Jorge A. Amaral Le comento rapidísimo: el otro día estaba en espera de entrar al fraccionamiento donde tengo mi morada. Era hora de mucho tráfico, así que la fila para atravesar los carriles contrarios y acceder era larga, muy larga, pero ahí estábamos: el taxista delante de mí, revisando cada en cuando su celular; la familia de atrás, con sus caras de fastidio, y yo, en mi moto, con calor, ganas de ir al baño y mucha hambre, pero soportando, como dice la chaviza. De repente pasó a un lado de la fila un camión de reparto de materiales, que avanzó despacio y llegó hasta la punta de la fila, se le metió a la brava a un camión de pasajeros y retornó. Todos los conductores le mentaron la madre con sus cláxones, yo le mostré mi dedo medio con toda su esplendorosa e iracunda vulgaridad. El cínico volteó a vernos y se burló. El sujeto –que a partir de ese momento decreté que vaya e importune cruelmente a su desventurada jefecita cada vez que respire– se sintió bien chingón, un as del volante, un auténtico piloto urbano, pero sólo se vio como lo que es: un cretino, un imbécil, un abusivo, “un gran necio, un estúpido engreído, egoísta y caprichoso, un payaso vanidoso, inconsciente y presumido, falso, enano, rencoroso, que no tiene corazón”, como dijera la cantante Rocío Jurado (álbum “Señora”, 1979). O lo que es lo mismo: un auténtico gandalla. El Diccionario del Español de México, del Colegio de México, define la palabra “gandalla” como alguien “que saca partido de todo, sin consideración ni respeto por los demás; aprovechado: ‘Es cuentero, codo, collón, gandalla, convenenciero’”. Por otro lado, en la edición de 1984, el Diccionario de la Real Academia Española consigna la voz “gandaya” con dos acepciones: como “vida holgazana”, con las expresiones o “andar uno a la gandaya” o “buscar o correr uno la gandaya”, o “ir por la gandaya”, significando todas “buscarse la vida el vagabundo que no tiene ocupación fija”. La otra acepción es “redecilla del pelo”. Según el escritor y traductor Carlos Montemayor, la palabra castellana “gandaya” aparece por primera vez en 1646, en la novela picaresca “Estebanillo”, mientras que la acepción referente a “redecilla para el pelo” llegó a 1817 al Diccionario de la Academia. “El antecedente inmediato del castellano ‘gandaya’ y (…) del portugués ‘gandaia’ y del gallego ‘gandaina’, es la voz catalana ‘gandalla’, que proviene, a su vez, del occitano antiguo ‘gandir’, y ésta del gótico ‘wandjan’. La voz catalana ‘gandalla’ significa ‘especie de redecilla para el cabello, tuna, vida holgazana’, probablemente porque los bandoleros catalanes de los siglos XVI y XVII llevaban el cabello recogido con gandall o gandalla, una especie de cofia de uso frecuente desde el siglo XV y que Fabra definió como ‘prenda para la cabeza, hecha de malla de seda, con una borla en la punta’”. Así se entiende de dónde viene el término “gandalla” para designar a quien hoy en día asume actitudes abusivas, desvergonzadas, carentes de empatía y respeto hacia los demás. Eso no es casual, porque la voz gallega “gandalla”, específicamente el sustantivo “gandallo”, designa a la persona desaseada y mugrienta, lo que se relacionó con la imagen del pepenador mexicano. Venga de donde venga, el gandallismo es algo que tenemos tan normalizado, que pareciera que a los mexicanos nos encanta el agandalle: evitar la fila metiéndose hasta adelante, ganarle el lugar de estacionamiento a quien quizá tenga más rato esperando, recoger cuanta mercancía quede tirada en la carretera después de que se accidenta un camión de carga, cientos de vecinos de un pueblo llenando bidones, cubetas y tambos con el combustible que emana de una fuga en el ducto, aunque a la postre eso resultaría en tragedia. Pero gandalla es también el agente que aprovecha la patrulla, la placa, el arma y el uniforme para extorsionar a conductores y asaltar transeúntes, el docente que pide favores sexuales a una estudiante a cambio de pasarla en su materia, el político que intercambia favores con otros de su especie para posicionarse o que compra votos para quedarse con aquel cargo. Hace 10 años, el Gabinete de Comunicación Estratégica hizo un ejercicio interesante: una encuesta para esbozar qué tan gandalla es el mexicano. Tímidos al principio, los encuestados señalaron que el ser trabajador es la máxima virtud del mexicano, pero la encuesta reveló que los participantes