Víctor E. Rodríguez Méndez El 17 de diciembre de 2014 me encontré en un café de Morelia con el escritor, periodista y poeta Carlos Ruvalcaba. Teníamos pendiente una entrevista y ese día finalmente pudimos coincidir para platicar sobre su trabajo profesional. Carlos Ruvalcaba Duarte, nacido en Zamora, Michoacán, el 7 de abril de 1951, estudió Comunicación en la Ciudad de México. Inicialmente trabajó en publicidad para luego dedicarse al periodismo como reportero y corresponsal en periódicos y revistas de Madrid y San Sebastián (España); Nueva York, Chicago y Los Ángeles (Estados Unidos), y en diversos medios mexicanos y de Brasil, Venezuela y Costa Rica. Publicó más de una decena de libros, entre los que se encuentran Los novenarios (2006), La cita (2009), El puente: entre el Danubio y Monte Albán (2018), La inocente (2019), El buen vecino (2019) y La mujer de Tariácuri (2020). “Estoy dedicado de lleno a escribir literatura”, me dijo de inicio en aquel momento. En 2009 se había retirado del periodismo después de vivir en el extranjero por más de treinta años; ya retirado buscaba un lugar tranquilo, según comentó. Por ello regresó a Zamora, su tierra: “Ahí tengo todavía a mis padres y a algunos familiares, a todo el mundo, la familia que me queda la tengo en Zamora”. Reconocía entonces vivir muy aislado (“como ermitaño en un cerro, en mi propia casa”), en un lugar muy solitario, que es lo que requería para escribir. La soledad y el silencio eran importantes para su proceso creativo. “Cuando he estado escribiendo algo largo como una novela y he tenido que viajar y apartarme de mi texto ha sido un dolor de cabeza para retomarlo, prefiero mejor hacerlo de un solo golpe”, dijo. “La creación duele como el amor”, agregaba, “es un proceso de sacrificio y soledad para crear un mundo nuevo, es doloroso, pero gusta y creo que ahí es donde está la pasión”. Carlos Ruvalcaba falleció a los 72 años en su natal Zamora la madrugada del 9 de junio de este año. La entrevista de ese invierno de 2014 nunca fue publicada por diversas razones. Hoy la damos a conocer in memoriam del escritor y periodista michoacano. —¿En qué crees? —Creo en el amor, en la literatura y en los valores familiares. —¿Recuerdas el primer momento en tu vida cuando intuiste que tu vida iba hacia las letras? —Desde muy jovencito para mí el sueño más grande era publicar un libro y empecé en la secundaria con una buena profesora que me enseñó a escribir sonetos, odas, letrillas. Aprendí con ella que yo podría ser un escritor. Cuando terminé mi primer libro (Vida crónica, Alfaguara; 1982) tuve mucha suerte porque me lo publicaron y eso fue para mí el mayor orgullo y la mayor ilusión; conseguir esa meta fue algo que nunca se me olvida. —¿Cuál fue el primer libro que te impactó? —Bueno, siendo casi un niño recuerdo haber leído a Yibrán Jalil Yibrán, que me decía que yo iba bien por mi camino. Fue una revelación porque vi que yo no estaba equivocado y que mis padres no me estaban dejando ser el que yo quería ser. Luego vino El lobo estepario y todas aquellas cosas que se le leían en aquel tiempo, y más tarde poetas como Fernando Pessoa y demás. —Y, desde entonces, ¿qué papel han jugado los libros en tu vida? —Desgraciadamente nunca pude vivir de mis libros, pero siempre viví de escribir a través del periodismo en televisión, radio y prensa, incluso en publicidad. Yo siempre he vivido de escribir. Hablando de otros libros, la literatura rusa y alemana fueron mi camino en la vida; realmente yo conocí muy poca literatura. A no ser Juan Rulfo y Octavio Paz, los demás no me decían mucho de lo que yo estaba buscando para mis proyectos. A mí Dostoyevski me hacía sufrir, Thomas Mann me hacía pensar, Heinrich Böll me hacía llorar… Era gente tan fría, tan distante y tan diferente, pero que me decían más cosas que la propia literatura mexicana. Ellos me guiaron para que yo pudiera ser escritor. El periodismo me enseñó cosas maravillosas y me acercó a gente importantísima en mi vida; si no hubiera sido por el periodismo no hubiera conocido a gente como Ernesto Sábato, que es uno de mis grandes maestros latinoamericanos, y no