Mateo Calvillo Paz El hombre es un ser de inteligencia y libertad. Ahí radica su grandeza y el secreto de su felicidad plena. Debe controlar sus pasiones y emociones. Es un imperativo y un honor colaborar a la grandeza y felicidad de los mexicanos. Es un privilegio colaborar para que los hermanos lleguen a su plena madurez, posesión de sí mismos, y sean constructores de la grandeza de México, en un ambiente de alegría y entusiasmo. La gente que no crece hasta llegar a la plena posesión y uso de sus facultades propias, se quedan como los brutos animales, las máquinas y los objetos, ni son felices ni dejan ser felices, no empujan el país a niveles más altos de humanidad. Cuando las pasiones y las emociones se desbordan sobre la razón, llevan a conductas irracionales y hasta absurdas. Todos gozamos, sorprendidos y frenéticos por el gol de Lozano y la victoria de México sobre uno de los grandes, el campeón Alemania. Multitudes de mexicanos dejaron que se desbordará la pasión y la emoción y llegara a límites desproporcionados. Algunas expresiones admiran por su exceso y locura. Los hechos son harto conocidos. México no será campeón, sabe Dios de lo que serían capaces los fanáticos. Los mismos excesos del fanatismo observamos en el campo de la contienda política. Las pasiones se desbordan y bloquean la razón.El fanatismo embriaga a muchas personas que no guardan la sensatez y caen en conductas irracionales: se olvidan del bien de México y no calibran la calidad moral y profesional del candidato. Reaccionan con las vísceras y no les importa el bien verdadero de su persona y de su familia, el Bien Común. Los líderes persiguen bienes egoístas, mezquinos, de la clase privilegiada, La gente sin criterio es como el rastrojo seco para el fuego, llevados por el impulso fanático ni ven ni oyen ni entienden. Se convierten en mansos corderos que los lleva fácilmente la voz seductora y astuta de líderes que los utilizan para sus intereses facciosos. No se paran a pensar en humildes,arrojan sus vidas y el futuro digno de México en el caos. Lo entregan a los lobos feroces. Quien tiene el precioso tesoro de la fe en Dios, Señor de la historia que liberó a su pueblo de Egipto y lo condujo a la tierra de bienestar, que ha estado presente, en la virgen de en nuestra historia, necesita orar intensamente al Padre Dios no nos deje caer en el infierno de Venezuela y Cuba. Urge despertar, despertar todos. Si es necesario, debemos convertirnos en agentes de conciencia crítica y responsable. Es un imperativo ayudar al vecino que anda mareado por el fanatismo, liberarlo de las manos de los líderes sin moral que los engañan y les roban el voto. Hay que abrirles los ojos, que no voten por los punteros de encuestas amañadas para hacer creer que “este arroz ya se coció” e inducir el voto. Ellos son absolutamente libres al emitir su voto y decidir todo. Es por el bien de México. Hay tips que iluminan con luz meridiana: hay que conocer la calidad moral de los candidatos. El que se cree que es la ley, la verdad, que absuelve a los criminales, que pretende tener poderes mesiánicos es un dictador, sediento de poder, de oro y de sangre. Así fue Hitler, Hugo Chávez, Elías Calles. El que no se somete a la verdad es falso al prometer y no cumplida. Hay que conocer los delitos de la vida pasada que o callan absolutamente los líderes: el desprecio de las instituciones, los actos subversivos, el narcisismo del caudillo y el desprecio real de las multitudes pobres. Afirma el único Mesías: al árbol se le conoce por los frutos, un árbol malo no puede producir frutos buenos. Por debajo del discurso conócelo por sus hechos, sus crímenes o sus logros. El triunfo de líderes con intereses bastardos es un bien sólo para la camarilla y el partido, es una desgracia para México. En realidad, no es un bien ni para los que se adueñan del poder y la riqueza de México pero que cometen crímenes y luego andan huyendo como los Duarte y otros gobernadores corruptos del PRI, como gobernadores del PRD que hasta el momento gozan de impunidad pero que son atormentados por sus crímenes pasados. El bien de México o es para todos, hasta el último de los mexicanos o no es para nadie.