Jorge A. Amaral Qué burdos y penosos espectáculos han dado brigadistas de los distintos partidos en Morelia al agarrarse a golpes en la calle. Es burdo por lo increíble que resulta que en pleno siglo XXI se siga haciendo política del siglo XX, con prácticas porriles, sin el más mínimo rastro de civilidad y respeto. Priistas contra verdes, panistas contra morenistas y lo que se sume, ya que las campañas apenas empezaron. Es penoso, como le decía al inicio, porque ellos se están partiendo la cara en la vía pública mientras, más tarde que temprano, los políticos por los que pelean se sentarán a la mesa, quizá en una cómoda oficina, probablemente en un lujoso restaurante, y algo tendrán que negociar, en algo tendrán que ponerse de acuerdo, porque así es la política, porque así son los políticos. Recuerde usted cuando el panista Carlos Quintana fue candidato a presidente municipal, cómo le tundió al entonces independiente Alfonso Martínez. Manos le hacían falta al alcalde para quitarse los golpes de su contrincante panista y entonces ex correligionario. Vaya, hasta en el Congreso del Estado le sacó los trapitos sucios en un desesperado intento de allanar el camino a quien entonces fue entronizado como “el Bronquito moreliano”. A seis años de darle hasta para llevar, hoy Carlos Quintana aparece en las fotos apoyando a Alfonso Martínez, quien volvió al redil panista para buscar la reelección. Y entonces, al ver la reconciliación, esos militantes se habrán dado cuenta de que las mentadas de madre, las patadas y los puñetazos fueron en vano, porque el único que alcanzó algo fue el que los movía. Por eso, desde esta modesta –que no humilde– columna, mi invitación es a la mesura. Estimado lector, si usted desea apoyar a un candidato, está bien ejercer ese derecho; si usted pertenece a alguna planilla o equipo de campaña, perfecto, pero, por favor, no se agarre a moquetes con militantes de otros partidos. Por otro lado, si usted es de los de a pie, de esos que incidimos mínimamente sólo el día de los comicios, no nos queda andar partiéndonos la progenitora por un candidato al que no le importamos realmente y que, lejos de sentir que su barrio lo respalda, más bien se molestará porque al final lo más afectado es su imagen y pierde puntos. Pero esto no es aislado, es síntoma de una enfermedad que se padece a nivel nacional, incluso internacional: la polarización. La política en México, como en Argentina, Medio Oriente o Estados Unidos, está polarizada. En nuestro país desde hace mucho que el electorado ha estado dividido entre quienes defienden un proyecto de gobierno y quienes se oponen férreamente a él, entre quienes defienden a un personaje hegemónico y quienes pretenden derrocarlo. Desde hace al menos 12 años hay esta guerra entre obradoristas y todos los demás que no comulgan con el presidente López Obrador, y los apodos no faltan, los insultos están a la orden del día. Cuando usted entra a las redes sociales se puede dar cuenta del ánimo de los electores: insultos, reproches, majaderías, pero de patanes escondidos atrás de su celular no pasaba. Lo malo es que la polarización ya se refleja en las calles de Morelia y, como le digo, no son casos aislados, son muestras microscópicas. Le apuesto la camisa que llevo puesta a que, si se le hiciera una biopsia a la política en México, en el microscopio se verían esos penosos videos. El diagnóstico: el proceso electoral está enfermo, tiene el cáncer de la polarización, que impide el debate serio, que imposibilita el contraste de ideas y propuestas (que tampoco es que las haya en cantidad). Y entonces, con ese nivel de polarización el país jamás saldrá del atolladero porque nunca habrá esfuerzos conjuntos, nunca será posible un auténtico pacto nacional para caminar hacia adelante, porque siempre se estará odiando al de enfrente, siempre se estará dispuesto a saltar al ring no en defensa de los intereses colectivos ni por el bien común, sino sólo para proteger los intereses particulares de un político y su grupo. Suena feo, pero estamos jodidos. Ya para cerrar este tema y en vista de la calidad de los cuadros políticos en contienda, sólo resta decirle que sí, a veces es necesario liarse a trompadas, cualquiera que conozca la calle y sus riesgos lo sabe y