hubiera conocido a escultores como Eduardo Chillida o pintores como Antoni Tapies, o incluso presidentes. El periodismo es de lo que he comido toda mi vida y gracias a eso estoy retirado viviendo de mi pensión como periodista en Estados Unidos, y por ello le guardo mucha gratitud y cariño. —Volviendo a la literatura, ¿cuáles son los temas que más te atraen para escribir? —Últimamente, la pintura. En mis novelas, sobre todo, los personajes son muy pictóricos, son retratos de personajes de la vida real que yo lo siento y los pinto, pero escribiéndolos. Eso en cuanto a estilo, pero en cuanto a la influencia que ha tenido la pintura en mi literatura, ahí están Cuadros de una exposición que acabo de terminar y la biografía que estoy escribiendo para Susana Wald. Costumbrismo universal Los novenarios, novela de Carlos Ruvalcaba, fue publicada por la Secretaría de Cultura en 2006, y en ese 2014 el escritor hizo una reimpresión dada la demanda en Zamora, principalmente. Calculaba que en ese momento se habrían repartido más de mil 500 ejemplares. Ruvalcaba no consideraba que esa novela fuera costumbrista, en el sentido técnico literalmente, “porque si hablamos de costumbrismo tendría que ser un costumbrismo mexicano, en este caso michoacano o zamorano y no, yo creo que es un libro universal. Se trata de costumbres humanas”. —Hablando de costumbres humanas, ¿qué lectura le das al momento actual que vivimos en México? —Muy penoso, porque no se ve una salida, no hay un verdadero esfuerzo por acabar con la corrupción. —¿Qué crees que ofrece la literatura para entender un momento histórico como éste? —La literatura debería ser una bolsa de oxígeno y de conciencia, pero desgraciadamente yo veo que muchos intelectuales dependen del presupuesto del gobierno y eso les pone una cinta en la boca para que no digan lo que tienen que decir. Veo a colegas muy importantes, inteligentes, con mucho oficio y con mucha fama que se dedican a decir que la literatura no tiene que ser un panfleto para cambiar algo. Creo que, simplemente, escribiendo literatura, sin necesidad de hacer panfletos, se le puede dar conciencia a la gente de que hay que ser más inteligente y hay que exigir más, porque si nos quedamos todos callados vamos a seguir como estamos e incluso cada vez peor, hasta que explote la cosa. —¿Qué es lo que más te indigna en la vida? —La injusticia, la falta de libertad o que se coarte la libertad. —Y qué es lo que te causa mayor alegría? —El amor. Creo que para que haya verdaderos cambios en una sociedad la gente tiene que amar, y no se necesita estar levantando a la gente en contra del gobierno, sino simplemente dar muestras de amor en la literatura, y creo que eso es suficiente para lograr algunos cambios. —¿Cuál es tu palabra preferida? —“Te quiero, te amo”. Es una combinación, ¿no? (risas). El espíritu es muy importante para el escritor y para toda la gente; creo que estamos divididos, una parte es el cuerpo y la otra parte es el espíritu, entonces el espíritu también pasa hambre si no le das de comer, y entonces ahí es cuando se vuelve un monstruo porque está muy hambriento y en lugar de que reaccione buscando comida busca la destrucción. Es lo que le pasa a nuestros gobernantes o nuestros escritores; si alimentaran más el espíritu creo que su cuerpo también estaría más dispuesto a ayudar, más dispuesto a hacer cambios, porque los cambios siempre son buenos, siempre traen cosas buenas, te liberan de las ataduras, te liberan de la posesión y los apegos, entonces yo creo en alimentar el espíritu tal como se alimenta el cuerpo. Es muy fácil cambiar y aceptar los cambios. En México necesitamos un cambio a nivel individual, no tenemos que tener miedo a los cambios. —Una última pregunta, a propósito que hace rato dijiste que tus personajes son muy pictóricos, ¿cuál es el retrato de Carlos Ruvalcaba?, ¿cómo lo describirías tú mismo? —Una caricatura que se ríe de sí mismo y que intenta ser mejor, que aprende todos los días de niños, de ancianos, de limosneros, pero desgraciadamente no tanto de los políticos. Víctor Rodríguez, comunicólogo, diseñador gráfico y periodista cultural.