“Quiero decirlo todo y saberlo todo y escucharlo todo, romper con el pacto de silencio que mantiene en aislamiento los temas dolorosos relacionados con la maternidad. Levanto la voz para que la historia adquiera vida propia y encuentre su sitio junto a otras mujeres.”Isabel Zapata, “In Vitro” Yazmin Espinoza Carretera, café, libros, letras, sueños, sonrisas, volcanes y atole de grano. Todos elementos de un fin de semana que nunca voy a poder olvidar y que me hizo recordar la magia de encontrar una tribu, y sentirte parte de algo más grande y poderoso. El Pueblo Mágico de Pátzcuaro fue la sede de la primera Residencia de Pequeñas Labores, un grupo que ya me había salvado una vez, allá en los comienzos de la pandemia cuando yo me estaba estrenando en la maternidad y tenía que hacerlo en medio de cuatro paredes obligada por el aislamiento ante el COVID-19. Mi alma sufría, mi cuerpo lo resentía, y un grupo de mujeres a través de la virtualidad me brindaron un abrazo, un mar de comprensión y letras, muchas letras para arroparme durante las noches de soledad y silencio que llegan con el cuidado de una recién nacida. Así, fui parte de la primera generación de Pequeñas Labores, un laboratorio de lectura y escritura sobre la maternidad que Mara Rahab, de Traspatio Librería, e Isabel Zapata, de Ediciones Antílope, organizaron para poder conectar con otras. Ahí fue que conocí las letras de Jazmina Barrera, Daniela Rea, Terry Tespest Williams y muchas otras. Fue también cuando Isabel nos dio una probadita de su “In vitro”, novela que publicó un año después y es testimonio de su entrada al mundo de la maternidad. Ahora su pequeña Aure ya tiene tres añitos. Desde el principio la valía de este proyecto se hizo notar, y actualmente son varias las generaciones de Pequeñas Labores “graduadas”. Sin embargo, faltaba algo más. Ahora que la pandemia se ha comenzado a superar, se sentía la enorme necesidad de reunirse cara a cara y poder sentir el calor de esos abrazos y esas sonrisas que antes se traducían en emojis a través del zoom. Así fue tomando forma la primera Residencia de Escritura en la que varias mujeres manejaron desde Ciudad de México para poder reunirse alrededor de un mismo objetivo, plasmar en papel sus experiencias y poder compartirlas con las otras. Como resultado, un total de nueve mujeres nos reunimos en una pequeña posada de Pátzcuaro durante cuatro intensos días en donde la actividad principal fue escribir y compartir. Cada una con una realidad diferente, cada una con su propio mar de desafíos y claroscuros, pero todas enamoradas de las letras y felices de haber encontrado una tribu con la cual hablar sobre todo aquello que nos atraviesa y nos hace sentirnos menos sola ante el desafío de la maternidad. Y es que, está claro que la lectura y la escritura fragmentaria son el pan de cada día de las madres, sin embargo, este fin de semana fue todo para nosotras, para liberar esas musas y demonios que nos habitan y compartirlos con otras. Ya lo decía Daniela Rea en su “Mientras las niñas duermen”: “Estoy en casa escribiendo y ambas niñas llegan a mi lado, Naira con unas tijeras para cortarme el pelo, Emilia gatea y me muestra que ya se puede parar. Mientras escribo esto, Naira me jala la cabeza y Emilia se mete entre mis piernas como un cachorro. Y yo pienso en todas las mujeres que han escrito así”. Escribimos, a pesar de ellas, y para ellas, escribimos. Escribimos para sentirnos menos solas, escribimos para sacar de adentro todo aquello que nos genera el abrazo fuerte de nuestros hijos, que a veces se siente a calor y otras, a ahogamiento. Escribimos para formar comunidad, para mostrarles a otras el camino, no como ejemplo de lo que se debe o no debe hacer, sino para sentirnos acompañadas y comprendidas. Quiero escribir esto para acompañar a otras, para que mi hija actual y la futura sepan que su mamá no es perfecta, que simplemente hizo lo mejor que pudo, esperando que eso fuera suficiente. También quiero que mis letras sea un abrazo para todas aquellas que toman la decisión de hacer su familia más grande, de aceptar el reto nuevamente, tal vez, un poquito más sabías, y seguramente mucho más cansadas. Creo, de manera honesta, que este es un momento en el que la voz de las mujeres está teniendo más escuchas, en el que nuestras maternidades están siendo vistas con nuevos ojos y más valor. Algo que necesitamos desesperadamente para sobrevivir porque, es la forma en que criamos a nuestros hijos, la manera en la que podemos cambiar el mundo. Así, nuestros textos son el testimonio con el que buscamos que otras se sientan menos solas en esta aventura, que se den cuenta de que la maternidad está saturada de momentos mágicos en medio de mucha oscuridad, que a veces se siente como si no fueras tú, y que el proceso de transformación es tan poderoso que la luz del otro lado puede llegar a cegarnos momentáneamente. Pero podemos lograrlo, juntas. Gracias a mi tribu por darme valor, por contenerme, y regalarme un fin de semana inolvidable. Sobre Yazmin Espinoza Comunicóloga enamorada del mundo del marketing y la publicidad. Apasionada de la literatura y el cine, escritora aficionada y periodista de corazón. Mamá primeriza. Lectora en búsqueda de grandes historias. Instagram: @historiasparamama