los motivos pueden ser muchos, pero de entre todas las razones, el nombre de un candidato es de las más estúpidas porque, al fin y al cabo, ese personaje por el que arriesgas tu integridad ni te topa. ‘Mi amigo Neto’ Veo los espectaculares de Ernesto Núñez y me da no sé qué. Como anda en campaña, ya no es Ernesto, ahora es “Neto”, para que pensemos en él como “nuestro amigo Neto, el que nos entiende y se preocupa por nosotros”. Pero además su slogan es “vocación de servicio”. Si de veras lo suyo es vocación de servicio, ¿por qué cobra?, ¿por qué en lugar de siempre ser diputado no se dedica a servir a las causas más nobles de forma altruista? ¿Por qué no se va a los hospitales Civil e Infantil a llevar comida a los familiares de los pacientes? Es más, esta semana, una familia de Morelia perdió todo su patrimonio en un incendio, sólo les quedó lo que llevaban puesto. Si gusta, le paso el contacto de la familia para que ponga en práctica su vocación de servicio. Si acepta, soy fácil de localizar. Los políticos no tienen vocación de servicio, sólo han encontrado en la política su modus vivendi. Lagos, visión parcial Luego de que se difundieran imágenes de la parte de atrás de la Isla de Janitzio, la que los turistas nunca ven, las alarmas se encendieron: un lago cada vez más seco, cada vez más próxima la posibilidad de llegar a Janitzio caminando. Y entonces empezaron a salir los diagnósticos, las manifestaciones de preocupación, los señalamientos hacia los posibles responsables del deterioro del embalse. Así, salió a la luz pública que los piperos están llevándose el agua del lago hacia los cultivos de la zona, sobre todo de Erongarícuaro, y entonces vino una suerte de cruzada contra los piperos. Amigo lector, no nos hagamos tontos: pensar que el lago se está secando por las pipas de agua que cargan en la orilla es hacerle al engabanado. El Lago de Pátzcuaro se está secando porque toda la región se está convirtiendo en otro polígono aguacatero, porque esos señores son incontenibles y no hay gobierno dispuesto a ponerles un freno, ya que las autoridades se asustan con lo que podría pasar si se afecta a los aguacateros, que junto con las grandes inmobiliarias del estado son los depredadores ambientales consentidos del gobierno. El lago se está secando también porque muchas hectáreas se han talado en aras del desarrollo inmobiliario, haciendo fraccionamientos y vendiendo lotes con “una vista privilegiada”. También se está secando porque los millones de pesos que se han destinado a su rescate han ido a salvar, pero los bolsillos de personajes corruptos. ¿O de qué otra manera se explica que el lirio siga ahí y de los millones y millones anunciados no se haya visto un solo centavo? El gobierno del estado, viendo sólo una parte de los problemas, se ha enfocado en Pátzcuaro por ser el lago más turístico de Michoacán, pero no hablan de Chapala, por ejemplo, que está también en un serio riesgo y constituye una importante fuente de ingresos para los municipios de la ribera tanto de Michoacán como de Jalisco. Tampoco hablan de Cuitzeo, lago al que tanto los mediocres ayuntamientos de toda la cuenca como las administraciones estatales han dejado morir. El Lago de Cuitzeo hoy es un desierto en el que el polvo cubrió el sustento de todas las familias dedicadas a la pesca y la artesanía con tule. Y claro, usted me dirá “no, mira, alrededor del Lago de Cuitzeo hay plantas tratadoras de agua”, a lo que responderé “¿y qué tratan si ni agua entra al lago?”. Porque a los gobiernos y a la ciudadanía se les olvida que un lago no es sólo la zona del vaso de agua, sino que es mucho más, es toda la cuenca, desde los cerros donde se recargan los mantos y de donde bajan los afluentes hasta el embalse en sí. De nada ha servido que en Cuitzeo quieran erradicar la plaga de lirio si en la cuenca no se reforesta para evitar la erosión. Pero, como le digo, vemos sólo una parte del problema. En fin, que en Palacio de Gobierno sigan preocupadísimos por el Lago de Pátzcuaro y qué pasará con el turismo mientras en la cuenca de Cuitzeo lloramos al ver el lago seco, y no sólo por sentimiento, sino también porque el salitre que vuela en las tolvaneras ya nos provoca conjuntivitis, diarrea y enfermedades respiratorias. Es cuánto.