Redacción/ Víctor E. Rodríguez Méndez Para Leonarda Rivera (Uruapan, 1984) que un libro suyo reciba un reconocimiento —traducido en un premio literario— es “una gran satisfacción”. Sobre todo, dice, por el hecho de que convenza a un jurado que “generalmente son 3 o 5 personas, y son prácticamente tus primeros lectores desconocidos”. La filósofa, ensayista y poeta michoacana obtuvo en 2019 el Premio Internacional de Ensayo Siglo XXI por su libro Don Juan y la filosofía, en junio pasado ganó el Certamen Nacional de Literatura “Laura Méndez de Cuenca” 2023 con el libro de ensayos Sobre la destrucción de la ciudad y en septiembre fue merecedora del Premio Bellas Artes de Ensayo Literario “José Revueltas” 2023 por Las damas fáusticas. En entrevista, vía remota desde la Ciudad de México, Leonarda describe sus sensaciones sobre los premios mencionados: “Enlistados así suena un poco raro. Tú sabes que, dentro de los géneros literarios, el ensayo es probablemente lo que menos se vende y, por tanto, lo que menos se publica. Es, incluso, menos común que la poesía. Hay muchas editoriales independientes que publican poesía, que hacen colecciones de poesía. La narrativa es un tema aparte. Pero el ensayo literario sigue siendo muy marginal”. La ex becaria del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico de Michoacán, en el área de Jóvenes Creadores (2005), asegura que desde el principio ha visto a estos premios como “un medio para compartir con otros algunos temas que me apasionan”. El libro que ganó el Certamen “Laura Méndez de Cuenca” lo envió antes a una casa editorial —comercial— y fue rechazado. “Lo tuve guardado un tiempo hasta que supe de la convocatoria. Quiero decir, que para alguien que no tiene contactos o recomendaciones en editoriales es un poco complicado publicar. Y creo que los premios de alguna forma te apoyan en ese sentido”. —Fernando Savater ha dicho que ensayar “es, a fin de cuentas, dudar del papel, no saberlo todo, no estar seguro de los gestos que corresponden a cada frase o del tono de voz más adecuado para decirla”. Para ti ¿qué es escribir ensayos? —Sí, de hecho, me gusta esa definición de Savater. Es un autor que revisamos con mis alumnos en un curso sobre ensayo filosófico español. A ellos siempre les digo que cuando piensen en el ensayo tomen en cuenta la acepción más originaria del término, que es “la de ensayar algo”, “poner a prueba algo”, un tema, una preocupación, un dolor, un recuerdo, un libro, etc. Esto, lo dice de una forma magistral José Ortega y Gasset en sus Meditaciones del Quijote. “Poner a prueba lo que sabes de un tema”, o lo que te gustaría saber. Ensayarlo varias veces, no importa si sale mal. En otras disciplinas la gente hasta se pone un atuendo especial por si su “experimento” explota. ¿No? Siempre hay riesgos. En todo, creo. Con un texto ocurre un poco lo mismo, tienes un borrador y lo vas interviniendo. No necesariamente tiene que salir bien. A veces hay textos que se quedan en borrador. —¿Hay alguna virtud que destaques del ensayo como género en el contexto actual? —En realidad me parece que sigue siendo muy fiel a sus orígenes. Quiero decir que sigue siendo un espacio en el que se reflejan las distintas formas de la condición humana. Eso lo mantiene como un género muy abierto. Temas que podrían parecer insignificantes, pero que en realidad no lo son, siguen encontrando su escenario perfecto en el ensayo literario. Últimamente he leído pequeños y fascinantes textos sobre “perderse en los cafés en diferentes ciudades”, sobre la maternidad deseada y no deseada, sobre el miedo, sobre los amantes y la infidelidad, sobre el silencio y la música, sobre el dolor, etc. —¿Qué estado de salud guarda el ensayo en términos de difusión en libros y revistas? —En realidad hay pocas editoriales que publican ensayo en nuestro país. Y hablo de editoriales que realmente tengan la capacidad de distribución, que no entiendan por edición sólo imprimir un libro. Y sobre las revistas, no sé, es algo que desconozco. He estado un poco al margen de eso, de revistas y suplementos culturales que publican ensayo literario. Más bien he leído y publicado mucho, pero ensayo académico y éste tiene una estructura y estilo diferentes, intenta responder otras inquietudes. A sus 39 años, Leonarda Rivera cuenta con una importante experiencia literaria y académica. Es doctora en Filosofía por la UNAM, en donde es profesora de Problemas de Historia de la Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras. Actualmente es integrante del Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA). Ha publicado, entre otros, los libros de poesía Música para destruir una ciudad (FETA, 2015) y El cazador sueña un león herido (Ediciones Simiente, 2019), así como La noche que derramó el vaso (SECUM, 2007) y Deshojal (SECUM, 2010). En la Colección Premios Michoacán de Literatura 2010 obtuvo el Premio de Poesía Carlos Eduardo Turón. —Respecto al Premio “José Revueltas” 2023 por Las damas fáusticas, ¿qué te planteaste al escribir esta obra? —Los últimos años he estado obsesionada con el mito fáustico, que atraviesa toda la cultura moderna. He dado cursos completos sobre las metamorfosis del doctor Fausto a lo largo de prácticamente cuatro siglos. En otros cursos lo he puesto frente a otro de los