consideraban que el mexicano es “gandalla” por naturaleza, y es que los entrevistados fueron cuestionados sobre la frase “el que fue a la villa perdió su silla”, y 60 de cada 100 personas justificaron este comportamiento tan gandalla. Con base en los resultados de esa encuesta, el estudio definió esta cualidad en 5 categorías según las respuestas obtenidas. El 57.8 por ciento dijo que ser “gandalla” es querer sacar ventaja de todo, para el 26.1 por ciento se refirió a quien abusa del poder, mientras que ser prepotente era el mejor significado para el 7.1 por ciento de los encuestados. En el estudio, los participantes calificaron el grado de “gandallismo” en México, y en una escala de cero a 10, el promedio obtenido fue de 6.6; sólo 9 por ciento pensó que el abuso ciudadano es mucho y un minúsculo 1.8 por ciento dijo que no es nada. Del mismo modo, la muestra definió en cinco categorías quién es gandalla: quien quiere sacar ventaja de todo, 57.6 por ciento; el que abusa del poder, 26.1 por ciento; el que es prepotente, 7.1 por ciento; una mala persona, 3.2 por ciento, y quien reúne todas o una sola de estas características, 2.7 por ciento. Lo que se lee entre líneas en ese estudio es que sabemos que está mal, pero a la mayoría de los mexicanos le vale, al cabo todos lo hacen. Y añadía Montemayor: “La voz mexicana o, para decirlo con propiedad, el mexicanismo ‘agandallar’, mantiene ciertos sentidos históricamente documentados desde el gótico y occitano (de Occitania, antigua región del sur de Francia) hasta el gallego y el portugués, pasando por el catalán y el castellano mismo. Mantiene el sentido de ‘ladrón’ del gandalla catalán, pero le agrega la condición ‘despreciable o de baja estofa del gandaia portugués y gallego’”. De acuerdo con el autor, “ahora, en México, agandallarse es reconocer que todos, en algún momento, podemos ser capaces de abandonar nuestra condición honorable y asaltar al prójimo en muchos sentidos, no sólo como bandolero común”. Y para comprobarlo, salga tantito y verá cómo el franelero o el dueño de un local, poniendo pendejada y media en la calle, se agandallan el derecho de usted a estacionarse en la vía pública (siempre y cuando esté permitido por la autoridad vial), verá cómo un cafre al volante se agandalla su derecho a circular tranquilamente y con seguridad, notará que un mecánico y hojalatero, usando la calle como deshuesadero y taller, ya se agandalló el derecho de los vecinos a usar la banqueta. A este respecto, el mercadólogo y conferencista Mac Kroupensky explica que el gandallismo está tan extendido entre los mexicanos porque “la cultura de la gandallez es, en cierta forma, más sencilla que la cultura humana. Ella simplemente requiere que veas el mundo, la naturaleza y gente como algo para conquistar, manipular y explotar. Mientas que en la cultura humana requieres ver cómo generar valor real, profundo y duradero para todos los interesados, en una forma económicamente eficiente. Sin duda, una propuesta mucho más compleja”. Porque, claro, para muchos es más fácil empuñar un arma para asaltar que ir y buscar un empleo, como para muchos es más fácil ir por la calle agandallando y agrediendo a otros conductores en lugar de levantarse temprano y hacer que las crías se den prisa. Ejemplos de gandallismo sobran en este país, y ahora que ya arrecian los tiempos electorales la colección se ampliará con la designación gandalla de candidatos, el agandalle de los personajes de siempre para acceder a los puestos de elección popular, el agandalle del crimen organizado para poner funcionarios a modo en sus áreas de influencia. https://youtu.be/RSLVRIo2_ww ¡Ya dejen algo! Hablando de gandallas y gandules, el ebrardista de hueso colorado Juan Carlos Barragán ya se alineó con Claudia Sheinbaum. Él y otros de sus correligionarios son el arquetipo del político gandalla: saben que el que se mueve no sale en la foto. También el experredista Carlos Torres Piña deja la Secretaría de Gobierno para ir en busca de un hues… perdón, encabezar la formación de comités de defensa de la Cuarta Transformación en Michoacán, no sin hacerse promoción personal mediante las torres y las piñas. ¿Creyó usted que lo hacía por amor a la 4T y en apoyo a Sheinbaum? Obvio que no, igual que Barragán y amigas que lo acompañan, va a ver qué se agandalla, y como ellos, muchísimos más en todos los partidos. Es cuánto.