Víctor E. Rodríguez Méndez José Luis Rodríguez Ávalos es una fuente inagotable de anécdotas y recuerdos. Frente a una taza de café en un céntrico hotel, su memoria se enciende y es un chispero de historias que surgen a la menor provocación. Es, ni duda cabe, un personaje clave en el ambiente cultural de Morelia y Michoacán, en donde ha visto pasar muchas cosas; y lo es porque, más allá de su estatus de “michoacano” por adopción, ha consolidado una larguísima carrera en el arte, la educación y la cultura local como docente, actor, director de teatro, declamador, músico, locutor, escritor… y lo que se acumule. Nació el 16 de agosto de 1947 en Guadalajara, Jalisco, donde al cumplir los 11 años ingresó al Seminario Diocesano del Señor San José porque en su familia querían un cura, según cuenta. Hizo cuatro años de seminario y, sin embargo, terminó desertando. Vino a Morelia porque aquí vivía parte de su familia; era 1962 y José Luis apenas había cumplido los 15 años. “Me dediqué a muchos quehaceres”, recuerda, “aunque yo tenía entusiasmo por estudiar medicina”. Entonces tuvo su primer choque socio-cultural con estos lindes. En 1963 la derecha hizo un movimiento para sacar al rector Elí de Gortari de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH). “Lo acusaban de comunista y no sé cuántas cosas; en una universidad que tiene fama de comunista es una paradoja que haya ocurrido eso, por lo que se volvió más revolucionaria de lo que uno pudiera pensar. El caso es que cuando presenté mis papeles para entrar me dijeron que no se podía porque yo venía de una escuela confesional, y en una universidad revolucionaria eso no podía ser”. Frustrada su intención de ser un estudiante nicolaita, José Luis Rodríguez entró al Conservatorio de las Rosas a estudiar piano. El reconocido gestor cultural recuerda que en 1964 conoció a Ruth del Río, quien estudiaba teatro en la Escuela de Bellas Artes junto a su hermana Claudia. Por ella, José Luis entró a la carrera de teatro. Su maestro de primer año fue Mario Galindo y Alvarado, a quien recuerda como “un gran maestro, con él aprendí muchísimo, casi todo lo que sé de teatro”. Tiempo después José Luis y Ruth se hicieron novios y hoy día siguen juntos después de 52 años de casados. En 1966 José Luis Rodríguez empezó entonces a dar clases de dicción y de historia del teatro en Escuela Popular de Bellas Artes, además de iniciar con una disciplina poco conocida en Michoacán: la pantomima. Tuvo tanta aceptación, asegura, que en un año hubo 28 grupos de pantomima en Morelia, en casi todas las casas de estudiantes, en varias escuelas y con grupos independientes, de tal manera que se convirtió en una actividad muy interesante y promisoria. En ese tiempo también fomentó la poesía coral, la actividad escénica de cuentacuentos y la oratoria. “Para mí no fue muy difícil integrarme a esas actividades”, señala, “porque yo nunca me he preguntado si quiero ser artista; siento que de alguna manera lo era y rápidamente salieron las posibilidades de integrarme al quehacer docente y al quehacer artístico”. Según dice, tenía la aspiración de ser “un gran actor” y también ser un “gran director de teatro”, aspiración que compartía con la mayoría de sus compañeros, “pero había muchos de ellos que tenían más opciones que yo de llegar a hacerlo”, confiesa. Entonces prefirió dedicarse a la promoción cultural, que es “una actividad que consiste en abrir puertas y abrir caminos para que otros puedan de una manera más fácil cumplir con sus pretensiones”, señala. “Me costó mucho trabajo desde el principio. Estoy hablando de una Morelia diferente, con 150 mil habitantes, y siempre ha sido una ciudad muy conservadora. Muchos compañeros que empezaron a hacer teatro en aquellas épocas no comprenden porqué ahora las instituciones dedicadas a fomentar el arte y la cultura no apoyan estas actividades, pues no ha sido ésta una pretensión de las instituciones. Las instituciones son como agencias de empleo y tienen mucho personal al que tienen que pagar y así se va la mayoría del presupuesto. No hay posibilidades de que los ámbitos artísticos pueden recibir algún apoyo”. Artista y promotor cultural En 1974 nació el Colectivo Artístico Morelia, A.C., con la idea de facilitar una educación con todas las artes y muchas otras opciones alrededor. Instalado en la zona brava de la colonia Ventura Puente, el centro cultural pronto empezó a tener mucho público que se acercaba a ver lo que ofrecía el Colectivo. “Recibíamos a niñas y niños en talleres de todas las artes y fue muy interesante porque había una urgencia de la niñez por aprender a pintar, a escribir, a cantar, a hacer teatro; fomentamos también un cineclub que lo empecé en Bellas Artes y lo continúe en el Centro Cultural”. Éste solamente duró dos años, dado que no hubo forma de mantenerlo por falta de recursos, aunque después se abrieron otras oportunidades en el poniente y luego en el centro de Morelia. Tampoco duraron por la falta de recursos económicos. “El Colectivo comprendió que su centro era la ciudad de Morelia”, asegura José Luis. “Hoy día cualquier banqueta es buena para tener sesiones y organizarse, y así andamos todavía”. Ex Libris, “el programa de los libros, la expresión artística y la opinión pública”, creado