Jorge A. Amaral Ya inició la carrera preliminar para elegir presidente de México el año que entra. En uno y otro bando hay muchos corredores, uno y otro andan en su talacha. Pero ¿realmente son procesos diferentes? Aunque lo nieguen, es chistoso que sus procesos se parezcan tanto, porque por el lado oficialista se nombrará a un “coordinador de los comités de defensa de la Cuarta Transformación”, o sea, su candidato, y para eso los aspirantes andan dando “asambleas informativas”, dicho así para no caer en el error de llamarles precampañas, no sea que les caiga la voladora del INE. Al final lo decidirán en una encuesta y cuatro más pagadas que sirvan como espejo, no vaya siendo que salga cuchareada. La oposición, por su parte, busca a quien será su “responsable nacional de la construcción del Frente Amplio por México”, y para ello realizará pasarelas, encuestas y una elección, dando participación a organizaciones sociales opositoras del actual gobierno, pero habrá que ver hasta qué punto esas organizaciones de la sociedad no representan en realidad un voto corporativo (el PRI sabe mucho de eso). Así, Morena y sus satélites privilegian acuerdos internos en consonancia con lo que determine el presidente, pues saben que no basta que AMLO diga “es morado”, ellos deben hacer el ejercicio para legitimar que sea morado. Por su parte, la oposición vende la idea de que será un proceso abierto a la sociedad, con el mensaje implícito de “si no quieres a AMLO, ven con nosotros” como una forma de apuntalar una base social para que, llegado el momento, quien resulte candidato caiga en blandito y no le sea tan difícil convencer al electorado y de esta forma tener un “frente amplio”. Pero hay otro detalle, porque mientras los del bloque morenista se esfuerzan por verse como sucesores ideales, cercanos al presidente y hasta parecidos a él (en la semana, Claudia Sheinbaum imitando el acento tabasqueño), los partidos de oposición venden la idea de que dejan sus diferencias a un lado y generan diálogo para llegar a un acuerdo por el bien común. Recordemos que dicen que quieren salvar a México, con todo y que en el pasado, y cada uno por su cuenta, le dieron en la madre. Al final tenemos a dos opuestos pero que frente a frente parecieran mirarse al espejo, porque en ambos bandos se hará proselitismo disfrazado con eufemismos, los dos tienen líderes supremos: López Obrador por un lado, enarbolando el ideario de la Cuarta Transformación y dictando el juego como buen tititero; por el otro, el Frente con Claudio X. González como guía y marionetista de la oposición. Con esto nada nuevo hay bajo el sol, no hay de qué sorprenderse, no hay innovaciones, sólo políticos haciendo política: la 4T buscando erigirse como aplanadora electoral y la oposición unida porque cada quien por su lado no pueden. Sólo queda esperar cómo se van dando las cosas. Al tiempo. Inteligencia y… A mediados de 2015, en la entrega de un reconocimiento que el diario Cambio de Michoacán otorgaba al entonces encarcelado José Manuel Mireles e Hipólito Mora, y en presencia del gobernador electo Silvano Aureoles Conejo, el líder autodefensa de La Ruana fue muy claro al dirigirse al sujeto que estaba por tomar las riendas del gobierno del estado. No recuerdo las palabras exactas, mi memoria no es tan fotográfica, pero Hipólito Mora le dijo a Silvano Aureoles que lo primero que un gobernante debe tener para combatir al crimen y hacer las cosas bien son muy básicas: inteligencia y huevos. Don Hipólito lo sabía muy bien porque a lo largo del tiempo se ha demostrado que sin esas dos cualidades juntas es imposible luchar contra el crimen: en el viejo régimen priista hubo mucha inteligencia para usar a los narcos a su antojo y conveniencia para servirse de ellos mientras fueran útiles y desecharlos cuando dejaran de representar un beneficio o cuando se constituyeran como un riesgo. Por eso México vio a caer a los grandes capos fundadores del narco a gran escala en México. Hubo inteligencia pero no valor para acabar con el problema ni para poner un alto a sus facilitadores: Estados Unidos. Con Vicente Fox no hubo ni huevos ni