MIRADOR | Hermanos distantes

Han pasado los meses y Ramiro desconoce la razón por la cual no ha ido a buscar a su hermano

Foto: Víctor Ramírez.

Saúl Juárez

Los dos hermanos enterraron a sus padres y siguieron habitando la casa en la orilla sur del lago. Vivían con poco y nada, apenas el producto de cosechas cada día más magras. Agustín poseía la fortaleza de un oso. Ramiro cantaba canciones acompañándose de su guitarra.

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Al cabo de un tiempo, se vieron obligados a vender la casa y con la suma recibida pagaron al pollero. Su destino final sería la ciudad de Ventura, en California. Estuvieron a punto de morir en el trayecto, pero la suerte les permitió llegar a ese lugar donde ya tenían trabajo en el campo.

El día de descanso lo ocupaban en ir a sentarse en lo alto de una colina chata para mirar el mar.

Después de tres años de vivir con ese jale, cayó una redada en plena labor. Los campesinos mexicanos corrieron entre el maíz crecido, pero los agentes eran muchos. En la corredera, los hermanos se separaron. Agustín logró esconderse en un recodo protegido por una roca salvadora. Ramiro fue deportado.

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Ya no supieron nada el uno del otro. El menor de los Abarca se quedó a vivir en la frontera del lado mexicano y aprendió a trabajar en los viñedos. El mayor persistió en el sueño americano, ahora en Santa Bárbara como jardinero.

Hace unos días, después de tres décadas de haberse separado, Ramiro reconoció a su hermano en un programa de la televisión americana. Participaba en un concurso de adultos mayores destacados por su fuerza. Agustín ganó el certamen consistente en jalar tractores con cadenas.

Han pasado los meses y Ramiro desconoce la razón por la cual no ha ido a buscar a su hermano. Tan sólo mira su viñedo y luego entra a casa, busca su guitarra y empieza a cantar recordando a su hermano.