Los muertos de AMLO

Durante el periodo de Fox, Querétaro, Guanajuato, Cuernavaca y la Ciudad de México aún eran entidades tranquilas, al grado de que los capos de la droga mandaban a sus familias a radicar en esas entidades por considerarlas territorios neutrales.

LA CASA DEL JABONERO

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Jorge A. Amaral

El sexenio de Andrés Manuel López Obrador inicia su recta final, y si bien este periodo de gobierno ha sido rico en buenas intenciones, algunas de ellas bien logradas, hay rubros en los que queda a deber, y es muy difícil que en los meses que le quedan logre revertir la tendencia.

Programas como Jóvenes Construyendo el Futuro, otorgar apoyos monetarios a estudiantes y personas con discapacidad, así como el incremento a las pensiones para adultos mayores, han sido de los aciertos del presente gobierno federal, pero hay temas, como el del combate a la delincuencia, en los que este gobierno se ha quedado corto.

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Este año, el quinto de la actual administración, cierra con la nada alegre cifra de 170 mil 800 homicidios, contabilizados de diciembre de 2018 a diciembre de 2023, según datos de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, lo que representa una tasa de 22 homicidios por cada 100 mil habitantes.

Claro, en un año electoral esos datos serán bien utilizados por la oposición a fin de golpear a la que será candidata de Morena, Partido Verde y PT a la Presidencia de México, Claudia Sheinbaum, porque lo que hasta ahora hemos visto del frente opositor ha sido mucho golpeteo y una total carencia de propuestas, sobre todo en uno de los rubros más sensibles para los mexicanos: la seguridad.

Y es que la campaña de Xóchitl Gálvez (y no me extraña que la de Movimiento Ciudadano también lo haga) se centrará en recalcar que durante el sexenio lopezobradorista ha habido más homicidios que en administraciones anteriores. Pero no nos dejemos ir a lo simple, no caigamos en el error de la inmediatez, porque todo fenómeno tiene sus antecedentes.

Si bien es cierto que durante el sexenio de Vicente Fox, de 2000 a 2006, hubo 60 mil homicidios, es porque en esos años había dos grandes fuerzas criminales hegemónicas: en la costa este, el Cártel del Golfo, liderado hasta 2003 por Osiel Cárdenas Guillén, y en la costa del Pacífico, el Cártel de Sinaloa, todavía controlando a los Beltrán Leyva. En menor rango operaban los Arellano Félix y el Cártel de Juárez. Eso facilitaba que las negociaciones tuvieran menos protagonistas y, por ende, menos intereses que satisfacer.

Durante el periodo de Fox, Querétaro, Guanajuato, Cuernavaca y la Ciudad de México aún eran entidades tranquilas, al grado de que los capos de la droga mandaban a sus familias a radicar en esas entidades por considerarlas territorios neutrales.

Ya para 2006 se habían dado fuertes desgajamientos en las estructuras narcas, pues los Beltrán Leyva empezaban a competir con sus parientes de Sinaloa y Los Zetas ya estaban en pugna con el Cártel del Golfo peleando por la costa del Golfo de México, pero también peleándole a la organización de Sinaloa el control de Guerrero y Michoacán, lo que a su vez ocasionó el surgimiento de mafias como La Familia Michoacana, que se formó para expulsar de Michoacán a los de la última letra.

Así recibió Felipe Calderón la banda presidencial y, buscando legitimarse tras una muy cuestionada elección, pensó que el combate frontal era la única alternativa, sin tocar las estructuras de corrupción gubernamental que desde los tiempos de Manuel Bartlett en la Secretaría de Gobernación con Miguel de la Madrid se venían cimentando. El resultado de la llamada “guerra contra el narco” de Calderón: 120 mil 463 asesinatos y una cifra similar de desaparecidos, producto de lucha de las fuerzas de seguridad contra los delincuentes, también como cosecha de la corrupción de las autoridades de todos los niveles, pero a su vez, ocasionadas por los enfrentamientos entre grupos delictivos. Así fue como de un sexenio a otro la cantidad de homicidios se duplicó.

Ya con Enrique Peña Nieto en Los Pinos el panorama no mejoró: 156 mil 066 homicidios entre 2012 y 2018, 36 mil más que durante el calderonato. Esto se debió a que Peña Nieto no emprendió un combate frontal, más bien se enfocó en “mover a México” administrando la crisis, pero sin erradicar el problema, más bien permitiendo que se acentuaran problemáticas como la desigualdad social y la impunidad, lo que orilló al surgimiento de los grupos de autodefensa en Michoacán, con toda esa historia que ya conocemos.