inteligencia, por eso los Beltrán Leyva se metieron hasta la cocina en beneficio del Cártel de Sinaloa, por esa misma razón Los Zetas fueron acumulando poder hasta ser la pesadilla en que luego se convirtieron. No hubo ni huevos ni inteligencia, sólo la ambición desmedida de la clase política. Con Felipe Calderón hubo muchos huevos para mandar al Ejército a las calles pero no hubo la inteligencia para saber que de nada servía esa carnicería: el sistema ya estaba podrido, carcomido por el cáncer de la corrupción. Y entonces pasó lo que tenía que pasar: al meterse en la “lucha”, fuerzas armadas y corporaciones del orden terminaron involucradas en el negocio ilícito y operando al servicio de narcos que usaban como guardaespaldas, sicarios y halcones a soldados y policías de todos los niveles. Con Enrique Peña Nieto, lo mismo que con Fox: ni inteligencia ni huevos, sólo ambición de unos pocos y la complacencia de muchos. Con AMLO en realidad no sé qué hace más falta, si inteligencia o valor. Inteligencia para ver la seriedad del problema y no estarlo minimizando cada que algo grave sucede, eso por un lado, pero por el otro, valentía para reconocer que la ruta elegida no fue la correcta, que se equivocaron, que la política de “abrazos, no balazos” no ha resultado y que por lo menos desde el Culiacanazo debió rectificarse. En el gobierno federal hay cierta inteligencia porque tienen los datos, las estadísticas no dejan mentir. Pero esa inteligencia se ve eclipsada por la arrogancia, la soberbia y la ingenuidad para no aceptar que México está sumido en el caos y que si bien el estado actual de cosas es producto de un proceso de descomposición que ha llevado varias décadas, el que esto haya empeorado de 2018 a la fecha no es culpa de los gobiernos neoliberales. Lo que ha pasado de 2018 a 2023 es responsabilidad del actual gobierno, porque Felipe Calderón ya no forma parte de la toma de decisiones, Genaro García Luna ya no está para pactar con los narcos, Enrique Peña Nieto ya no está para hacerse pendejo, pues ese papel lo desempeñan ahora las actuales autoridades tanto de la Federación como de los estados y los municipios. Durante años Hipólito Mora luchó contra el crimen organizado, primero a balazos, conformando grupos de autodefensa, pero ese movimiento se pudrió rápido por la injerencia de los mismos narcos a los que combatían, la permisividad del gobierno federal y la corrupción del estatal. Pero ese fue otro momento. Ya en este sexenio, don Hipólito no dejó de denunciar la corrupción y las acciones de los grupos armados contra la población civil, y ahora ya no estaban Alfredo Castillo ni su títere Salvador Jara. No, esto fue en tiempos de la Cuarta Transformación a nivel federal y con el cambio de estafeta en el gobierno estatal, y no se hizo nada. Hipólito Mora no dejó de luchar un solo momento, a sabiendas de que sobre su cabeza pendía la espada de Damocles, que en cualquier momento lo iban a rodear para asesinarlo, como lo dijo en más de una ocasión, y sin embargo siguió denunciando y alzando la voz por todas esas familias que no tienen acceso a los medios de comunicación para decir lo que les pasa, esos miles de personas cuyo grito de dolor queda sofocado por las ráfagas de las balaceras, lamentos que se quedan en los caminos que recorren para ponerse a salvo lejos de sus hogares, clamores que se ahogan en una fosa clandestina, en una ejecución. Volviendo a lo que Hipólito Mora le dijo a Silvano Aureoles en aquel evento, hoy, a la luz de la distancia, nos queda claro que el entonces gobernador electo no tuvo lo que se debía tener, y si lo tenía, la carencia fue de voluntad. Lo peor es que el actual gobierno tampoco vende piñas. Hoy Hipólito Mora y los tres policías que lo cuidaban están muertos, se suman a los miles de víctimas de este país. Yo lo recordaré como ese señor de trato amable a quien no costaba trabajo entrevistar porque era accesible y tenía la virtud de siempre ir al grano. En cuanto a los que lo mataron y sus similares, seguirán haciendo de las suyas mientras al gobierno le falte aquello que don Hipólito dijo que había que tener. Es cuánto.