Domesticación y adaptación

Los primeros bovinos que llegaron al nuevo mundo fueron los toros bravos, concretamente del Reino de navarra

Gonzalo Reyes

Ahora que parece que por fin las lluvias están por venir, concientizamos que en nuestro país el concepto agrícola y sobre todo ganadero es apremiante y lo ha sido para su desarrollo y de todos los habitantes en nuestro planeta a través de los siglos; cuando nos hemos mostrado los mexicanos a los ojos del mundo como excelentes productores agropecuarios, es una gran satisfacción el estar considerados en nuestro país entre los principales productores de bovinos, gracias a la diversidad de climas y topografía de que disponemos en nuestro territorio nacional. Y muy a pesar de que estas especies vacunas son introducidas en este continente americano, ya que su origen se remonta a los campos europeos, así como a las regiones asiáticas y africanas donde de millones de años atrás se asentaron tan magnifico animales.

PUBLICIDAD

Los mismos que han acompañado al género humano desde tiempos muy remotos gracias a su domesticación y adaptación a todo tipo de regiones. Y en las costas de lo que ahora es nuestro país fue por donde entraron los primeros especímenes del genero Bos Taurus y Bos Indicus, para después asentarse en casi todos los rincones de lo que ahora es América, donde incluso muchas de estas razas se han mejorado en cuanto a rendimiento y se han creado otras nuevas, algunas en por el trabajo y bajo la supervisión de emprendedores mexicanos, para todo el mundo. Pero esto no ha resultado fácil y eso se logró por intensivas jornadas de trabajo diarias y a través de los siglos es que pudimos lograr contar con un potencial ganadero en nuestro campo mexicano.

Los primeros bovinos que llegaron al nuevo mundo fueron los toros bravos, concretamente del Reino de navarra, donde se  generó un encaste fundacional, de mucha movilidad y acometividad por tanta bravura concentrada, pero con poco volumen, lo que convirtió  a esos bovinos en muy dinámicos y con un sentido desarrollado de objetividad y de avivamiento cuando son usados en su lidia, con una capa castaña oscura y otros muy negros, saínos como los que predominaron por siglos en las nacientes haciendas ganaderas del toro bravo de nuestro territorio y país.

Cuando se fundaron las primeras ciudades en La Nueva España, los encomenderos tuvieron la necesidad de recurrir al campo para la manutención de las poblaciones. En las haciendas de trabajo; entre ellas las que se dedicaron por completo a la minería y por la necesidad alimentaria de la población que florecía en la colonización, siguieron importando otras especies domesticas que por este lado del mundo no existían, llegaron con el tiempo los bovinos productores de leche y carne, aquellos mansos rumiantes que rápido se adaptaron a las condiciones climáticas y topográficas a donde fueron instalados: aunque entonces no era muy común estabular el ganado ya que pastaban libres en inmensos campos dedicados a su proliferación y crianza.

PUBLICIDAD

 Así, ahora en las haciendas agropecuarias, surgieron los diversos fenotipos del ganado característico mexicano, sin raza determinada, para denominarles como ganado criollo; muchos cruzados con los toros navarros de lidia, se remontaron a los montes y serranías y sin ninguna dirección zootécnica se dio su mestizaje y se formaron rebaños que, aunque nunca se les consideró de una raza específica, si mantuvieron un esquema de caracteres muy uniformes.

Sobre todo lo que imperaba en aquel antiguo y casi extinto ganado serrano, era y a la fecha lo es, en los descendientes que quedan, sobre todo su rusticidad y soporte a las más duras condiciones climáticas, ya que muchos se soltaron libres a los campos, con excepciones como en el caso de los toros de lidia que si cuidaron su linaje en las haciendas donde se dedicaron a su producción para las corridas y los cercaron; pero los que  se destinaban al abasto, se soltaban y después del tiempo prudente se recolectaban y se instalaban ya en potreros cercados donde completaban su proceso de desarrollo y engorde para poder llegar a las mesas, después de un manejo zootécnico, mismo que durante años no recibieron adecuadamente. Y donde los vaqueros mexicanos que los cuidaban y atendían, comenzaron a divertirse con ellos al jinetearlos después de que los derribaban con sus caballos para márcalos y curarles heridas.

Esta práctica perduró por siglos en la época de la colonia española; después de la emancipación el ganado vacuno para producción de carne se trabajó igual, con los mismos métodos, durante los procesos de formación de nuestro estado mexicano y también en las trifulcas que se suscitaron por darnos identidad, para lo cual ya los hombres del campo habían adquirido mucha destreza y habilidades en el manejo del ganado, tanto el que ya se estabulaba para producción de lácteos como el que se mantenía libre pastando casi en forma salvaje en sus agrestes campos; y así esta práctica aún perdura en comunidades apartadas y otras no tanto, donde los extensos potreros que no rinden para la agricultura son utilizados para la cría de animales serranos.

Como es el caso de en Michoacán, donde contamos aún al día, con una importante producción de este tipo de ganado criollo al cual cuando se manejan adecuadamente sus entrecruces, a la descendencia se les dan características de uniformidad  morfológica, que así definen lo que queda del ganado rustico que llegó en tiempos de la colonia y que es el que mejores resultados da para la fiesta del jaripeo, ahora ya como actividad de recreación y espectáculo que genera multitudes; incluso, las características de esos bovinos criollos se están tratando de rescatar hoy a la fecha, tal como lo comentamos en otras ocasiones, ahora ya en instalaciones estabuladas donde los que se apasionan con el jaripeo, buscan al prototipo del toro reparador que de alguna manera es un estandarte del trabajo ganadero que ha movido a México durante cientos de años.

