Estrellita Fuentes Aún recuerdo cuando en el año 2009, después de una acalorada discusión con mis contrapartes en la Cancillería de México, me “batearon” literalmente, porque llegué con el proyecto de que el tema del agua fuera parte de la agenda que nuestra delegación mexicana llevara a la Conferencia de las Partes para el Cambio Climático número 15, que se celebraría en Copenhague, Dinamarca, en diciembre de aquel año. Más tarde comprendí por qué no era tan fácil: desde ese día me metí en lo que fue toda una odisea, la cual me dejó grandes experiencias sobre cómo son estas negociaciones internacionales en materia de cambio climático. Se trata de tareas titánicas, extenuantes, altamente complejas, toda vez que, hasta un punto o una coma en el cuerpo de un texto; o un significado que tenga connotaciones idiomáticas distintas, tienen implicaciones políticas, que requieren de amplias y largas negociaciones y cabildeos entre las partes. Es por eso que son tan lentas y burocráticas estas cumbres, a lo largo de los 30 años de vida que llevan ya. La agenda de cambio climático tiene dos grandes vertientes principalmente: la mitigación, que es la de los países desarrollados e industrializados, y la de adaptación, que refiere más a los países en vías de desarrollo o en peligro de desaparición como las islas. En esa época del 2009, la agenda que se discutía por parte del Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU (el IPCC que convoca a las COP), veía sólo la mitigación, es decir, la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), para evitar las altas temperaturas que inciden en todo el planeta, y por ende en los desastres naturales que nos afectan por igual. No se hablaba de adaptación, es decir, la agenda de los países que no contribuyen tanto con el calentamiento global como sí lo hacen China, por ejemplo, la India, Estados Unidos y la Unión Europea, que son economías fuertes basadas en una industria altamente contaminante (México contribuye con el 2% de las emisiones). La agenda de adaptación ni se veía, y para nuestro país es sumamente toral, ya que, como otros países no tan contaminantes, nos toca pagar las facturas de las grandes potencias, adicionalmente a las que nos son propias, ya sea a través de las sequías extremas, o las inundaciones, y todas las variables que de ello deriven. Como yo traía el chip del agua, por formar parte de las filas de la Conagua en ese entonces, junto con un grupo de expertos nacionales e internacionales que éramos amigos de la comunidad del agua (aguateros nos decimos entre nosotros), encabezamos un diálogo de política durante un año, tratando de cabildear que lograran mínimo sentarse a dialogar los dos mundos: los del agua, con los de cambio climático. Y en el 2010 empezamos a realizar foros en México a través de una alianza tanto con la banca internacional para el desarrollo (BID, Banco Mundial), las ONG ambientales de peso como WWF, ProNatura, y varios colectivos más; el Instituto del Agua de Estocolmo, el Consejo Mundial del Agua, la Fundación Femsa que también apoyó, así como la Gonzalo Río Arronte, y muchos actores a quienes les hizo sentido esta iniciativa. Fue a través de los llamados “Diálogos por el Agua y el Cambio Climático”, que encontramos hallazgos súper interesantes. El más destacado fue el hecho de que el ciudadano de a pie vive más de cerca y de primera mano el cambio climático a través del agua, que es el primer recurso que se vuelve crítico en medio de este fenómeno, ya sea porque abre la llave y no le sale agua, o porque se inunda, y pierde su casa. Y en el marco de la ONU, el agua no estaba reconocida como parte de la agenda, por increíble que parezca. Para diciembre del 2010, México albergó la COP 16, que fue en Cancún, y estuvimos a punto de lograr elevar el diálogo de la adaptación por el agua, para que fuera uno de los temas que pusiera sobre la mesa el ahora expresidente Felipe Calderón, ya que, por ser país anfitrión, se le concedían tres eventos oficiales; pero de último momento nos lo bajaron. Eligieron mitigación, una vez más. De todas formas, hicimos nuestro evento paralelo que duró toda la semana, y convocamos a todos los expertos del agua, hasta que en los últimos días logramos que los negociadores de cambio climático se sentaran a la mesa y nos lanzaran la pregunta: - Pero ¿qué es lo que quieren ustedes? -, en un tono ya exasperante por parte de ellos. Nosotros como colectivo respondimos: que el agua sea reconocida en su vínculo con el