LEOPOLDO GONZÁLEZ Lo que le ocurrió a Hipólito Mora Chávez y a su primer círculo, el sábado pasado, en la tenencia de La Ruana, donde presuntos integrantes de una banda criminal los balearon en una refaccionaria, es una expresión no aislada del clima de zozobra, de descomposición y violencia que se ha apoderado del país. A estas alturas, cuando el síndrome de la sociedad insatisfecha crece y una adrenalina de agresión se abre paso en el comportamiento social, casi no hay rincón de México que esté a salvo de la violencia criminal en que naufraga todo el país. El mismo día del ataque a Hipólito Mora, con horas de diferencia, se comprobó el abuso de militares sobre cinco jóvenes asesinados en Nuevo Laredo; se conoció el asesinato de un exdiputado y su hijo en Veracruz; se informó una nueva arremetida del crimen organizado contra comunidades y rancherías indefensas en Zacatecas; trascendió la noticia de cuatro estadounidenses secuestrados en Matamoros (dos de los cuales están muertos) y, por si esto fuera poco, se dio a conocer la noticia de un reagrupamiento general del Movimiento de Autodefensas en el Estado de Guerrero. El país está mal y tiende a estar peor, de acuerdo con estadísticas e imágenes que los “otros datos” no pueden contradecir. En 2013, Ángel Aguirre Rivero tenía tan mal al vecino Estado de Guerrero, que por eso surgieron las autodefensas bajo el nombre de Policía Comunitaria en aquella entidad, buscando proteger a la gente de trabajo y de bien ante los abusos y tropelías que venía cometiendo, amparada en las sombras de la noche, la gente del “malamén”. Hasta 2012, Michoacán tuvo una trayectoria similar a la de Guerrero: la delincuencia organizada y la convencional, ambas con enfoque empresarial, tenían años esquilmando a pueblos perdidos e infiltrando estructuras de poder con la táctica del Caballo de Troya, hasta que el hartazgo social precipitó la formación del Movimiento de Autodefensas, meses después, en el corredor que va de Buenavista Tomatlán a Tepalcatepec, en una tierra más caliente que nunca. Entre otras cosas, el Michoacán que tiene memoria e información, y que además conoció el tejemaneje de esa época, aún cultiva una sana e inconmensurable gratitud hacia el breve periodo de gobierno de Leonel Godoy Rangel: su paso fugaz por la gubernatura evitó una descomposición y un colapso aún mayor en nuestra vida pública. Hoy, ese señor está en Morena. El atentado reciente contra Hipólito Mora, a juzgar por el objetivo y el móvil, es hijo de otro intento por quitarle la vida, ocurrido apenas el 26 de noviembre del año pasado, cuando logró repeler la agresión y dos de sus atacantes fueron abatidos. Hoy, hay nuevos ingredientes explosivos y otros elementos de contexto, para explicar el nuevo ataque contra Hipólito Mora y sus escoltas el 4 de marzo pasado. La situación es diametralmente distinta a la que prevalecía en 2013 y 2014. Hoy gobierna Morena el país y el Estado, con estrategias de combate al crimen que en algunos casos consisten en “taparle el ojo al macho”, en otros se sustentan en el arrumaco y el amasiato feliz y, en la inmensa mayoría, en dejar que la sociedad se defienda y se proteja a sí misma como pueda, según lo advierten datos confiables en la materia. En este contexto, al recordar el décimo aniversario de la creación del Movimiento de Autodefensas frente a medios, en la capital del Estado, el líder calentano Hipólito Mora describió la situación de miedo y angustia que vive su región, exhortó a los tres órdenes de gobierno a limpiar y pacificar La Ruana, y lanzó un ultimátum: porque si no lo hacen “convocaré a un movimiento armado”. Junto a José Manuel Mireles Valverde, ya fallecido, y a Estanislao Beltrán (a) “Papá Pitufo”, Hipólito Mora es el legendario fundador del Movimiento de Autodefensas de Michoacán, que aún permanece vivo y de pie, lo que hace de él un referente de primer orden para cualquier cruzada o movimiento de autodefensa social y comunitaria que se emprenda. Todos sabemos que el país necesita cambios urgentes, si en realidad queremos seguir siendo una democracia respetable para Latinoamérica y el mundo. Sabemos, también, que el actual esquema de gobierno ya dio de sí, y que no variará un ápice porque el fundamentalismo ideológico y político es el cáncer de las masas de nuestro tiempo. Por tanto, para que la adrenalina de la intransigencia y el conflicto no sea el lenguaje usual en el México y el Michoacán de hoy, es necesario apelar a la racionalidad de la academia y los intelectuales, de la sociedad civil y los sectores moderados del pueblo, para construir juntos un camino que conduzca a pacificar al país y a la reconciliación nacional. En épocas como la actual, marcada por encrucijadas que no desembocan en el aprecio sino en el desprecio del otro, asumir como forma de autocontención de la bestia interior el reto de la racionalidad, es lo único que nos queda. Pisapapeles La solución a cualquier problema se halla en el ejercicio del logos y el lenguaje, por aquello que escribió Hölderlin: “porque donde está el peligro, ahí nace lo que salva”. leglezquin@yahoo.com