Rafael de Jesús Huacuz Elías La infraestructura urbana “gris”, se refiere a todas las obras públicas tradicionales que se realizan en la ciudad: pavimentaciones; segundos pisos; puentes vehiculares; deprimidos; distribuidores viales. También se le conoce así a otras obras como: represas; alcantarillados; plantas de tratamiento para aguas negras; ductos e infraestructura eléctrica u otros servicios que, a diferencia de la infraestructura verde o azul estos últimos serían proyectos de inversión para mejorar las condiciones ambientales y sociales de la población urbana. Desafortunadamente, aún nos encontramos invirtiendo millones de pesos en recursos para esta primera forma de infraestructura (gris). Creemos ingenuamente que más vialidades se traducirán instantáneamente en mayor velocidad y por tanto mejor calidad de vida, pero “que lejos estamos de tal engaño”. La fórmula es simple: “más vialidades es igual a mayor número de autos”, o dicho de forma elegante: “contraproductividad” ya que, a mayor rodamiento vial, mayor será la cantidad de autos en los sistemas viales incrementando sustancialmente el tiempo destinado en los desplazamientos diarios, si a ello se suma algún cierre parcial de una vialidad central, se colapsa todo el sistema haciéndolo contraproductivo. Desafortunadamente en nuestro país, las ciudades han evolucionado a favor de los automóviles más que para las personas. Con inversiones públicas en nuevas vialidades de infraestructura gris, la ciudad crecen en forma horizontal, detonando barrios y colonias aisladas y segregadas; en este sentido, los datos del Instituto Mexicano de la Competitividad (IMCO) señala que, entre 1990 y 2020, los vehículos en circulación crecieron a una tasa del 5.3 por ciento, mientras que la población lo hizo a una del 1.5 por ciento, hemos llegado al punto en que existe un automóvil por cada dos personas en nuestra capital, y dicha disparidad no se podría explicar sin la promoción que se da al uso del automóvil, por las millonarias inversiones unilaterales que se realizan en obras viales. La desigualdad es uno de los efectos más nocivos del desarrollo urbano orientado al uso del Automóvil (también llamado cronófago o chupa tiempo por nuestro colega Jean Robert). Un porcentaje reducido de población tiene ingresos económicos necesarios para tener uno, dos o más autos y asumir todos sus costos indirectos como son: peajes, tenencias, placas, licencias, servicios seguros, estacionamientos, por citar algunos. Mientras que miles tienen que conformarse con los servicios de trasporte público, independientemente del estado en que este se encuentre o de la calidad del servicio que se ofrezca, que en general se percibe como ineficiente, incómodo e inseguro. Los presupuestos viales son unilaterales, no siguen la consigna social de mejorar el trasporte público, ni mucho menos invertir en infraestructura verde para mejorar la calidad de vida de la población --cero gobernanza--, con lo que se reducirían las llamadas islas de calor y mejoraría la calidad del aire de la ciudad, por tanto, sólo son inversiones de baja calidad de vida social por sus niveles muy bajos de habitabilidad y bajo confort. El colapso vial del auto particular ante la era del fin del petróleo está cerca, y en lugar de invertir en nuevos sistemas de movilidad en la ciudad, seguimos la lógica disfuncional de obra pública que incentiva el uso del automóvil particular, incrementando con ello el consumo de combustibles fósiles, llenamos de carros nuestras calles y saturamos el sistema, incrementamos la cantidad de bióxido de carbono y benceno con el uso indiscriminado de gasolinas, limitamos la capacidad de vida peatonal de la población sólo fomentando el uso del auto con más infraestructura para ello, lamento profundamente la visión reduccionista de quienes están al frente de estos proyectos viales que sólo buscan sus altos índices de rentabilidad y lesionan permanentemente la vida pública de la ciudad. colecciudad@gmail.com