JORGE OROZCO FLORES Hablemos de lo común. Para los gobernados en general la política es una gran oportunidad para no hacerle caso. Sin embargo, a veces vota y pone en manos de los políticos la responsabilidad de que solucionen los problemas de todos, salud, educación, seguridad… Los políticos, especialmente los que detentan el poder, tienen más obligaciones que derechos. Entre sus mayores obligaciones está el hacer lo máximo con lo mínimo. ¿Cómo se logra esto? Con acuerdos, negociaciones y diálogo político (más el manejo administrativo, pero esa es otra historia). Sin embargo, en México, en 2023, esas condicionantes no existen. Hay encono. Sin mesas políticas de diálogo estallan los problemas, en lugar de resolverse. En el reeditado sistema hiper presidencialista, el responsable de que haya diálogo es el presidente de la República. El presidente Andrés Manuel López Obrador no muestra signos de que esté dispuesto a dialogar, ni con los de casa. En perspectiva, en corto plazo hemos visto cómo ha creado artificialmente un proceso interno en Morena para sacar a su candidata a la presidencia de la República, más incierto ha sido desde el principio que sea candidato. Marcelo Ebrard y los demás lo saben, son profesionales y no se chupan el dedo. Pero ese primer impulso, de junio de 2023, de echar a andar en Morena un mecanismo de selección de sucesora, pese a que llegó prematuro, tal parece que no aterrizará conforme a lo previsto en Palacio Nacional. ¿Qué ha fallado? Lo que ha fallado es que en política todo lo artificial se vuelve una realidad, en cualquiera de sus formas, la clara o la distorsionada. Si se dijera lo mismo en otras palabras, habría que hacerlo así: en política el exceso de confianza es un error. Es claro que Claudia Sheinbaum no va sola en la carrera presidencial, su oponente es Xóchitl Gálvez, que originalmente tenía planeado competir por la Jefatura del Gobierno de la Ciudad de México. La forma distorsionada de la realidad es esta: el presidente de la República creó el proceso interno de Morena, lo condujo durante algunas semanas y ahora, ante el dique de una real oposición política, está invadido por una determinación que está haciendo pública en las mañaneras (aunque lo eluda con su “No lo digo yo”), irá hasta el final del proceso de sucesión como protagonista principal. Recordemos que se adelantó desde 2018 seis años a la campaña presidencial de 2024 y no quitará el dedo del renglón. Uno tras otro, los problemas nacionales no le distraerán para opinar por interpósitas personas sobre Xóchitl Gálvez y tratarla como su adversaria personal. Hace cinco años se subió al avión del poder y no está dispuesto a bajarse. Él piensa que puede hacer más por el país si impide que se discutan sus lineamientos. La posibilidad de llegar a acuerdos internos en su Movimiento es nula. La probabilidad de que se dedique a gobernar el país el resto de su sexenio, y ver de lejos el proceso electoral, es impensable. A todo político profesional de ligas mayores le acompaña su voluntad de tomar el poder y no dejarlo. Si tiene que mentir, lo hará. El político que se deja desplazar con facilidad ni llega al poder ni lo retiene. Es el caso contrario del presidente Andrés Manuel López Obrador. Los meses siguientes, de aquí al primer domingo de junio de 2024, lo que veremos será una maraña de información, de ataques, defensas, mentiras, falsedades y pocas verdades. El principal deber del Presidente es el de hablar con la verdad. Aunque sea su verdad, pero que sea congruente con lo que dijo como candidato presidencial y con lo que hace como presidente en funciones. En política es comprensible que el Presidente se mantenga firme en su postura, siempre y cuando no transgreda el marco que él mismo definió cuando fue atacado en 2005 durante el proceso de su desafuero, para que no contendiera en la elección presidencial del 2006. El Presidente está viviendo hoy en Palacio Nacional el dilema de ser incondicional con los deberes de la Jefatura de Estado que encabeza o modificar sus palabras y a un tiempo que coordina a su Movimiento atacar a sus adversarios políticos. El final es trágicamente previsible, la distorsión extrema de la política. Toda democracia tiene sus sombras para quienes ejercen el poder, que hay que dejarlo eventualmente en otras manos, incluidas las opositoras. El puesto de mando, en altas miras, también debería servir para planear el retiro. Si el control de las multitudes es una ilusión, los políticos profesionales han de tener tal contextura que, tomando o dejando el poder, no habrán de estar dispuestos a arriar sus propias banderas. Ese es el sistema político necesario para México. Que haya tensiones en las cúpulas del poder, que haya quien opine y quien disienta. Vale apuntar que quien el 1 de octubre de 2024 llegue a la Silla Presidencial, ha de tomar posesión del cargo con un bulto de ropa bajo el brazo que tendrá que lavar, un sistema de partidos todo percudido. La vía para lavarle la cara a los partidos políticos tiene que ser el INE (pero ese es otro tema). En tanto que la Presidenta de la República deberá negociar el relevo político del Fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero. Se necesitará otro fiscal, sin consignas políticas, para que nadie se vaya de los escritorios de las oficinas públicas sin pagar las cuentas. La niña Aitana, muerta prensada en el hospital 18 del IMSS en Playa del Carmen, Quintana Roo, en julio de 2023, es una víctima de la negligencia y probablemente de la corrupción. Esa y otras cuentas tienen que pagarse ante los jueces. Si Xóchitl llegara a pactar impunidad, todo se iría al traste. Hay que sanar heridas, aliviar el dolor, ser solidarios con el luto humano, pero no perdonar. La ley no es un confesionario, cuando se aplica no perdona, lo debe hacer sin odio y sin venganzas.