Con el trabajo ganadero que prosperó en la región de las Huastecas: ya en México independiente y a partir de 1821, las haciendas ganaderas se habían establecido en hoy, Zacatecas, Jalisco, Estado de México, Guanajuato, Michoacán e Hidalgo, el jaripeo fue la principal actividad como trabajo; y como diversión ya se practicaba en las fiesta de los pueblos donde los más esforzados trabajadores del jaripeo en los campos ganaderos, exhibían sus habilidades en el manejo del ganado en el redondel de las haciendas y poblados, que para la ocasión lucían pletóricos de asistentes que al compás de la música vibraban tras cada demostración de los vaqueros campiranos que competían con el afán de mostrar superioridad y por llevarse la ofrenda que la reina de la fiesta tenía para el mejor en el palco de honor, custodiada por sus corte de princesas.

Diversas suerte se observaban, pero la que más impacto ha producido ha sido la monta del toro, los más briosos ejemplares eran reunidos para la ocasión y para la jineteada se veían ricamente adornados por las damas de la fiesta, los caporales se disputaban el derecho de montar al de mayor jerarquía, al más bravo y grande, al más hermoso y de mayor peligro, ya que la hazaña los vigorizaba y como en los tiempos románticos de la “España Mora”, se sentían fortificados con las virtudes de su oponente tras desafiar al toro bravo y lograr quitarles la corona con que los adornaban las reinas; aquellos hombres esforzados que con su trabajo ganadero mantenían la canasta básica de la época, ganaban además la admiración y la aclamación de los hombres.

Al transcurrir la revolución mexicana y el auge industrial impuesto durante el Porfiriato, de alguna manera cuando estaba la guerra, se redujeron las actividades del jaripeo y trabajo ganadero en forma ordenada, pero después por el ferrocarril, muchas de las grandes arreadas se terminaron al subir las vacas al tren: el uso de machos, mulas y bueyes fue sustituido en gran escala por los tractores. Pero entonces un grupo de vaqueros campiranos, preocupados por ver reducida la actividad a caballo y tras la grandeza y colorido de las fiestas que en su entorno se realizaban; ante instancias presidenciales decidieron fundar una asociación con el afán de que la tradición y las fiestas de la gente del campo no muriesen y es así fue como nació la charraría, para perpetuar las actividades ganaderas sobre el caballo y convertirlas en el deporte nacional.

Esta actividad tradicional que al fundarse con aprobación presidencial y de todas las instancias legales y de validez oficial,  creo a su propia “federación mexicana de charrería” en la década de 1940 y para agregarle más valor denominó como “el deporte nacional por excelencia” aquellas actividades que se generaron a partir y gracias a tanta historia que, sobre caballos, en el campo y sobre el ganado mayor se venían realizando de siglos atrás por los ancestros y por los pasajes históricos que se vivieron en esta responsabilidad ganadera de subsistencia y que sostuvo mucho tiempo a la economía nacional de entonces y hasta la fecha lo sigue haciendo.

Nueve suertes son las que se concibieron de los pasajes que por  trabajo y luego por diversión los antiguos vaqueros mexicanos realizaban con y sobre el ganado mayor y a la fecha actual en competencias y congresos avalados por la federación se exhiben en los lienzos charros ante la complacencia de la concurrencia que aprecia la fiesta y competencia charra,  la que dijimos se compone de 9 suertes extraídas de las actividades del jaripeo a campo raso, en un claro retrato de las faenas más admiradas por los asistentes de aquellos primitivos jaripeos y que en forma de competencias avalados por reglamento podemos seguir presenciando en donde de las nueve intervenciones, la de la monta de toros acaparaba la máxima atención por el peligro que reviste.

Afortunadamente se tuvo el acierto de preservar como una identidad las actividades ganaderas que durante siglos se vivieron en lo que ahora es nuestro país, La charrería, es el deporte nacional y por excelencia. Donde la mexicanidad aflora en cada movimiento y en cada acción done el ganado mayor a tropel pone en juego la vida de los que compiten en forma ordenada, estructurada y sancionada, tal como durante siglos se hacía por puro gusto para mostrarle a la gente del pueblo lo grandioso que es la vida en el campo, donde ese trabajo redituaba para obtener el sustento y mantener en armonía el desarrollo de lo que ahora es nuestra nación.

Después de la creación de la federación mexicana de charrería y las asociaciones que la conforman. La gente del campo que no se integraron por algún motivo a dichas organizaciones charras, ellos prosiguen con esta manifestación en sus fiestas que no han sido reglamentadas.

La monta de toros ocupó todos los titulares y en sus festejos nada más se veían como a la fecha se siguen presenciando los desafíos entre toros y jinetes, para así esta actividad identificarla sencillamente como El Jaripeo: los jaripeos de los ranchos siempre han sido esperados, actualmente ya han evolucionado a otros panoramas, como se manejaban en su origen, los toros ya no son derribados por los caballos en los festejos contemporáneos a cajón, pero si son los de mayor jerarquía, los premios por montar ya no son el listón o la corona del toro que ofrecía la reina de la fiesta, ahora cada jinete cobra como en cualquier trabajo, por ir a montar un toro, pero lo cierto es que el jaripeo cada vez acapara a mayor cantidad de aficionados y el jaripeo ranchero sin reglas escritas sigue manteniendo vivas las escenas grandiosas del reto, las de la emoción y las del peligro en que los mexicanos nos probamos, solo por el hecho de ser eso, ¡mexicanos!!! y porque contamos con una cultura, una historia y tradiciones que no se mueren como esta de montar toros en los jaripeos de la república mexicana y que cada día al paso y después de realizar cada uno de ellos se sigue escribiendo su historia llena de escenas propias.