Jorge A. Amaral Por fortuna falta muy poco para las elecciones, alrededor de tres semanas. Y es que, de verdad y sin exagerar: ya me siento harto de este proceso electoral, de sus personajes, sus polémicas. Y es que el actual periodo ha resultado sumamente desgastante para la sociedad mexicana debido a la polarización, al odio, al fanatismo. A lo anterior hay que sumar la complejidad de este proceso por la injerencia de poderes fácticos e intereses externos que inciden en las candidaturas y que sin duda influirán en el sentido del voto en muchas regiones. No es ninguna exageración cuando se habla de los riesgos, ya que, del 4 de junio del año pasado al 29 de abril de 2024, el Laboratorio Electoral ha consignado a nivel nacional 81 amenazas contra aspirantes a cargos de elección popular. Pero además se tiene el conteo de 33 atentados, 143 secuestros y 60 personas víctimas de homicidios, entre quienes se encontraban aspirantes, candidatos, funcionarios y familiares de políticos, lo que suma 187 casos de agresiones relacionadas con el proceso electoral en curso. De esas 60 personas que han sido asesinadas, 31 aspiraban a una candidatura y la mayoría buscaba cargos de elección popular en los municipios. De verdad que ojalá el único problema fuera la polarización políticas, pero no es así, porque en todas las regiones del país hay grupos dispuestos a lo que sea con tal de mantener el control de sus áreas de influencia, y para ello buscan controlar la designación de autoridades municipales que les faciliten a la policía municipal como brazo armado, así como la instalación de negocios para el lavado de dinero, el acceso a las áreas sensibles de la administración municipal para ejercer un mejor control a través de la Tesorería, la Contraloría o el área de Obras Públicas, que es donde se guarda el dinero, donde se administra y donde se gasta, respectivamente. No es exageración lo que escribo, es una realidad que no podemos hacer de cuenta que no está si cerramos los ojos, eso sólo al presidente López Obrador le ha funcionado, el decir que hay menos violencia aunque haya más homicidios, el negar que haya masacres, la insistencia en que la narcoviolencia es cosa del pasado, del periodo neoliberal. No, estimado lector, la realidad está ahí, lista para darnos un puñetazo en la cara en cuanto intentemos ensoñarnos como el presidente de México. Por si eso fuera poco, como si no bastara con que los candidatos tengan que cuidarse de los criminales que quieren cooptarlos o presionarlos, ahora también deben protegerse de otros candidatos, como le pasa a María Vanegas, en el municipio de Senguio. Primero, por si usted no lo vio, le pongo en antecedentes para platicar a gusto: el viernes por la tarde, María Vanegas, candidata de Morena a la alcaldía de Sengiuo, circulaba por la carretera Tlalpujahua-Maravatío cuando en un momento determinado, su chofer tuvo un altercado con el conductor de otra camioneta. Se hicieron de palabras, entonces, desde la otra camioneta comenzaron a dispararles. Por fortuna no hubo lesionados, sólo el tanque de la gasolina perforado. Usted me dirá “ah, bueno, líos de tráfico todos tenemos y pues uno nunca sabe con quién se va a topar”, y tiene razón, pero resulta que el autor del ataque no era otro que un escolta del candidato del PRI, PAN y PRD a la misma alcaldía, Rodolfo Quintana Trujillo. Ante esta situación, candidatos como María Alejandra Vanegas no sólo deben cuidarse de la delincuencia organizada y sus presiones, ahora también deben cuidarse de los demás candidatos, porque los guardaespaldas de Quintana Trujillo actuaron como meros criminales, no como profesionales de la seguridad privada. Por otro lado, llama la atención que se trate de este municipio enclavado en el Oriente del estado. Dados los últimos acontecimientos y lo que se sabe de las pugnas entre criminales de la región, el gobierno debería investigar muy bien a todos los políticos, no vaya a ser que por ahí se cuele algún indeseable, ya ve que el IEM le da el registro a cualquiera. Acción afirmativa: simulación La legislación