Luis Sigfrido Gómez Campos Yo ignoraba, lo confieso, por qué les decían corcholatas a los precandidatos a la Presidencia de la República. El propio López Obrador tuvo que explicarlo en una mañanera: todo surgió de una anécdota durante el proceso para elegir candidato presidencial a finales del sexenio de Luis Echeverría Álvarez. Los usos y costumbres de ese período caracterizado por la predominancia del partido único de Estado y, en consecuencia, un presidencialismo fuerte, apabullante, que determinaba sin ambages quién sería el sucesor, exigían una disciplina partidista férrea donde “el que se movía no salía en la foto”. Por eso nadie decía nada hasta que el gran elector determinaba, muy a su estilo, quién ocuparía la silla presidencial. Luego entonces, relata López Obrador, el ingeniero Leandro Rovirosa, Secretario de Recursos Hidráulicos de esa época, había declarado que los aspirantes a la Presidencia de la República se reducían a seis políticos. En este contexto, se llevó a cabo una recepción de invitados extranjeros en Palacio Nacional y a José López Portillo, entonces Secretario de Hacienda, le tocó acompañar a Raúl Castro en tanto representante de Cuba y, al toparse con Leandro Rovirosa, López Portillo lo presentó refiriendo su nombre y cargo, a lo que Raúl Castro, demostrando que era un hombre informado dijo: “ah, el destapador”, y el Ingeniero Rovirosa respondió: “sí, y esta es mi corcholata favorita”, señalando a López Portillo. Me quedó claro entonces que de la anterior anécdota se desprende el mote de “corcholatas” para referirse al probable candidato del partido en el poder. En la tradición política postrevolucionaria lo que se dio como práctica común para la selección de candidatos a la presidencia, de una manera misteriosa, casi mística, fue “el tapadismo”. Lo que fue, según el historiador Lorenzo Meyer, “una de las prerrogativas meta constitucionales con las que contaban los gobernantes mexicanos” que tuvo una gran utilidad para robustecer y conservar al partido hegemónico, el PRI. Bajo esta forma de designación “del tapado”, todos los aspirantes se sometían porque, de esta manera, aseguraban no ser excluidos de la familia política que otorgaba prebendas a los disciplinados o posibles castigos a quienes no se sometieran a los designios del gran elector. “En 1956, el caricaturista Abel Quezada creó su personaje ‘El Tapado’, un hombre de traje y con la cabeza cubierta con un trapo blanco”. Se dice que esta caricatura acabó por caracterizar irónicamente lo que fue la democracia mexicana durante los tiempos del partido único de Estado. En este proceso, independientemente de las formas del destape, todo mundo sabía que el gran elector, “el hombre del dedazo”, quien señalaba con el dedo a quien debería sucederlo, sería el Presidente de la República. Estas eran las formas políticas de la democracia mexicana. Hoy en día, en tiempo de las corcholatas, el presidente López Obrador ha dicho que él no decidirá; que quien dispondrá será el pueblo de acuerdo a los mecanismos de selección interna del Partido Regeneración Nacional (Morena) y que seguramente será la encuesta el procedimiento de selección del candidato o candidata. Sin embargo, el historiador y profesor emérito del Colegio de México, Lorenzo Meyer, dijo en una entrevista publicada el viernes pasado que el Presidente Andrés Manuel López Obrador “tiene que intervenir” en el proceso de selección del candidato presidencial de la Cuarta Transformación porque “es su obligación, es su responsabilidad, el creó Morena, es un proceso inédito en México y en muchas otras partes, entonces la obligación es dar a su criatura en los brazos de quien asuma la dirección del Gobierno y del Estado mexicano de la mejor forma posible”. Y agregó el historiador: “Es parte de su obligación histórica, no es si puede o tiene derecho a intervenir, tiene que intervenir porque es la fuerza aglutinadora de un partido que nació en la oposición, que está recién llegando al poder, que tiene que enfrentar estructuras autoritarias de mucho tiempo, de mucha fuerza, de mucho dinero, de mucho poder, que sería impensable que dijera ‘yo ya cumplí’”. Así las cosas, me parece muy lógico lo que manifiesta Lorenzo Meyer, el Presidente de la República no puede dejar a medias un proceso de transformación tan trascendente para la vida de los mexicanos, tendrá que intervenir a la vieja usanza, aunque después se retire. El dilema entonces es: ¿A quién escogería Andrés Manuel para continuar la labor más importante de su vida? ¿Al político entusiasta y arrebatado, compañero de viejas luchas, ambicioso y desesperado que negocia con la oposición para presionar y ser incluido entre las corcholatas posibles? ¿Escogería a la hija adoptiva, dócil y maleable dispuesta a escuchar algunos consejos hasta cuando estemos lejos? ¿Elegiría a quién ha sido mi más grande amigo, además de mi paisano, porque esperaría su lealtad personal? Yo me inclino a pensar que, si la decisión más importante para la vida de los mexicanos la tiene que tomar el Presidente de la República, elegiría al más capaz y experimentado; al más honesto, competente y negociador para garantizar el proyecto de la Cuarta Transformación de la Patria. ¿Cuál de las cuatro corcholatas reúne estas características? luissigfrido@hotmail.com