Xóchitl Tavera Cervantes Se habla mucho (tal vez muchísimo) del proceso acumulativo de escribir, como si todo eso fuera una especie de aval para lograr acomodarse en un sitio del exclusivo club de la escritura, algo así como una membresía o licencia de autoría. Tal vez ahí es donde me ha fallado el camino. Porque yo escribo mucho y desde siempre, pero, así como escribo, también destruyo. El problema es que yo soy más bien una escritora irregular. No le hago mucho al estilo de quienes se levantan a las 4 de la mañana a escribir; soy mala para proponerme las metas de una hora diaria o de tal o cual número de páginas por día. Mi proceso es más de pedacera. Cachitos que apunto en las notas del celular, documentos limpios que abro a cada rato en la computadora, correos electrónicos que me mando a mí misma y, últimamente, notas de voz que juro que voy a transcribir y, sobre todo, muchas hojas rotas como música de fondo que nunca llegan a ver el final. Escritura inconclusa, podría llamarse la técnica. Inconclusa y quebrada. Si patento el género, en una de esas se vuelve popular. Aunque me gustaría decir que esto de la ausencia de un historial de escritura es algo con lo que todo el tiempo he convivido en paz, estaría mintiendo. Yo también me he dejado arrastrar por el autocastigo de pensar que no soy una buena escritora porque, a diferencia de todas aquellas a las que admiro (y a las que no tanto), mi método es desprolijo y no pasa de literatura de cajonera. No lo sé con seguridad; pero, aunque me gustaría por un minuto atribuirme el crédito, la realidad es que no dudaría ni por un momento que no sea solo yo la que vive con más textos rotos que bien compuestos. Una corazonada me dice que este proceso (auto)destructivo no es ni un hito revolucionario ni la idea más innovadora, sino que se trata más de una constante de quienes vivimos con el anhelo de bien escribir. No veo cómo no pensarlo si de la mano de este anti-proceso llegan oleadas de comparaciones y la inevitable tristeza de ver otro libro publicado por alguien que no eres tú. El desasosiego de entrar a un taller y escuchar ideas de quienes seguramente harán realidad sus proyectos ¿Y tú? De nuevo habrás pagado por no ponerte a escribir. Espectadora, pero nunca protagonista como dicen ahora. Ese dolorcito en el pecho del fracaso que tantas veces has sentido y que se calma, momentáneamente, cuando escuchas el crujir de otro borrador roto. ¿Sería muy descabellado pensar en una pedagogía de la destrucción en la escritura? ¿Plantearnos muy en serio que parte del proceso es romper algo hasta su mínima expresión sin que ello signifique un cono de la vergüenza? ¿Sería demasiado dejar de ver esto como la tragicomedia de la wanna be escritora y empezar a verlo como actrices de método que encarnan todo el proceso abrazando por igual la invención y la devastación? Esto no es más que abrirle la puerta a la idea de los fragmentos como parte de un modus operandi. Considerando aquellos que le daremos al camión de la basura y los que se mantendrán enterrados hasta que una arqueología de las palabras que hoy parecen inservibles nos traiga las semillas de algo nuevo. Quebrarlo todo. Quemar hasta las cenizas. Hacer una antología de nuestras destrucciones. De lo que no llegó a ser. Porque eso, también es escribir. Xóchitl Tavera Cervantes es destructora profesional. Estudiante de doctorado, maestra en Estudios del Discurso y comunicóloga. Escribe mucho y publica poco. Su último texto aparece en Hechas de Letras. Antología de escritoras de Morelia.