Texto: Erandi AvalosFotos: Pablo Aguinaco Cuando realmente quieres hacer algo buenoy te esfuerzas por ello,todo el país conspira paraque no lo logres.Paulo Coelho (si hubiera sido mexicano) Resulta admirable cómo pueden convivir tantas realidades en una nación; hecho justificado por su extenso territorio y porque está conformada desde hace siglos por pueblos originarios que fueron independientes entre sí y que a partir de la invasión se mezclaron con españoles —con su respectiva influencia árabe—, otros europeos, africanos de diversos reinos y tribus, así como asiáticos. Hablamos de una cultura que surge a partir de muchas otras antiguas y contemporáneas, y que en sí misma contiene todavía hilos de diversos orígenes que han tejido el manto multicolor de “lo mexicano”. El siglo pasado destacados grupos de filósofos, artistas y pensadores reflexionaron sobre la mexicanidad: el Ateneo de la Juventud Mexicana, la Generación del Medio Siglo, el Grupo Hiperión, entre otros. Figuras tan importantes como Antonio Caso, José Vasconcelos, Samuel Ramos, Alfonso Reyes, José Gaos, Emilio Uranga, Luis Villoro, Leopoldo Zea, Guillermo Bonfil Batalla y Octavio Paz, estudiaron el complejo ser mexicano desde sus respectivos puntos de vista y son todavía referentes para la comprensión de lo que “somos”. Foto, Pablo Aguinaco. Para bien y para mal, México es un país tan complejo como fascinante y en cuanto se refiere a actividades cívicas que conmemoran fechas históricas, el vacuo espíritu patriotero se hace presente como si con ello se cumpliera con la verdadera educación cívica, suplantada con un desfile de disfraces con trajes pseudo regionales — generalmente desprovistos de un vínculo real con la población que los porta—. Desde la más tierna infancia inculcamos la idealización de las coquetas “adelitas” y de “revolucionarios” bigotones, que terminando el desfile desgraciadamente no reconocen la importancia de pensar en qué significa pertenecer a una nación y cuál es el valor del individuo dentro de un sistema político que no funciona y no solo eso: que daña a su gente y abusa de su poder. Nos quedamos así en la forma y no entramos en la sustancia. Pero ¿cómo podríamos hacerlo? No tenemos los elementos. Hemos sido alienados y controlados desde lo económico hasta lo ideológico. Nada es casual aquí, cada paso es diseñado para mantenernos en un estado pasivo e ignorante. En principio la idea de la inferioridad de castas, luego el dogma de la Iglesia Católica, después Televisa, TV Azteca y ahora infinidad de medios de comunicación y entretenimiento, y una compleja red de opresión y control, son ejemplos claros del daño que hemos sufrido como mexicanos. Unido a esto, la alimentación chatarra, la marcada diferencia de clases, el pésimo sistema de salud y ahora el grave problema de adicciones, violencia e inseguridad, opacan cada vez más la hermosura de nuestro país y las posibilidades de una vida digna para la clase media y baja. Foto, Pablo Aguinaco. La Revolución Mexicana tuvo algunos logros, pero no resolvió gran cosa, hay que aceptarlo. De ahí surgió el modelo del político mexicano que por lo general permanece, si bien más sofisticado y con más asesores, hasta nuestros días. ¿El Cuerno de la Abundancia? Sí, pero ¿quién goza de estos beneficios? No nosotros, eso está claro. Transnacionales se llevan el pastel y nosotros las migajas y la contaminación. Claro, algún que otro empresario o político corrupto tendrá su rebanada, pero la gente común jamás. Y no logramos hacer nada al respecto. No sabemos cómo. Somos nuestros peores enemigos. Los mestizos mexicanos somos huérfanos: perdimos la conexión con los pueblos originarios. Ahora, más perdidos que nunca, con el creciente indigenismo intentamos sentirnos parte de algo que no nos pertenece, como tampoco nos pertenece lo europeo ni lo gringo. No tenemos conexión con España y la mayoría descendemos de españoles conquistadores de muy baja ralea que venían buscando fortuna. Al parecer la mezcla genética no rindió buenos frutos como sociedad, aunque a nivel sociológico resultó en un interesante experimento que Salvador Dalí y André Bretón no dudaron en calificar como Surrealista, según cuentan las respectivas anécdotas no documentadas. No alcanzamos a ver el beneficio de trabajar por la comunidad, en el fondo no nos sentimos parte de una comunidad nacional, a menos que sea en una “noche mexicana”, cuando se canta el himno nacional en un partido de fútbol o cuando una desgracia natural o humana nos afecta. Como pueblo somos nuestros principales enemigos, lo que han aprovechado muy bien los astutos y serviles dirigentes hasta nuestros días. Nos hemos (han) convencido que somos ciudadanos de tercera clase y no merecemos ni lograremos nunca salir de la cubeta de cangrejos. Que no hay tiempo para filosofar porque: “hay que perseguir la chuleta y pagar la renta”, “el que no tranza no avanza”, “ahí se va” o “así soy… ¿y qué?”. Foto, Pablo Aguinaco. Se cuentan con los dedos de las manos las mentes que hacen análisis realmente profundos y que logran la difusión necesaria para mover conciencias. Ni se diga sobre la mayoría de los “artistas” encumbrados mexicanos que si bien no tienen por qué ser agentes políticos, sí deberían incitar a la reflexión sobre todas las cuestiones humanas, incluyendo las cívicas, ya sea en su obra o en su opinión personal; pero muchos son meros artífices citadinos de la decoración y con una beca (o varias), un puesto o un proyecto, tienen más que suficiente para no alzar la voz por nada; o incluso sin beca ni apoyos, no tienen ninguna intención de manifestarse respecto al tema. Aquellos que se atreven a señalar lo inadecuado y que alcanzan cierta resonancia, son generalmente condenados al ostracismo. Otros prefieren irse definitivamente a Europa o Estados Unidos. Un país que no tiene filósofos, intelectuales, artistas y científicos preparados, visionarios y valientes, están condenados a sufrir a dirigentes y empresarios abusivos. Foto, Pablo Aguinaco. Sorprendente cómo un pueblo tan jodido puede mantener cierta alegría y bondad; cómo un país tan gravemente saqueado y maltratado mantiene todavía algo de su belleza, cómo se ha logrado resguardar tradiciones y conocimientos, y cómo todavía somos capaces de sobrevivir y de ser creativos, cómo nos fortalecemos entre los buenos para hacer lo correcto, aunque sea mínimo y no se note. En las posibles respuestas, tal vez encontremos que todavía hay esperanza. Erandi Avalos, historiadora del arte y curadora independiente con un enfoque glocal e inclusivo. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte Sección México y curadora de la iniciativa holandesa-mexicana “La Pureza del Arte”. erandiavalos.curadora@gmail.com