¿ECOFILIA O ECOCIDIO?

Alguien podría preguntarse si el Psicoanálisis, disciplina científica desarrollada por Sigmund Freud, para tratar los trastornos mentales, puede ser aplicada al estudio de problemáticas fuera del terreno clínico, como el de la crisis climática del planeta.

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Desde el Psicoanálisis

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Antonio Alveano

Esta columna pretende compartir ideas de su autor y otros psicoanalistas, que -desde el Psicoanálisis-, intentan descifrar partes de la realidad, que resultan poco claras. Desde luego, no se pretende que todos los problemas se pueden superar mediante una única interpretación científica. Por el contrario, uno se plantea que la realidad es multiforme, compleja; que cualquier hipótesis es -por lo menos-, provisional y parcial. Otras interpretaciones científicas, filosóficas o poéticas, pueden añadir al pensamiento humano, claridad.

Alguien podría preguntarse si el Psicoanálisis, disciplina científica desarrollada por Sigmund Freud, para tratar los trastornos mentales, puede ser aplicada al estudio de problemáticas fuera del terreno clínico, como el de la crisis climática del planeta.

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En efecto, son poco conocidas otras aplicaciones de dicha disciplina como interpretar fenómenos sociales y políticos, para proponer hipótesis explicativas de conductas humanas. O como fuente de comprensión de obras artísticas como novelas, obras de teatro o creaciones de pintura, escultura o danza.

La Crisis Climática, es una de ellas ¿por qué si se depende tanto de la Naturaleza se la destruye de manera tan inmisericorde?

Una contradicción que puede abordarse desde el Psicoanálisis: una primera respuesta es que existen tendencias inconscientes -instinto de vida e instinto de muerte-, que mueven la conducta. Pero ello se refería inicialmente al comportamiento individual, sobre todo en las relaciones interpersonales.

Fernando Césarman allá por los ochenta, puso nombres a dos tendencias:  impulsos ecocidas y su contraparte, ecofílicas. Añadió un campo de estudio y aplicación del Psicoanálisis, a conductas sociales, colectivas, en dirección al medio ambiente.

Lo ecocida da cuerpo a ese impulso de muerte, que tiene el ser humano y que aparece espontáneamente -como cuando el lactante muerde el pecho que lo alimenta-. O en respuesta a una violencia percibida en el contacto con otros -como cuando un mozalbete golpea a su compañero en el recreo-, a manera de diversión o bullying o maltrato.

La víctima del maltrato no se defiende, pero puede emprenderla contra una planta que se encuentre en su camino o desquitarse con el perro de la casa. Redirige hacia objetos naturales, su coraje; al fin, una planta, un animal, no se pueden defender de la violencia que reciben.

También se ven impulsos ecocidas al desperdiciar o contaminar al agua; un bien natural que parece no tener dueño o que es infinito.

O al circular en un auto sin afinación que contamina el aire; un aire que también parece inextinguible y que uno lo cree propio, sin serlo.

O al talar un bosque para sembrar aguacate o hacer minería a cielo abierto, actividades industriales permitidas por las leyes, casi sin ninguna limitación y en beneficio de los dueños, que hasta pueden tener permisos oficiales.

En fin, se destruye a la Naturaleza, sin ton ni son: nadie se beneficia a largo plazo de la violencia en contra de la Tierra. Todo mundo pierde, aire puro, agua limpia, reducción de los mantos freáticos, áreas verdes donde tener solaz y esparcimiento.

Aquí cabe preguntarse ¿de qué depende que uno muestre con preferencia lo ecocida o lo ecofílico?

Las respuestas son de diferentes niveles, biográficos, casi todas ellas.

La primera se remonta a los primeros meses; una madre tierna, que exhibe empatía para con su nene, promueve la ecofilia, el amor a la Naturaleza del pequeño. Es una Pedagogía del bien común.

Al crecer, uno aprende en la familia, la escuela y la sociedad, a cuidar el agua, a reducir, reusar y reciclar en la casa, la escuela, a calle, la oficina, etc. Así, crece más la ecofilia. Se prolonga la conciencia ecológica y todo mundo participa de ello.

Finalmente, si la empresa o la institución donde uno labora, evitan destruir la Naturaleza al producir, cuida la distribución y comercialización de sus productos o servicios.

Más aún, si se tiene la mentalidad de la economía circular, donde se atiende tanto la producción, como el destino de sus productos, de modo que los intermedios y finales se reciclen sin contaminar ni el aire, ni el agua, ni el ambiente, entonces, la ecofilia prevalece.

Todo mundo participa de la Pedagogía de la Ecofilia.

Pero, las madres, padres y hermanos mayores actúan de maneras poco responsables para los niños; los ambientes urbanos sucios, descuidados, insalubres; las empresas depredadoras del aire, el agua, los ríos, el ambiente, que tampoco respetan los derechos de sus trabajadores, lo único que magnifican, son los impulsos ecocidas de su entorno, sus socios y su sociedad.

¿Qué hacer entonces?

Primero, como individuos, familias y sociedades, acrecentar nuestra conciencie ecológica, para hacer consciente lo inconsciente; del predominio de nuestros impulsos ecocidas y enfrentar los conflictos del pasado, que nos empujan a destruir la Naturaleza.

Segundo, sustituirlos por tendencias ecofílicas, que no solo protejan la realidad natural de la que formamos parte, sino que edifiquen todas las condiciones que nos den una mejor perspectiva y acciones para cuidar, preservar y promover a largo plazo, una integración naturaleza-ser humano positiva, de respeto y de combate a la Crisis Ecológica que amenaza la existencia de la Especie.

Tercero. Interesarse por lo que uno consume, come, viste, produce y desecha, sus orígenes y destinos finales, de manera que pueda cambiar poco a poco sus hábitos depredadores de la Naturaleza, por otros que la cuiden, la protejan y la preserven.

Estas son soluciones que toman en cuenta al Psicoanálisis como su fuente; quedan pendientes las soluciones económicas, políticas y sociales, que den respuestas a la Crisis Ecológica, que urge resolver.

Email:  jah@ucol.mx