cambio climático. Que se entienda que el agua es para la adaptación, lo que el CO2 para la mitigación, y que haya recursos para ello. Y lo logramos. Pocos meses después, albergamos en México el primer taller formal del IPCC de la ONU, auspiciado por la Conagua, para que se discutiera el primer documento base, donde se plasmara la evidencia científica sobre el nexo agua y cambio climático. Nuestro país fue quien logró colocar esa agenda en el marco de las negociaciones internacionales de la ONU en el 2011, y fue todo un hito. En el 2023, en la recién concluida COP 28 de Dubái se siguió hablando de mitigación como la agenda central, igual que lo fue hace 13 años, e igual que hace 30 años cuando comenzaron estas cumbres, pero con sus avances en claroscuros. Recordemos que en el 2015 en el “Acuerdo de París”, se fijó un acuerdo más formal para buscar mantener el aumento de la temperatura global promedio por debajo de los 2 °C, y perseguir esfuerzos para limitar el aumento a 1.5 °C., dando cuenta de ello hacia el año 2030; en Dubái ya se acordó reducir el consumo mundial de combustibles fósiles hacia el 2050, algo que se considera histórico, pero deja en el aire los cómo. Y peor aún, siendo que más de 100 países estuvieron presionando por un lenguaje más duro sobre la “eliminación gradual” del uso del petróleo, el gas y el carbón, se toparon con la poderosa oposición de la OPEP, liderada por Arabia Saudita, argumentando que el mundo puede reducir drásticamente las emisiones sin renunciar a combustibles específicos. Y es que imagínense lo que representa para estas economías, hacer el switcheo de combustibles fósiles a energías alternativas: es resetear todo su modelo económico, y más en un país como el nuestro que somos tan dependientes de los ingresos por el petróleo. En lo que toca a la adaptación, se acordó un fondo de pérdidas y daños para los países más afectados por el cambio climático, para lo cual aportarán 246 millones de dólares la Unión Europea (UE), 100 millones de dólares los Emiratos Árabes Unidos, y apenas 17.5 millones de dólares de Estados Unidos, entre otros. La mala, es que el dinero es insuficiente aún para la escala de los daños que sufren los países que pagan las facturas de quienes contaminan, y también que quien va a administrar ese fondo es el Banco Mundial, por lo que no será un dinero de disposición inmediata. Pero ¿qué papel está haciendo México en la materia? Pues en realidad vamos al revés. De hecho, la actual administración federal se ha quedado atrás con los compromisos de mitigación del “Acuerdo de París”, toda vez que ha propugnado más por seguir incentivando el uso de los combustibles fósiles, por encima de las energías limpias (recordemos Dos Bocas, uno de los proyectos emblemáticos de este gobierno). Y en lo que refiere a la agenda de adaptación, también este gobierno ha reducido al mínimo el FONDEN por lo que estamos técnicamente en ceros como para poder encarar los embates que nos pega el cambio climático; prueba de ello ha sido y será la muy tardada reconstrucción de Acapulco tras los embates de ‘Otis’. Y así se la llevan los países pateando el bote: ya estamos en la COP número 28; se reúnen para negociar, pero pocos quieren ceder; hay territorios endebles que sufren los embates, y los ricos hacen como que ponen dinero, pero no le bajan al switch a las emisiones, mientras tanto los ciudadanos o nos freímos por el calor, o perdemos todo por una inundación, o nos quedamos sin agua; y las especies animales y vegetales, silenciosamente van desapareciendo de manera acelerada. Es un panorama que no luce nada alentador, y ello es por la falta de voluntad política en el concierto de las naciones, a razones del interés económico y geopolítico que es básicamente lo que prevalece. Sin embargo, no nos podemos quedar inmóviles, porque aún en el peor escenario, desde lo local tenemos el poder para formular políticas públicas efectivas, ya que se trata de un espacio en el que sí podemos hacer incidencia y mucha, aprovechando verdaderamente el tiempo, sin tener que quedarnos esperando a que, desde lo global, nos llegue la solución. Pero para ello se necesita planeación, no ocurrencias; capacidad técnica especializada, no amiguismos, ni cotos políticos; financiamiento (que lo hay y mucho en lo internacional cuando los proyectos son suficientemente sólidos); voluntad política, y no politiquerías, ni debates vacuos e insulsos. El reloj del planeta sigue corriendo. La pregunta es, ¿qué vamos a hacer?...