Llegó diciembre de 2018 y Andrés Manuel López Obrador se enfrentó a la vergonzosa cifra de 336 mil 463 homicidios durante tres sexenios (eso sin contar otros delitos, como el secuestro, la extorsión y la desaparición forzada), sexenios durante los cuales los cárteles de dividieron, se atomizaron, se incrustaron aún más en las estructuras políticas, empresariales y policiacas.

Frente a ese monstruo de mil cabezas la estrategia lopezobradorista no funcionó, porque el problema ya era demasiado grande como para revertirlo con medidas que desde el año 2000 debieron tomarse como preventivas: combatir la deserción escolar, incentivar el emprendimiento, generar programas de impacto social y establecer estrategias de concientización que ayudaran a que miles de jóvenes desecharan la idea de sumarse a las filas del narco.

Volviendo a los 170 mil 800 homicidios de estos 5 años del sexenio de AMLO, hasta la fecha no es el periodo en el que más se ha disparado la violencia, pues si bien la cifra es mayor que en todos los anteriores, el salto es menos alto: de los 60 mil de Fox a los 120 mil 463 de Calderón la cifra se duplicó con una diferencia de más de 60 mil; de los 120 mil 463 de Calderón a los 156 mil 066 de Peña Nieto, la diferencia es menor: 35 mil 603. Comparando los 156 mil 066 de Peña Nieto con los 170 mil 800 de AMLO, la diferencia es de 14 mil 734. Esto representa una disminución, no en el número, pero sí en la tendencia.

Claro que a López Obrador le faltan 9 meses para entregar la estafeta y por eso la quiniela puede ser sobre si al final de este sexenio se llegará a los 200 mil: 30 mil en 9 meses, o si se seguirá acortando la brecha entre sexenios, porque revertir la tendencia se antoja bastante difícil, sobre todo si consideramos que los grupos delictivos tienen mapas poder de fuego y menos escrúpulos ahora que en el año 2000, y que hay estados considerables foco rojo del sexenio: Guanajuato, 18 mil 100 muertos; Estado de México, 14 mil 251; Baja California, 14 mil 181; Jalisco, 12 mil 74; Chihuahua, 11 mil 955; Michoacán, 11 mil 542; Sonora, 8 mil 144; Guerrero, 7 mil 873; Veracruz, 6 mil 797, y la Ciudad de México, 5 mil 934. En conjunto, en estas entidades se concentra el 65 por ciento de los asesinatos ocurridos en el país.

En cuanto a la mayor tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes, la lista la componen Colima, con 99.30; Morelos, 63.79; Baja California, 58.77; Zacatecas, 54.71; Chihuahua, 49.01; Guanajuato, 45.06; Guerrero, 42.15; Sonora, 40.07; Quintana Roo, 36.06, y Michoacán, 32.73 homicidios por cada 100 mil habitantes.

Lo que sí es cierto es que esto no va a parar, al menos no en el corto plazo, y el candidato que venga y le diga que él sabe cómo hacerlo, que con él esto se revertirá, le está mintiendo, porque los criminales no se detienen, a ellos no les importan las cifras ni tienen empacho en calentar una plaza si así les conviene.

Ahora lo que hay que ver es qué propone cada quien, porque ya vimos que el solo ataque frontal focalizado en cárteles con los que no hay convenio, como el de Calderón, no sirve más que para recrudecer la violencia; decir que se irá a las causas sociales pero sin tocarles un pelo a los grandes emporios de la droga, como AMLO, tampoco funciona, y nadar de muertito beneficiándose política y económicamente, como Enrique Peña Nieto, tampoco sirve.

El combate a la delincuencia debe darse desde varios frentes y con distintos enfoques: lucha para erradicar la corrupción en todos los niveles de gobierno; pero también seguir el rastro del dinero para dificultarles el suministro de armas y reclutamiento de más jóvenes. De igual forma, hacer que realmente la economía de este país sea lo suficientemente sólida como para reducir los niveles de desempleo, la desigualdad social y la falta de oportunidades, algunos de los principales motores que mueven a muchos niños y jóvenes a ser reclutados por los delincuentes. Si a eso le sumamos mejorar la educación (y que ésta, una vez concluida, sirva para tener un empleo digno), se puede empezar a ver resultados. Sí, ya sé que todo este párrafo es una carta a los Reyes Magos, pero se acerca el 6 de enero, puede que lo ponga en mi zapato. Feliz año, un abrazo a todos quienes me leen.