Jorge A. Amaral Tras la derrota de PRI-PAN-PRD en el Estado de México diversas voces se escucharon, casi todas ellas para reprochar que Alfredo del Mazo hizo acuerdos con Morena para que Delfina Gómez ganara, quejarse de que “ganó la ignorancia”, que hubo mapachismo. Incluso personajes del priismo más rancio y anacrónico como Silvano Aureoles (sí, ni usted leyó mal ni yo me equivoqué) criticaron la pasividad del gobierno mexiquense. Nunca se les ocurrió pensar que si Delfina Gómez ganó fue porque el electorado decidió. Sólo el gobernador Del Mazo y Alejandra del Moral, la candidata, mostraron civilidad. Claro, cuando mi partido gana, fue la fiesta de la democracia; cuando pierde, todos tienen la culpa, menos yo… me recordaron a cierto expresidente legítimo. Otra de las voces que salieron a la palestra fue el actor, productor y activista de ultraderecha Eduardo Verástegui, que tañó las campanas de la iglesia para llamar a la feligresía a construir una opción electoral en 2024, una opción que garantice frenar los derechos conquistados por distintos sectores y de paso evitar que se consigan más. Sabemos que el otrora galán de telenovelas es arropado por organizaciones internacionales de ultraderecha, que incluso, como hizo el hijo del brasileño Jair Bolsonaro, Eduardo, lo han destapado para candidato presidencial. Grupos como el de Donald Trump en Estados unidos, Jair Bolsonaro en Brasil o el partido Vox de España, son quienes apoyan a Eduardo Verástegui y su discurso ultraderechista, de un conservadurismo que asusta y que tanto gusta al alcalde Alfonso Martínez Alcázar y su distinguida esposa. Vivimos en una democracia y tenemos derecho a decir lo que pensamos y defender aquello en lo que creemos, así sea una reverenda paparrucha, pero habría que valorar si México necesita ser gobernado por la ultraderecha (el panista promedio es un niño de pecho comparado con los miembros del Yunque) porque eso implica el riesgo de dar varios pasos hacia atrás hasta ser gobernados por Agustín de Iturbide. Pero, por otro lado, atrás de muchos de esos grupos hay personajes y organizaciones que enarbolan discursos de odio movidos por el clasismo y el racismo. Por desgracia un personaje como Eduardo Verástegui puede dar la sorpresa y coronarse. Veamos. La alianza Va por México está diezmada, desmoralizada por la derrota en el Estado de México. Pero además no hay en el PRI, en el PAN ni mucho menos en el PRD un aspirante presidencial que se pueda tomar en serio, al menos no por el momento. Por esa carencia de un buen prospecto. Los partidos de la alianza y amigas que los acompañan, en lugar de difundir un proyecto político, sólo se han dedicado a decir que AMLO es un mal presidente y que hay que hacerle la cruz a Morena. Han señalado puntualmente todo lo que el actual gobierno ha hecho mal, pero en ningún momento han dicho cómo es que ellos lo harían bien, y mire que tanto PRI como PAN han estado al frente del gobierno federal y tienen entre sus filas a gente que ha estado en los puestos clave. Del PRD ni hablemos, no hay nada que decir en este sentido. Por tanto, algún panista conservador que vea a los de la alianza navegar sin brújula pero asustado por todo lo que se dice de AMLO, bien puede optar por Eduardo Verástegui, que sí defiende a la familia en su forma más tradicional (usted sabe: mamá, hijito y Espíritu Santo). Por otro lado está Morena, con sus corcholatas que desde hace tiempo andan en campañas, hartando al electorado con sus fotos hasta en la sopa, valiéndose de la imagen de AMLO para ganarse la simpatía de la gente, porque de no ser así todos tienen algo qué señalarles según de quien se hable: la línea 12 de Metro, el servilismo ante Estados Unidos, la tibieza del actual gobierno para enfrentar a la delincuencia organizada, los negociazos en el Senado. Entonces, entre eso y que entre las corcholatas ya no está Andrés Manuel López Obrador, más de algún elector se bajará del carro de la transformación y, prefiriendo desperdiciar un voto que dárselo a Va por México, casi como de broma o por coraje votará por ese muchacho que salía en la tele y que dice que cuidará a las familias mexicanas. Pero hay otra cosa: ¿recuerda usted cuando Donald Trump apenas era un aspirante a la candidatura republicana?, ¿se acuerda que no sólo lo desestimábamos, sino que hasta nos burlábamos porque “quién en su sano juicio votaría por ese pendejo”? Si hacemos memoria, una de las razones para menospreciar las