Antonio Hernández Recientemente, Miriam Lewis Sabin (Lancet, 27/Mar/2024), editora ejecutiva de The Lancet para EEUU, publicó algo infrecuente en revistas médicas: experiencias de teatro, en situaciones de Salud Pública, que vale la pena comentar. La primera, se refería a la pandemia, durante el 2022, en Nueva York. Lewis, escribió: “Por aquel entonces, mi amiga Maureen Bellare, auxiliar médico del Hospital Monte Sinai Oeste de Manhattan, había puesto en marcha un programa con profesionales sanitarios para acompañar a los pacientes en el hospital mientras morían, porque sus seres queridos no podían estar allí, y, además, facilitar videollamadas con las familias para despedirse.” En México, como en casi todo el mundo en la pandemia, no se desarrolló nada equivalente, por lo que médicos, enfermeras, camilleros y personal de intendencia, tuvieron que “rascarse con sus propias uñas”, para manejar situaciones psicológicamente inesperadas: exceso de pacientes en condiciones potencialmente mortales; escaso equipo de protección personal, que los exponía a la infección; mínima dotación de medicamentos y equipo de curación; decesos en exceso sin condiciones de salubridad suficientes; sobresaturación de camas; horarios de trabajo casi sin el descanso necesario. No ene baldo hubo una epidemia paralela de ansiedad, depresión y violencia intrafamiliar. Y sigue Lewis: “Cuando le pregunté a Maureen cómo estaba afrontando estas interacciones, me contó que estaba participando en una producción de Filoctetes, de Sófocles, una obra que trata del duelo, la culpa y la enfermedad, como parte de Theater of War for Frontline Medical Providers: Mount Sinai. La producción se representó en línea y el proyecto pretendía ayudar con el trauma colectivo que estaban experimentando los trabajadores sanitarios.” Se trató de una iniciativa que -hasta donde se sabe-, no se implementó en otros lugares del planeta: trabajar con el personal de salud, apoyándoles en el esfuerzo psicológico que significaba su tarea durante la peste del COVID-19: 1) comunicarse con los pacientes y sus familiares, en la situación de emergencia que les impedía verse 2) auxiliar en los momentos de una despedida definitiva, cuando no se permitía el contacto directo y 3) coadyuvar en los procesos de duelo, que significaba para el personal sanitario, estar una y otra vez ante personas que iban a morir, y a quienes había que darles esa noticia y acompañarlos en sus últimos momentos. El primer terreno, implica un aspecto que suele verificarse en casi cualquier obra de teatro: la catarsis. Por este medio, desde las tragedias y comedias griegas, se buscaba que los espectadores vivieran -de manera vicaria-, los sufrimientos, conflictos que representan los actores y actrices. El objetivo era de alguna manera pedagógica: explicar al pueblo situaciones del reino, que eran problemáticas y que la gente no entendía. Lo que podría llamarse en términos actuales, políticas públicas (del rey o su séquito), tanto como lo que ellos veían como designio de los dioses. El proceso de duelo no resuelto entre familiares y fallecidos es el área de la Tanatología; solo desde hace poco, se han preparado especialistas en los procesos de muerte y los moribundos; pero sus conocimientos aún no son del dominio común. Vale la pena conocer que el duelo, atraviesa por cuatro etapas psicológicas: negación, rabia, depresión y elaboración. Solo un tiempo amplio (hasta de varios meses) y varias personas alrededor de la familia y los enfermos, pueden permitir el avance de tales etapas y su superación. De otra manera, la ansiedad, la depresión y otros problemas emocionales, hacen su aparición. ¿Verdad que la pandemia pudo dejar aprendizajes que todavía pueden lograrse? Email: jah@ucol.mx