Gustavo Ogarrio En 1836 surge la Academia de Letrán, que según Guillermo Prieto es creada bajo una “tendencia decidida a mexicanizar la literatura, emancipándola de otra y dándole carácter peculiar”. La “tendencia a incorporar temas y un escenario americanos, o más propiamente mexicanos, a la literatura fue la nota dominante de nuestro primer romanticismo”, según Jorge Ruedas de la Serna, lo que coincidió con el vigor de los impresores de la época, logrando una amplia y sostenida edición de revistas, periódicos, semanarios y calendarios. En el marco de esta heterogeneidad de géneros discursivos del primer romanticismo mexicano, el mismo Guillermo Prieto “militó” no sólo en lo que podríamos denominar como los modos de expresión sentimental que guiaron la invención de las nacientes repúblicas –la escritura y la práctica político-cultural de la patria–, también fue el creador, junto con Ignacio Ramírez, de un personaje burlesco y crítico, que expresaba otro modelo de sensibilidad marginado del tono sentimental dominante. Don Simplicio. Don Simplicio era el nombre de esta personificación imaginada por Guillermo Prieto e Ignacio Ramírez, un hombre que montaba su burro al revés, que discursivamente arremetía contra los poderes operantes en el proceso de formación de la República y que se salía “completamente del modelo vigente en ese momento en la prensa mexicana”. Don Simplicio, publicación que en 1845 comenzaría a aparecer dos veces por semana, fue desde sus inicios el registro de una sensibilidad “burlesca, crítica y filosófica” que rompía con el tono áulico y solemne del sentimentalismo romántico y que también se encargó, afirma Rubén Ruiz Guerra, de “cuestionar fuertemente la versatilidad de los actores políticos mexicanos y defender rabiosamente un modelo republicano y popular de gobierno”.