intenciones de Trump era su discurso radical y de odio hacia los migrantes, hacia los grupos Antifa y hacia todo lo que estaba haciendo la administración Obama, y entonces decíamos “nel, ese vato no llega, no son tan güeyes los gringos”. Lo malo fue que esas posturas radicales, ese discurso de odio disfrazado de nacionalismo encontró eco entre gran parte del electorado, desde debajo de las piedras en el condado redneck más remoto hasta los grupos radicales y supremacistas de las ciudades, y ganó. Eso puede pasar en México porque lamentablemente aún hay mucha gente que piensa como Eduardo Verástegui, aún la moralidad religiosa es de gran peso para el mexicano promedio, y entonces grupos de ultraderecha pueden apelar al guadalupanismo y al conservadurismo para convencer a los votantes. Ante tal panorama 2024 será un año complicado, un año crucial para definir el rumbo el país: una aparente continuidad del actual gobierno, en el que no todo es bueno pero tampoco todo es malo; sostener partidos que han sido rebasados por las propias circunstancias y que representan la política tradicional, esa con la que crecimos y de la que desde la más tierna infancia escuchamos quejas; un eventual candidato que, arropado por grupos religiosos y privilegiados apelará a lo que la gente odia para establecer en México una agenda global que no sabemos hasta qué año del siglo pasado nos lleve de vuelta. Al tiempo. El dinero no lo es todo Esta semana los agremiados al Sindicato de Trabajadores al Servicio del Poder Ejecutivo (STASPE) cerraron oficinas y salieron a las calles. De inmediato, el secretario de Finanzas, Luis Navarro, salió a lavarle las manos al gobierno del estado diciendo que la manifestación de esos más de 8 mil sindicalizados era injustificada, pues la administración estatal les ha cumplido en todo lo económico. Por su parte, Antonio Ferreyra, líder del sindicato, atajó la respuesta del gobierno y aclaró que su manifestación no era con fines económicos, sino para pedir solución a las denuncias de hostigamiento, acoso laboral y hasta nepotismo por parte de Amalia Hernández, funcionaria de las confianzas del gobernador adscrita a la Coordinación de Seguridad Integral en Casa Michoacán. Mientras las oficinas estatales estaban cerradas y los sindicalizados se manifestaban en Casa Michoacán, el gobernador Alfredo Ramírez Bedolla, quizá aprovechando que no había quién le pasara llamadas o le preparara el café, mejor se fue a pasear por los portales. Es verdad que estamos acostumbrados a que los sindicatos se manifiesten por temas económicos, puesto que desde hace muchos años el gobierno viene arrastrando una arraigada tradición de adeudos y cuentas pendientes, y entonces se instalan mesas de negociación para establecer plazos y montos, pero cuando se pide que se tomen medidas contra funcionarios de confianza señalados de alguna irregularidad o mala acción, el gobierno hace mutis. Ya lo vimos el año pasado, cuando el secretario de Turismo, Roberto Monroy, fue denunciado por abuso sexual en contra de quien en ese momento era un menor de edad. En ningún momento la administración señaló que el funcionario se separaría del cargo en tanto se aclaraban las cosas. Al final un juez dijo que el delito denunciado ya había prescrito y Roberto Monroy siguió su camino como si nada, y lo mismo pasará con Amalia Hernández, porque un político podrá ser ladrón, corrupto, inepto, arribista, lo que sea, pero siempre pagará los favores políticos, aunque eso signifique hacer oídos sordos a las denuncias y quejas. Dicen que el dinero no lo es todo en esta vida, y el reclamo del STASPE lo pone en evidencia, porque seguramente los sueldos del personal de Casa Michoacán no son tan malos, además de las prestaciones y bonos que tienen y que a pulso se han ganado como sindicato. Pero aunque la paga sea buena, si alguien va a su trabajo a ser hostigado, a recibir malos tratos por parte del personal de confianza, tarde o temprano se hartará y, si tiene 8 mil compañeros que lo respalden, saldrá a manifestarse. Claro que esa es una ventaja del aparato gubernamental, porque en las empresas es más fácil ser despedido por revoltoso. Por lo pronto el gobernador seguirá haciendo el buen oficio de anfitrión de las corcholatas, con dispositivos de seguridad propios de la administración silvanista. Al parecer a ellos no los cuida el pueblo. Es cuánto. Postdata: Si en casa tienes un reverendo desmadre, sal a dar una caminata y sonríe.