Gustavo Ogarrio Diez años cantando juntos, cantando baladas alternadas que poco a poco se van debilitando en su fuerza melodramática ante los nuevos géneros musicales que se apropian de la cursilería de masas y de los lugares comunes del sentimentalismo contemporáneo. Se podría conceder que Emmanuel y Mijares son un par de héroes melodramáticos en declive y que inscriben sus autobiografías en un juego de espejos con el “yo” de sus canciones, pero sería también un exceso: el que se convierte en “Rey Azul” cuando es mirado por la mujer deseada ya se queda en el imaginario de masas como una alegoría firme cuando es entonado en los ropajes de la balada, pero absolutamente descontextualizado por el simple paso del tiempo. La metáfora cuasi bélica de Mijares, el “soldado del amor”, lo orilla a un montaje sorprendente por su grotecidad: en un perfomance algo retorcido, Mijares escenifica una riesgosa imagen compuesta de banderas rojas, botas negras y con él mismo envuelto en un disfraz casi militar, con gorra simulada de “soldado” con honores, que más bien parece rendir culto innecesario a la jerarquía marcial. Mijares y Emmanuel son, abiertamente, cantantes “burgueses” después del derrumbe de una casi imposible clase burguesa que se encumbra en la época del Estado benefactor y en el que es posible el reinado de los grandes monopolios televisivos y radiofónicos. Éxitos que son cicatrices melodramáticas; frases lapidarias que se entonan como emblemas del desamor; cuadros casi costumbristas de la balada romántica. Quizás las canciones más “viejitas” de ambos cantantes son las que libran mejor la batalla contra el anacronismo emocional, las que se forjaron en la época de oro de la balada romántica y que va de finales de los años setenta y comienzos de los ochenta, a la última década del siglo pasado.