Salvador García Espinosa y Rosenda Aguilar Aguilar En la actualidad se exhibe una película sobre la participación de Julius Robert Oppenheimer en la creación de la bomba atómica, cuya primera explosión de “prueba” fue un 16 de julio de 1945 en Alamogordo, Nuevo México, y permitió que posteriormente se lanzaran bombas sobre las ciudades de Nagasaki e Hiroshima, en Japón. Para la ciencia, dicha explosión resulta sumamente relevante porque, desde el 2009 un grupo de investigadores liderados por Jan Zalasiewicz y Colin Waters la ubica como el origen de una nueva era geológica denominada Antropoceno, con la idea de designar una era geológica que se caracteriza por las transformaciones provocadas por el ser humano, a través de factores como la urbanización, la utilización de combustibles fósiles, la devastación de bosques, la demanda de agua o la explotación de recursos marítimos. La realidad de la crisis ambiental es innegable, incluso desde la Iglesia Católica el papa Francisco publicó en 2015, una encíclica Laudato Si con el subtítulo de la encíclica, ‘El cuidado de nuestra casa común’, para llamar a la reflexión sobre el cuidado del entorno natural y de todas las personas. En su momento, el papa Juan Pablo II enseñó en numerosas ocasiones sobre el deber de proteger la naturaleza. Por ejemplo, en su encíclica Centesimus Annus, de 1991, describió a la naturaleza como un don de Dios y la necesidad de que los seres humanos cooperen con Dios para promover el florecimiento correctamente ordenado del medio ambiente. También esbozó la conexión entre la ecología natural y la ecología humana, anticipándose al concepto de ecología integral utilizado por el papa Francisco. Durante muchos años, los eruditos y activistas católicos han hablado abiertamente de la conexión entre las cuestiones sociales y medioambientales. La relevancia del Laudato Si es que en ella no sólo se desarrolla ampliamente el tema de la crisis ambiental, sino que se compromete activamente en la búsqueda de la sostenibilidad medioambiental, además de reconocer que existe un consenso científico muy sólido en términos de que el cambio climático está ocurriendo y el principal motor es la actividad humana. En el capítulo seis del Laudato Si, se expone que un individuo puede actuar para impulsar el proceso de “conversión ecológica”, a través de “la oración y la contemplación, el aprendizaje de la naturaleza… y la reducción de la participación en las formas materialistas de la cultura del consumo. Además de recordar la estrecha relación del individuo con Dios y con la naturaleza. El papa Francisco deja claro que los problemas medioambientales van más allá de los individuos, porque se extiende al sistema económico y político. Incluso señala que aún y cuando cada lector de la encíclica se comprometiera con el medio ambiente en su mentalidad y estilo de vida personal, resultaría insuficiente para detener problemas como la crisis climática y la contaminación. Debido a que las principales decisiones que afectan a la disponibilidad de energías renovables e impiden alcanzar prácticas sostenibles las toman los gobiernos y las grandes empresas. “La creación no es una propiedad a la que podemos gobernar a voluntad ni es, mucho menos, la propiedad de sólo unos pocos. La creación es un regalo, un maravilloso regalo que Dios nos ha dado para que lo cuidemos y lo utilicemos en beneficio de todos, siempre con mucho respeto y gratitud”. Ciencia y religión tienen un interés común y coinciden en el optimismo. Como se afirma en la encíclica, “no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales”. Católicos o no, las palabras el papa Francisco nos deben invitar a reflexionar, porque: “Somos custodios de la creación, pero cuando explotamos la creación, destruimos el signo del amor de Dios por nosotros… No deberíamos vernos como los amos de la creación”.