Inés Alveano Aguerrebere Me gusta el nombre de Meredith, aunque la primera vez que lo escuché fue por la película ‘Acoso sexual’, protagonizada por Demi Moore. La hija de mi mejor amiga también se llama Meredith y ahora son tres las mujeres que asocio a ese nombre. Meredith Glaser es una norteamericana viviendo en Países Bajos. Se mudó allá hace unos años porque a su marido le ofrecieron un puesto de trabajo. Luego conoció a Marco Te Brommelstroet, mejor conocido en redes sociales como “fietsprofessor” (maestro de la bicicleta) y le sugirió armar un curso de verano en la Universidad de Ámsterdam, con el contenido dirigido a angloparlantes para que se formaran en impulsores del ciclismo urbano y las ciudades vibrantes y saludables en sus localidades/ciudades/países. Aunque vivió casi toda su vida en California, Estados Unidos de América, se autonombra como casi-holandesa. Tiene una vida bastante ajetreada (que incluye dos hijas), pero cómoda y privilegiada. Sus ingresos familiares les permitieron adquirir un departamento en una zona relativamente céntrica en Ámsterdam. Si le digo que le debe haber costado un dineral, usted automáticamente pensaría que Meredith tiene auto, ¿verdad? Como la mayor parte del mundo asocia el ser ricos, con tener auto, pensaría que ella tiene una camioneta y su esposo un coche, ¿no? Pues no es así. Se dan una vida que acá en México podríamos calificar de “reyes” pero no poseen ningún vehículo particular. En muchas partes de Países Bajos no se necesita tener auto para satisfacer las necesidades básicas (trayectos a la escuela, al trabajo, al súper, a restaurantes, al cine) ni tampoco las de lujo (como vacacionar en Italia, o incluso volar a Norte América). Las políticas de movilidad desde hace más de 40 años han hecho que no sea necesario un auto. Se mueven en bici, en transporte público (autobús, tranvía, tren) y en avión. Las ocasiones en que llegan a necesitar un auto para un viaje en particular, tienen acceso a uno compartido (de todas las gamas y tamaños) de varias marcas, y disponibles por toda la ciudad. Sólo se requiere tener licencia, pagar una membresía y bajar la app. Supongo que las personas que nunca han salido de su ciudad en donde los viajes a pie, en bicicleta y en transporte público son ineficientes, hostiles, inseguros e incómodos, no se imaginan la vida de Meredith y su familia. No pueden visualizar que las niñas van en sus bicicletas (felices, aunque llueva) a la escuela. Que Meredith usa una bicicleta cargo eléctrica para todos lados (porque a veces debe llevar a sus hijas –por ejemplo, a clases de tenis- o porque en otras ocasiones la bici es suficientemente amplia para cargar las compras del súper). No se imaginan al esposo de Meredith camino al bar, o a una reunión corporativa vestido de traje, pero en bicicleta. Ni tampoco pedaleando junto a sus nenas hacia el zoológico o un parque. Supongo también que las películas repiten esa idea que nos ha vendido la industria automotriz, de que sólo en auto tenemos libertad de movimiento dentro y fuera de las ciudades (además de “estatus social”), lo que hace más difícil imaginar una vida cómoda e incluso lujosa sin él. Como dice Henry Grabar, autor del libro ‘Paraíso pavimentado’: “Manejar (un auto) se siente como libertad, pero nuestra inhabilidad para movernos en la ciudad de otra manera es un tipo de prisión”. Meredith y su familia se mudaron a un país no dependiente del uso del automóvil, pero no todas podemos hacer eso. La sociedad civil y los académicos ya saben qué hacer para que nuestras ciudades dejen de ser un tipo de cárcel. Y contrario a lo que promete el multimillonario con su compañía aburrida, la respuesta está no en la tecnología, sino en recuperar la forma en que eran construidas las ciudades antes del automóvil: alrededor de los viajes a pie, en transporte público y en bicicleta. P.D Si quiere saber mi vínculo con Meredith, con ella diseñé el curso Planenado la Ciudad Segura y Saludable que se imparte cada año en español en Ámsterdam vía el Urban Cycling Institute.