y producido por el Colectivo Artístico Morelia, es otra de las empresas emblemáticas de José Luis Rodríguez, quien hurga en su memoria y hace una larga rememoración del nacimiento de Radio Nicolaita, estación en la que se transmite el programa que este año cumple 45 años. Desde principios de los setenta del siglo pasado fue colaborador asiduo, dice. “No digo que trabajaba ahí, porque nunca me pagaron”. Sin ser trabajador nominal, en Radio Nicolaita fue locutor, operador y continuista, hasta que en 1980 dejó esas colaboraciones para buscar otro sustento para su familia. Sin embargo, continuó realizando programas para niñas y niños y otros dedicados al hogar y al entretenimiento. Y también empezó un programa de 15 minutos dedicado a los libros, origen de Ex Libris. “Me interesaba hablar de los escritores, de cómo hacen su trabajo, de los libros en sí mismos: cuáles son los más raros, los que más se venden, los que menos se venden, etcétera, y también sobre cuáles son los problemas de hacer, vender y distribuir libros; hacía, además, una pequeña entrevista. A la gente le gustó; en poco tiempo ya tenía media hora y luego una hora, y al año siguiente ya tenía dos horas, que son las que tiene ahora, de 10 de la mañana a 12 del día”. Para José Luis, lo interesante del programa fue que pudo sacarlo de la estación de radio y llevarlo literalmente a la calle. “Decidí sacar los micrófonos y ponerlos al servicio de la gente. Nos íbamos a ranchear, a pueblitos y comunidades cercanas y luego cada vez más lejanas, transmitiendo cada domingo a control remoto con nuestro propio equipo, porque Radio Nicolaita nunca me pudo proporcionar un tornillo ni un cable, nada; nosotros tuvimos que hacernos de equipo poco a poco”. A la fecha, Ex Libris ha cubierto los 113 municipios, también ha transmitido desde estados cercanos y una vez desde Chicago, en Estados Unidos. “Tiene su historial el programa”, apunta José Luis, “es el único en la difusión nacional que tiene esas características”. De esta manera, el programa ha sido un estandarte fundamental para el quehacer artístico y cultural de José Luis y del Colectivo Artístico Morelia: “Lo hacemos con toda mi familia y consideramos que es una especie de vocación que no podemos eludir. Mucha gente nos dice: «si no les pagan ¿para qué lo hacen?». Pero resulta que si no lo hacemos sentimos que traicionamos nuestras convicciones; de alguna manera propiciamos la libertad de expresión y hacemos un poco de democracia con el quehacer radiofónico. Eso es lo que ha prevalecido, es un programa que tiene tanta libertad de expresión que hasta se puede hablar bien del gobierno”. Ni el Colectivo Artístico Morelia ni Ex Libris han sido proyectos de éxito económico. “No se trata de buscar el beneficio económico así porque sí”, asienta José Luis. “No soy empresario, no sé cómo hacer una empresa, soy una gente con muchas habilidades que las he tratado de desarrollar y poner al servicio de la gente, aunque no haya una retribución adecuada, desafortunadamente; eso mismo les enseño a mis hijos, y me siguen apoyando. El beneficio ha sido otro: mucha gente reconoce el trabajo que hacemos y eso es algo muy grato”. Los problemas de la cultura y su administración Con 75 años de vida y 61 de ellos estacionado en Morelia, es inevitable que la plática lleve a hablar sobre el ámbito cultural. “Yo lo veo muy lastimado”, señala, “en el sentido de la ignorancia de quienes detentan el poder. Estas personas no tienen una idea muy clara del asunto: confunden el arte con la cultura, sin tomar en cuenta que el arte es una parte importante de la cultura, pero no es la cultura. El quehacer cultural de los pueblos y comunidades requiere una atención muy particular, no puedes pensar en un proyecto de cultura para todo un estado, y menos para un estado multicultural como el nuestro; cada región tiene sus particularidades que tienen que ser atendidas adecuadamente con mucho esmero y con los recursos adecuados”. Y es que la cultura, sostiene el promotor cultural, es como la capa de ozono: si se descuida se agrieta, se lastima. “Las culturas de los pueblos es algo que se puede lastimar fácilmente, sobre todo en un estado donde la mayoría de los habitantes se van a Estados Unidos. Las instituciones culturales no entienden eso y son efímeras, seis años es muy poco tiempo, sólo se enriquecen, porque cobran bastante bien, pero no hacen un buen trabajo”. Para José Luis Rodríguez, con la creación del Instituto Michoacano de Cultura, primero, y luego la Secretaría de Cultura, se fueron minando los presupuestos, “pero no mejoraron las condiciones del quehacer artístico”. Todo ello conlleva, dice, problemas relacionados con la carencia de una política cultural. “Hay mucha simulación en el quehacer político y hay una cerrazón muy grande en cuanto a contraponer la política contra el arte. Los gremios artísticos han buscado siempre acercarse al quehacer político, pero es muy hermético. Es un problema que va contra el tiempo. Los políticos son efímeros también, y solamente, durante los seis años o cinco años que están ahí, hacen algunas cosas muy poco meritorias”. “Ojalá algún día llegue al poder un político de a deveras”, concluye. Víctor Rodríguez, comunicólogo, diseñador gráfico y periodista cultural.