en materia electoral ha sido enriquecida para garantizar que todos los sectores de la ciudadanía tengan una representatividad en los procesos electorales y en las áreas de toma de decisiones, como los congresos locales y federal, así como el aparato de gobierno. Lo malo es que la clase política es tan listilla, hábil y ruin, que son capaces de valerse de cualquier recurso para conseguir sus fines, como los candidatos que se registraron mediante acción afirmativa como miembros de la comunidad LGBT, similares y conexos. Hay entre ellos una priista de amplia trayectoria política, Xóchitl, creo que se llama, Ruiz, parece que se apellida. Bueno, esta política se registró valiéndose de la comunidad LGBT con el fin de llegar a una diputación local, otra vez, porque ya ve que a los parias de la política les encanta el Congreso del Estado como fuente segura de ingresos. Los colectivos LGBT de inmediato criticaron la situación, pues no reconocen a la priista ni como parte de su comunidad ni como una política que haya hecho algo en favor de los derechos de ese sector. Al ser cuestionada sobre cómo se identifica, la priista fue esquiva y habilidosa porque prácticamente dijo: “Me registré como candidata LGBT, no estoy diciendo que sea, pero si soy o no soy es mi vida privada”. Y claro, lo que le gusta y cómo le gusta es su problema, pero desde el momento en que se abraza de una bandera para hacer política el asunto se vuelve público, así que ahora, como dijo El Ferras, la bebe o la derrama. Porque ya basta de políticos a los que no les basta simular que trabajan cuando tienen un cargo, ya estuvo bueno con políticos que simulan que les importa el bien común, ¿ahora también deben simular que son sexodiversos, discapacitados, indígenas, migrantes o afrodescendiente? Eso, estimado lector, es una desvergüenza por parte de estos personajes, es un fraude a la autoridad electoral, un robo a la ciudadanía y un ultraje a quienes sí pertenecen a esos sectores y que podrían participar en política para mejorar las condiciones de esos grupos sociales, de sus comunidades, que se cuentan entre las más discriminadas y vulnerables. Para sentirse bien Todos tenemos esa pieza musical o esa canción que nos ponen de buen humor. En mi caso hay muchas, pero tengo una que me gusta escuchar sobre todo en el carro, cuando voy del trabajo a la casa después de una jornada vespertina y nocturna. En 1977, el fiscornista Chuck Mangione publicó su álbum más célebre, “Feels so good”, de donde se desprendió su pieza más conocida e importante, homónima del disco. Esa pieza, catalogada dentro del smooth jazz o jazz pop, es una muestra de por qué el fiscorno, siendo un instrumento tan dulce, es a la vez tan versátil que se ajusta a cualquier género musical. Pero no es sólo el fiscorno, sino que la pieza contiene todos los ingredientes para ser perfecta, pues no por nada fue un clásico instantáneo, con un gran optimismo que se desprende de la melodía y el pegadizo arreglo. Ahí destaca la guitarra, que corrió a cargo de Grant Geissman, un guitarrista y compositor principalmente de estudio que ha trabajado con músicos como Chick Corea o Tom Scott, y tiene un Emmy por su trabajo de composición en “Two and half men”. https://youtu.be/FExBwfQHXlE El solo de guitarra tiene una magia especial en su desarrollo, desde la réplica de la melodía al inicio hasta el frenético final con intervalos de estilo organista, aderezados por un efecto de phaser. Mención especial merece el wah wah durante toda la pieza, típico del funk de la época, muy presente en los lugares correctos pero dejando respirar en las partes necesarias. Pero además es de destacar la participación de Chris Vadala en el saxofón, que durante toda la pieza entabla una deliciosa charla con el fiscorno y la trompeta de Mangione, tanto que al final (en la versión extendida, la original), aquello es más una jam. En fin, es una pieza aparentemente ligera, pero que si se escucha con atención tiene una encantadora complejidad que, en conjunto, lo pondrá de buenas, haciéndole honor a su nombre. Es cuánto.