viales en diferentes zonas. Esta semana se inauguró con bombo y platillo el distribuidor construido en la Avenida Siervo de la Nación, justo frente a esta casa editorial, iniciado hace casi dos años pero que se había programado desde hace más de una década. Varias son las particularidades de este puente que nos hacen reflexionar sobre la manera en que los políticos, administradores toman decisiones. El puente tiene un origen pecaminoso: fue financiado originalmente por la empresa Kansas City Southern ante la presión ciudadana por sacar al tren de la ciudad. Seguramente que sacar el patio de maniobras del tren de la parte suroeste de la ciudad desde hace décadas, es una decisión sumamente complicada costosa y arriesgada. La expansión urbana absorbió las vías del tren y éste se volvió un problema para el flujo vehicular, el movimiento de mercancías y, principalmente para la movilidad y bienestar de las personas que vienen a su paso. La empresa obviamente quiere hacer su negocio; así está planteada su presencia desde que el gobierno entregó a particulares los ferrocarriles en condiciones de franca opacidad y con severas sospechas de corrupción. Así se lo vendieron y necesitan hacerlo más productivo y eficiente porque esa es la lógica empresarial. De manera que no estarán muy interesados en hacer nuevos patios de maniobras porque representa una inversión fuera del interés de la concesionaria. Tampoco es tan fácil sacar al tren de la ciudad en función a la logística de las empresas a las que sirve. Tenemos una incipiente política de desarrollo industrial y pocas empresas que dan empleo en la entidad. Sería un error quitarles una de las pocas ventajas que tienen que es el movimiento de sus mercancías a través del ferrocarril. Son varios puntos de la ciudad en los que el tren va causando al mismo tiempo pérdidas de horas de trabajo que en realidad no han sido calculadas. Nadie sabe cuál es el costo de su paso por la ciudad. Lo cierto es que siempre hay una molestia, accidentes y se han dado hasta pérdida de vidas de manera que existe una presión ciudadana para sacar a tren de la ciudad. Esa es la razón por la que la empresa, en tiempos anteriores, sensibilizada por los propios políticos y en el afán de congraciarse con la ciudadanía, aportó una cantidad importante de dinero para hacer un puente en ese cruce. Había que hacerlo porque ahí estaba el dinero de la empresa dispuesta a participar con la ciudad para que las pérdidas sean menores al momento de su paso, ya sea cuando se detienen los vagones en las vialidades aledañas, pero, principalmente automovilistas que lo usen, personas que van a trabajar, ambulancias, transporte colectivo, seguridad pública, todo. Finalmente, ahí estaba el dinero y se hizo, pero el puente de Siervo de la Nación en su cruce con la Avenida Periodismo en la ciudad de Morelia no forma parte de una estrategia, sino de una ocurrencia y basta ir a verlo para confirmarlo. Resulta dolorosamente cómico, inusual, extravagante y francamente inútil su diseño. Originalmente se diseñó para que cuando pase el tren varias veces en el día no obstaculice la vida normal de la urbe; que todo se siga moviendo mientras el tren pasa, es un monumento al peligro, pone en riesgo a los automovilistas que lo usen, afecta el tránsito en las vialidades aledañas, pero principalmente no contempló a los peatones. Las personas que cruzan en esa importante arteria de la ciudad a pie o en bicicleta, tendrán que seguir ahí, esperando a que pase el tren a pesar de la fastuosa inversión que se hizo porque para ellos no hay paso. Es una franca estupidez. Muestra como dijimos antes, que no se trata de una solución sino de una salida; un impronto que no forma parte de un sistema de soluciones viales sino de “parches” que se han inventado dejando a Morelia en un subdesarrollo urbano desgarrador. Y es que la ciudad ha estado mal gobernada durante las últimas décadas. Los gobernantes han visto por su beneficio económico y político. Por eso se dedican a hacer banquetitas y calles que al poco tiempo se llenan de baches, sin pensar en un sistema de desarrollo y movilidad urbana para los próximos cincuenta años. Con un pensamiento pequeño, los gobernantes de la ciudad privilegiaron lo redituable “económica y políticamente” en obras chiquitas, con visiones miopes que sólo nos han traído retraso respecto del sistema de ciudades medias del país: Querétaro, León, Toluca, Aguascalientes, San Luis Potosí y no digamos Guadalajara o la propia Ciudad de México. Ninguna de las tres grandes obras de Morelia (los distribuidores viales de salida a Salamanca, Mil Cumbres y Siervo de la Nación) tiene contemplados a los peatones. Es un drama para la clase trabajadora, cuyos miembros usan el transporte colectivo y se mueven en esas zonas, sortear el paso de los vehículos, las obras eternas, en mal estado, sin supervisión ni vigilancia. Es un riesgo para la vida de las personas, mujeres que recogen a sus hijos o que van a trabajar; para los niños y jóvenes que se mueven a sus escuelas; para los discapacitados menos hay lugar en estas inteligentísimas obras. El peatón no existe. Si bien es cierto que son obras viales para mejorar el tránsito de vehículos, los peatones siguen viviendo, sufriendo y padeciendo los estragos de las decisiones a medias, insuficientes, mal planeadas y a final de cuentas interminables. ¿A quien se le ocurre, con semejante inversión, no tener un puente peatonal? Por las deficiencias notables que tiene, esa obra difícilmente agilizará o facilitará el movimiento urbano. Eso sí, a final de cuentas la empresa podrá decir que pagó su cuota para pasar por la ciudad.