FOTO

Cuéllar democratiza con su lente el atrevimiento que todo lector debe ejercer con los autores.

Gustavo Ogarrio

Rogelio Cuéllar no sólo es el fotógrafo que se especializa en una forma de mirar a la literatura a través del retrato paradigmático de sus creadores: lee las obras, las interpreta como condición de posibilidad de la imagen misma, contextualiza los rostros y los ademanes, los gestos y las suaves sonrisas, la seriedad y las metáforas; todo esto cabe en ese claroscuro en el que la escritora o el escritor en turno amplían el marco de referencia visual de su misma obra. Adolfo Bioy Casares: el calamar que optó por la ficción retratado en su sueño de invenciones, los ojos elevados que se anticipan a la eternidad o a la fugacidad de las imágenes, el autor de la obra maestra “La invención de Morel” captado por Cuéllar en la metafísica concreta de su visita a México en 1991, en el Palacio de Bellas Artes. Nicanor Parra y su mano firme en la antipoesía que al mismo tiempo recupera para los latinoamericanos la descarnada ironía de la vida cotidiana, “los vicios del mundo moderno”: “Los delincuentes modernos / están autorizados para concurrir diariamente a parques y jardínes… el mundo moderno es una gran cloaca”.

Rogelio Cuéllar no sólo retrata la vida cultural de México en la segunda mitad del siglo XX a través de sus escritores, de sus poetas y narradores, de sus dramaturgos, de sus pintores y escultores, la de Cuéllar es también una interpretación de las posibilidades visuales del arte personificado y de la literatura. Cuéllar se apropia de ese espacio tan amplio como indefinido que es la figura de los que escriben, democratiza con su lente el atrevimiento que todo lector debe ejercer con los autores y las obras literarias; leer y fotografiar se afirman en Cuéllar como actos temerarios en su producción de sentido: la literatura y la fotografía transfiguran artísticamente lo real.

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