Inés Alveano Aguerrebere Esta semana le contaba a un amigo por qué creo que el puente vehicular a la altura de Villas del Pedregal en Morelia no es buena idea. De hecho, hay una solución más barata (más rápida) y que atiende dos problemas al mismo tiempo: la seguridad vial y la movilidad de las personas que habitan o transitan por la zona. Se trata de destinar carriles exclusivos al transporte público y semaforizar. Si esa zona ya está urbanizada, no debería dársele tratamiento de carretera, sino de ciudad. Para mostrarle que construir más vías y más carriles para vehículos particulares, sólo incrementa la congestión vehicular, empecé a contarle del ejemplo fallido mexicano: Monterrey. No bien había mencionado el nombre de la segunda ciudad más grande del país, empezó a despotricar contra ella. ¡Qué infierno! ¡Horrible! ¡Desgastante! ¡Nunca volvería de paseo! (Más o menos estas fueron sus palabras, y se le veía en su postura y sus gestos, el rato desagradable de sus recientes vacaciones allá). En lo que a mí respecta, visité Monterrey hace unos años, por un congreso de seguridad vial. Disfruté mucho el parque fundidora: las fuentes, el paseo en lancha y la delicia de andar en bici. Los árboles que mantienen la temperatura agradable, las luces de noche, la diversidad de actividades, museos, centros de espectáculos y restaurantes que ofrece. Ir a Monterrey vale la pena tan solo para caminar sobre el llamado Paseo Santa Lucía de día o de noche. La zona metropolitana de Monterrey es otra historia. Los trayectos en auto hasta el municipio más rico del país (San Pedro Garza García) son como el purgatorio. Diseñada para mover autos, les falla a todos: incluyendo a los automovilistas como mi amigo. Avenidas amplias, puentes vehiculares y pasos a desnivel se saturan a todas horas. La tragedia de Monterrey es tener demasiado dinero: justo el que aplicaron para mover vehículos de motor. Digo tragedia porque, aunque la ciudad fue construida persiguiendo el sueño de que todos se muevan velozmente en sus autos, lo que obtiene cada año es lo contrario: más y más tiempos de traslado. Y es que no hay espacio ni dinero que alcance para que todas las personas nos movamos en auto. Ningún lugar del mundo lo ha logrado. Brent Toderian, urbanista canadiense, ha dicho que una ciudad diseñada para mover personas, funciona mejor para todas, incluyendo las que se mueven en auto (como mi amigo, y varias de las que escuchan). Para el caso de Monterrey eso significaría quitar el exceso de espacio y concreto que se ha destinado al automóvil y hacer por lo menos tres cosas: 1) generar transporte público de calidad con carriles exclusivos; 2) dignificar los espacios para las personas que caminan: banquetas anchas, cruces seguros, eliminación de cargas extras como los puentes antipeatonales y barreras y, 3) habilitar una red de ciclovías seguras y cómodas para las personas en bicicleta. Paradójicamente, quitar espacio al auto resulta en mayor satisfacción al manejar uno, como lo demuestra Países Bajos (Holanda). No sólo es el país que más espacio destina para las personas SIN auto; también es aquel en donde más se puede disfrutar el manejar uno, como lo señalan los automovilistas que usan la app Waze. Pero Monterrey la tiene más difícil que Morelia. Allá se trata de “quitarles espacio los automovilistas”. ¡Y son un montón! Es la ciudad donde más trayectos se hacen en auto diariamente: alrededor del 50%. En las demás ciudades de México y América Latina, el porcentaje aún es menor que el 40%. La solución para la disminución de muertes y lesiones por hechos viales a la altura de una de las zonas habitacionales más grandes de América Latina, es proveer transporte público digno, así como un cruce semaforizado. Reorganizar el espacio existente. Si hacen el puente vehicular, resuelven el tema del acceso, pero el tráfico al aproximarse a la ciudad seguirá igual o mucho peor. Y como en Cocherrey, en lugar de tener más fluidez, tendremos más porcentaje de viajes en auto y peor, tráfico.