grandes personajes del deseo: don Juan. Tenía muchas notas y esquemas, pero fue hasta en la pandemia que empecé a trabajar en un libro sobre la belleza y el mal, donde el personaje conceptual sería el doctor Fausto. Encontré que también había en la historia de la literatura mujeres que habían pactado con el diablo y me sorprendió mucho ver que el objeto del deseo de las faustas o faustinas cambiaba drásticamente, no se parecía en nada al deseo de los faustos. Pero no sólo eso; para ellas, la figura del diablo no siempre es la representación del mal, sino más bien es una especie de aliado, alguien que las salva y reconforta cuando todo mundo las ha abandonado. Es un libro muy pequeño, no mayor de 80 cuartillas. —¿Qué importancia tiene la figura de “don Juan” en la actualidad? —Pues para empezar hay que verlo como lo que es: un mito. Y los mitos, como dice Cirlot, siguen siendo vigentes porque nos ayudan a explicar una serie de realidades que la razón por sí sola no puede. Nociones como edípico, fáustico, quijotesco, donjuanesco, intentan explicar aspectos que tienen que ver con la condición humana. —¿De qué trata Sobre la destrucción de la ciudad? —Es un libro que aborda la obra de escritores o músicos que vivieron de cerca la destrucción de las ciudades durante la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, hay un apartado dedicado a la obsesión que muestra Virginia Woolf sobre los bombardeos a la ciudad de Londres por parte de la Wehrmacht. Otro de los protagonistas es W.G. Sebald, quien tiene un pequeño y hermoso libro titulado Sobre la historia natural de la destrucción, donde rastrea una serie de autores que escribieron sobre la destrucción de las ciudades alemanas en la segunda guerra. Sobre la destrucción de la ciudad es también un libro en el que reviso el papel de la música durante la Segunda Guerra, porque no sólo fue el uso que se le dio en los campos de concentración o en los mítines políticos, sino que algunos ejércitos iban acompañados por orquestas de música en las batallas. —Te has especializado en la obra de María Zambrano, ¿qué aprendizaje debemos entender de su trascendencia literaria? —No sé si entiendo del todo la pregunta. A mí siempre me ha gustado verla como una filósofa, creo que a ella misma le habría gustado que la viéramos así. Se consideraba heredera de la tradición órfica, pero también de algunos de los autores europeos más importantes: San Agustín (que ella identifica como el verdadero padre de Europa), Baruch Spinoza, Hegel y Max Scheler, entre otros; y, por supuesto, de la tradición hispánica. Siempre he pensado que es más cercana en sus planeamientos a Miguel de Unamuno que a José Ortega y Gasset, a quien ella consideraba su maestro. Han pasado más de treinta años desde que empezaron a aparecer diferentes tesis doctorales de filosofía sobre su obra, pero hasta el día de hoy muchos profesionales de la filosofía la siguen considerando “una literata”, y usan justo esa expresión que mencionas: “su trascendencia literaria”. —Hoy día, ¿qué significado tiene para ti la vida académica? —Con el paso de los años he descubierto lo fascinante que es compartir con alumnos cada uno de los hallazgos, reflexiones y notas, que vas haciendo. Pero, sobre todo, he descubierto que se aprende mucho de los alumnos: desde el más silencioso hasta el que participa siempre sin haber leído ningún texto. Cuando pienso en la vida académica quiero tener en mente eso, porque la otra cara de la moneda es un poco “distinta”. El ambiente académico es muy cerrado y, como en la política, en la academia también existen tradiciones familiares, colegas cuyos abuelos estuvieron en las aulas donde ahora ellos imparten cursos. En ese sentido, es algo ajeno a mí, porque provengo de una familia de provincia, una familia donde hay ingenieros agrónomos que han trabajado en el campo toda su vida. —Y la poesía, ¿cuál es tu relación cotidiana con este género? —Pues en los últimos cinco años me he distanciado mucho. Eso sí, sigo leyendo mucha poesía, autores consagrados, pero también nuevos escritores. Sin embargo, tengo años sin escribir. No sé si lo vuelva a hacer. A veces bromeo con amigos diciendo que la poesía me ha abandonado, pero, en realidad, es un poco así. No obstante, no he renunciado del todo al comité que organiza el festival de poesía joven en Morelia. Me interesa que el proyecto se mantenga. —¿Ante qué te rebelas? ¿Qué te indigna? —La discriminación velada. ¿Sabes que la mayoría de los centros de investigación sobre culturas y tradiciones indígenas están llenos de extranjeros? ¿O has visto cómo las mesas y congresos que se organizan sobre la discriminación, los ponentes, la mayor parte, son hombres caucásicos de clase media? Para no ir lejos, hay universidades que tienen decenas de maestrías, diplomados sobre estudios de género, pero son incapaces de elegir a una mujer rectora, por ejemplo. Ese tipo de cosas. Actualmente Leonarda Rivera está en camino de terminar su libro Sobre la belleza y el Mal. Ensayos sobre el mito fáustico, mismo que, en su momento, Las damas fáusticas eran sólo un apéndice. Y espera que el próximo año salga por fin Sobre la destrucción de la ciudad. Ambos libros escritos con la beca del SNCA. Víctor Rodríguez, comunicólogo, diseñador gráfico y periodista cultural.