CIUDAD POSIBLE |Estamos del mismo lado

Hay una relación directa entre el espacio que le damos a los automóviles, y el que nos privamos como individuos, y como sociedad.

Inés Alveano Aguerrebere

Luchar por mejores lugares para que las personas caminen o se trasladen en bicicleta o en transporte público no es una guerra contra el automóvil. De igual manera que la lucha por los derechos de las mujeres no es una guerra contra los hombres.

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Desde hace unas décadas, hemos construido las ciudades para acomodar a los automóviles. Nos ha parecido una acción lógica el incrementar el número de carriles y de avenidas y la capacidad en general de las calles, para resolver el problema de la congestión vehicular. Una gran parte de los reglamentos de construcción vigentes hoy en día obliga cierto número de cajones de estacionamiento para viviendas, negocios, restaurantes, escuelas, etc. Los espacios para habitar pueden quedar de tamaño minúsculo, pero se trata al vehículo como el rey, aunque 75 por ciento de los viajes no se hagan en automóvil.

Y hoy, más que nunca, nuestras ciudades son hostiles. A excepción de las zonas turísticas, pocas ciudades tienen colonias realmente disfrutables.  Irónicamente, en nuestro intento por hacer las cosas bien, hemos cometido el peor de los errores: privilegiar a las máquinas por encima de las personas. El brindar tanto espacio para que los vehículos se muevan, y/o se estacionen, nos ha orillado a habitar espacios residuales. Afuera de la casa: banquetas minúsculas, falta de mobiliario urbano (árboles, bancas, parques, etc), inexistencia de espacios seguros para circular en bicicleta y el transporte público atascado en la congestión vehicular, en lugar de tener un carril especial, siempre libre. Con respecto a la casa, nos hemos visto obligados a vivir cada vez más lejos de nuestras ocupaciones cotidianas, además de habitar hogares pequeñitos, pero eso sí, con cochera.

Hay una relación directa entre el espacio que le damos a los automóviles, y el que nos privamos como individuos, y como sociedad. Y debería ser obvio, puesto que el espacio es finito, y no puede tener dos usos al mismo tiempo: es decir, la cochera no puede ser cocina o baño, al mismo tiempo. Y en la calle, un cajón de estacionamiento no puede servir como banqueta o ciclovía al mismo tiempo que está ocupado por un auto.

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Hay una sociedad que entendió esto. Es la holandesa. Y créanme, no fueron los políticos los que generaron un cambio. En los 70’s, la capital de Holanda, Ámsterdam no era la misma que ahora. La sociedad civil se organizó para exigir lugares seguros para circular en bicicleta. Los impulsó al mismo tiempo dos problemas: un elevado número de niños y personas muertas atropelladas, y la carencia del petróleo. Con estas dos crisis, fueron habilitando poco a poco, redes completas de ciclovías seguras y cómodas, quitando, sobre todo, espacios de estacionamiento en la calle. Según la app Waze, hoy en día, Holanda es uno de los mejores países para usar un automóvil. Una ironía, dado que es también el país que más espacio “les quitó a los autos”.

Rescatar el espacio que les hemos dado a los vehículos particulares, no es una guerra contra ellos. No es una “nosotros contra ellos”, “ciclistas contra automovilistas” ó “peatones contra automovilistas”. Más bien se trata de un “todas las personas contra la congestión vial” ó “todas las personas contra la inmovilidad”. Cuando el espacio de las calles se redistribuye, y se habilitan carriles exclusivos para transporte público, y espacios seguros y protegidos para circular en bicicleta, se mueven más personas, en menos espacio y tiempo.

Como dice Brent Toderian: “una ciudad diseñada para los autos, les falla a todos, incluyendo a los automovilistas. Una ciudad diseñada para mover las personas, funciona mejor para todos, incluyendo los que se mueven en auto”.