Yazmin Espinoza Publicado originalmente en 1976, El nudo materno es un clásico del feminismo cuya lectura es tan relevante hoy como hace cuarenta años. Fue de hecho, a principios de este 2023, que yo me sumergí entre sus páginas, mientras mi vientre crecía y creía en espera de mi segunda hija. En estas desgarradoras memorias, la escritora Jane Lazarre confronta el mito de “la buena madre” con un autorretrato íntimo y visceral de su maternidad. La idea de lo que debiera ser una vida plena y feliz entregada al cuidado de los hijos oprime a la autora y la sume en profundas contradicciones entre lo que siente y lo que supuestamente debería sentir. De ahí que, tras dar a luz a su segundo hijo, decida escribir sobre la fricción entre las expectativas creadas y la realidad vivida. Y lo hace sin evitar temas incómodos como el de los límites borrosos que se establecen entre los cuerpos de la madre y el hijo o la transformación de roles que la maternidad desencadena en lo íntimo y los que imprime en lo social. Esta obra derribará muchas ideas preconcebidas sobre el hecho de ser madre, poniendo de relieve el papel fundamental que los cuidados y los afectos tienen, no sólo en la vida privada, sino también en la esfera pública. Y es que la autora usa su propia vida para mostrarnos todos estos claroscuros de la maternidad. El libro nos presenta entonces a una joven judía universitaria criada por un padre viudo y comunista ve su identidad rota en mil pedazos cuando, por error y por deseo, se encuentra con la experiencia de su primera maternidad. Por una parte, se siente presa de ese ser tan pequeño que le demanda tiempo y atención infinita y extraña su independencia y resiente a su marido cada vez que sale de casa a trabajar y la deja sola con el bebé dando por hecho que así es como debe ser; por otra, algo se le estruja en el corazón cada vez que se separa de él, incluso cuando lo hace para dedicarse a su pasión. “El amor que me inspiraba mi hijo se mezclaba con una rabia nueva contra un mundo en el que yo misma me había sentido forastera, en el que vivía únicamente gracias a un enorme esfuerzo”. Para mí fue un shock leer este libro, sobre todo al saber que han pasado más de cuatro décadas desde que la autora atravesó por esta experiencia, y mucho y poco, al mismo tiempo, ha cambiado alrededor del mundo de la maternidad. En este texto Jane habla sobre todas las transformaciones que sufrió su vida desde que se enteró que iba a ser tener un hijo, cómo sus metas y objetivos cambiaron mientras más asumía el papel de madre que nunca esperó para ella. Habla de también de la transformación del mundo alrededor de ella, cómo ahora era tratada de manera diferente y se esperaban cosas distintas de ella. Describe además la transformación de sus sueños, y de la mutación de conceptos que ella creía inmovibles como la identidad y la libertad. “El concepto ordinario de libertad cada vez me seducía menos; pues la libertad de hacer lo que me viniera en gana significaba estar sin Benjamín, pensamiento que sencillamente, me atormentaba”. Algo que me pareció muy valioso es cómo, en gran parte del texto, Jane habla sobre cómo todos estos cambios también tienen base y efecto en la relación con su pareja, James, porque si bien el mundo de la maternidad puede ser solitario, el papel del padre también tiene un gran peso en su desarrollo, ya sea que esté ausente o presente. Asimismo, una de las estrellas más brillantes del texto, me pareció que fue el tema de la sororidad y ese apoyo entre mujeres, el cual es clave para sobrevivir en este y todos los aspectos de la vida. “Cuando las madres dejan de competir y logran hacerse amigas, es posible llegar a compartir con sinceridad ese tipo de dudas, miedos y autoacusaciones tan propios de las mujeres. Una vez que se dice la verdad, las mujeres conectan entre ellas como los hombres que han servido juntos en el mismo batallón”. Algo importante es que el libro toma el problema de la crianza también desde sus perspectivas económicas, políticas y raciales ya que no solamente habla sobre el cruce tan complicado como rico entre maternidad y activismo feminista, sino que se extiende en detalle sobre las implicancias de ser una madre blanca de hijos negros en un Estados Unidos apenas salido de la segregación. “…el amor había luchado por definirse, había crecido en un mar de confusión, misera y necesidad”. Por último, comentarles que probablemente esta sea la última columna que escriba con mi pequeña Sara creciendo en mi vientre y, para la próxima ocasión, tenga que armar el texto con ella en brazos, mientras su hermana mayor nos abraza a ambas. Será agotador, estoy segura, pero también no dudo de lo hermoso del momento por venir.